Un agente secreto de la
República española debe viajar a Londres para acaparar un suministro de carbón
que, con toda seguridad, proporcionaría una clara ventaja logística a los
fascistas. Por el camino, deberá enfrentarse a su némesis y convencer a todos
que está en el lado correcto. Él no habla sobre el comunismo o sobre la lucha
de clases. Él sólo habla de la libertad. Entre otras cosas porque tiene la
certeza de que España está siendo un campo de pruebas para Alemania e Italia y
lo grande, lo verdaderamente peligroso, vendrá después. Desde el momento en que
está a bordo de un barco en el Canal de la Mancha se intentará pararle y no
podrá confiar en nadie porque, evidentemente, los amigos no lo son tanto y los
enemigos crecen en Gran Bretaña, que no ve con tan malos ojos el triunfo de los
rebeldes. En eso, los ingleses siempre han sido unos maestros. Contemporizan
con todos hasta que llaman a su puerta. A partir de ese momento, toman partido
y no dudan en echar la culpa a los demás. Luis Denard, que así se llama este
agente confidencial, se encontrará con una mujer de redaños, una de esas que no
se detiene ante nada y que le apoyará contra todo y contra todos. Y preferirá
irse a combatir al país de Denard antes que quedarse en esa isla llena de
intereses creados, de negocios con la desgracia y de ventajas sobre los
perdedores.
El camino no es fácil.
Denard no tiene mucha capacidad para ejercer como espía. No tiene un transporte
concertado, no posee muchos amigos en Londres. Sólo una pensión donde dormir y
mucho valor del que tirar. En callejones y caminos polvorientos, recibirá una
paliza tras otra. Y su victoria no será llegar a un trato. Será mantener su
integridad contra viento y marea.
Charles Boyer se encontró con Lauren Bacall en esta película que no se estrenó en España hasta 1987. Rodada en 1945, seis años después de la derrota de la República, llama la atención por ese retrato del artista reciclado en espía nacido bajo la pluma de Graham Greene que no dudó en asegurar que “esta es la mejor película que se ha hecho basada en uno de mis relatos realizada por un director americano”. Ése no era otro que Herman Shumlin, un reputado director teatral que ya había obtenido un gran éxito con una historia que también llamaba contra el fascismo en la estupenda Vigilancia en el Rhin, que significó el Oscar al mejor actor para Paul Lukas. Es cierto que la película parece avanzar a tirones, con secuencias trepidantes, propias de un cine ágil y entretenido, mientras que, en otras, se enzarza en larguísimos diálogos sobre la libertad y sobre los hombres que hacen grandes negocios con la guerra. El resultado, aún así, es una película valiosa, jalonada de traiciones, de dobles juegos, de triples bandas y cuádruples huidas. Incluso alguna que otra sorpresa inteligente hace que, en el fondo, sea un viaje de victoria y de honestidad frente a lo que, en otras circunstancias, sería una derrota con todas sus consecuencias. No pierdan las credenciales. Es una buena película.
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