A veces, la muerte se
equivoca y se lleva a alguien que podría haber sido más útil estando vivo. Eso,
el general en jefe de las nubes, lo sabe, así que es mejor prolongar un poco
las oportunidades enviando de nuevo al error para que deje las cosas bien
hechas tras de sí. Más aún si se trata de un aviador que era un auténtico
maestro y tiene que adiestrar a otro que, por aquellas casualidades que ocurren
entre ala y ala, también se enamora de la que era novia del muerto. Sin
embargo, teniendo en cuenta quién le envía, y un poco a regañadientes, el tipo
tendrá que resolver ese problema también. No se puede condenar la felicidad de
una chica sólo porque uno no esté. Ella tiene derecho a rehacer su vida, por
mucho que ya no formes parte de su visión. Eso es duro. La muerte es dura, sí,
pero lo es aún más tener que asumir que ya has pasado, que eres carne de
recuerdo, que ella tendrá que buscar nuevos horizontes y que, además, serán los
de otro fulano que tampoco es mal tío y que, hay que reconocerlo, ha aprendido
a pilotar con los modos y maneras de su maestro invisible. Las nubes son
reconfortantes. Lo mejor es esperar ahí arriba. En el fondo, es lo que los
pilotos hacen. Esperar ahí arriba.
La naturaleza del amor
no suele ser eterna. Es perdurable, pero no eterna. Permanece, como la bruma,
durante algún tiempo cuando termina, pero acaba disipándose porque es como una
niebla en la que merece la pena adentrarse, aunque no se pueda asir, sólo se
puede sentir. Y los días y las noches van haciendo su labor de tiempo y esa
neblina se esfuma, se deshace, es nada. Incluso siendo un ángel de la guarda
llegará un momento en el que habrá que instalarse definitivamente en algún
lugar del cielo. Y no será amargo. Será difícil, pero no amargo. Al fin y al
cabo, puede que no haya mejor recompensa que hacer feliz a la mujer a la que
más se ha amado en vida.
Versión auténtica y
original del Always, de Steven
Spielberg, Dos en el cielo guarda una
virtud por encima de aquélla y es que no se detiene en la sensiblería, no trata
de emocionar. En su narración, hay momentos de cierta emoción, muy contenida,
pero, ante todo, está la pasión de contar una historia sobre aquellas cosas
que, de vez en cuando, pasan y no nos explicamos muy bien el por qué. Puede
que, en el fondo, todos tengamos a un Spencer Tracy cuidándonos desde algún
lugar más allá de las nubes, tratando de mejorarnos aunque no siempre lo
consiga. O que sus esfuerzos también vayan dirigidos a ordenar nuestra vida y
dejarla en buenas manos. Esos tipos existen. Esos ángeles, también. Y esas
chicas, por supuesto. Todo es una cuestión de corazón, de intentar hacer el
bien incluso cuando no estamos. Ahí están Tracy, Irene Dunne, Van Johnson, Ward
Bond, Lionel Barrymore o Esther Williams para demostrarlo bajo la batuta de
Victor Fleming. Cuando lleguen allá arriba, vean si el general en jefe les
encomienda una nueva misión. No duden en aceptarla.
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