Cuando
alguien se halla en un callejón sin salida, cualquier asidero es bueno. Puede
que alguien que nunca ha sido reconocido acabe en la cárcel y crea que otra
persona puede darle una razón para seguir a través del sexo descarado. Quizá
haya alguna confidencia de más y alguna escucha indiscreta y entonces es cuando
la vida acaba por salir a la venta y de ocasión. Hay que tener mucho cuidado
con las explicaciones excesivas porque pueden ser utilizadas para los fines más
peregrinos, especialmente si el oído pertenece a una persona que se ha sentido
desamparada durante toda su existencia y ha desarrollado tantas ansias de
compañía como esquizofrenias de socialización.
Y es que la cosa va
bien, a pesar de que se complica. Todo el mundo calla porque el silencio es muy
conveniente cuando ceros de por medio. No hay piedad cuando se trata de llegar
a la cima y hay que mantener la sangre fría cuando se presenta algún cruce
delicado de información. Sin embargo, la familia, cualquier familia, ya se
sabe. Tiene más secretos que pasadizos y comienzan a salir miserias que,
utilizadas con sabiduría, pueden servir para degustar un buen vino y disfrutar
de una isla.
Sólo las casualidades y
los despistes circunstanciales pueden dar al traste con toda la conspiración.
Sí, porque, en realidad, todo es un plan cuidadosamente urdido desde el
principio. La víctima propiciatoria, los corderos esperando el degüello, el
lobo escondido tras las matas, giro, giro y sorpresa final. No está mal para
una chica que empezó siendo una envasadora de pescado en conserva.
El director Sebastien
Marnier ha articulado esta telaraña con la familia en el centro que se va
desentrañando poco a poco, en pequeñas gotas, con informaciones que siempre
añaden un punto de interés al desarrollo de la trama porque, sencillamente, es
complicación tras complicación, pero lo mejor es que todas esas nuevas píldoras
de conocimiento son bastante creíbles. Más que nada porque hay un trabajo
extraordinario de Laure Calamy como la mujer de tintes sociopáticos que desea
algo tan simple que deja al dinero en mantillas y que se apaña como pocas para
buscar un nuevo escondrijo a su particular complot. El resultado es una
película eficaz, con énfasis ausentes, contada con bastante normalidad,
apelando a lo natural dentro de un entorno que destaca por su toxicidad. El mal
se puede presentar bajo cualquier carcasa. Incluso puede ser en el de una mujer
de mirada serena que pasa, paulatinamente, de la inocencia a la más abrumadora
culpabilidad pasando por el engaño y el asesinato.
Así que siéntense como si fueran miembros de una cadena de envasado de pescado en aceite y esperen a que les lleguen las latas. Revísenlas, cuenten las unidades y, posteriormente, inunden todo de falsedad y mentira. Puede que pasen la prueba a base de práctica. Al fin y al cabo, los pobres peces ya han sido desahuciados y han sido arrojados fuera de su casa para acabar en cualquier estómago agradecido. No es para todos los paladares, pero si se sabe separar la carne de la espina, habrá momentos de cierta inteligencia en la degustación. Todo por unas cuantas latas bien empaquetadas y servidas, que ya es hora de que sean otros los que se encarguen de la faena. Y si tienen que mentir un poco para mantenerse en lo más alto, ya saben. Digan lo más próximo a la verdad. Es lo que más credibilidad tiene. Mientras tanto, vigilen con el rabillo del ojo a ver si quien está a su lado es quien realmente dice ser.
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