Convertirse
en una sombra pertenece exclusivamente al territorio de la edad. Según van
pasando los años, la figura incorpórea se va convirtiendo en un pálido reflejo
que acaba por ser una mancha oscura de la que nadie se acuerda y, mucho menos,
nadie se da cuenta. Una película que nunca acabó es una historia que jamás
salió de las sombras. Un actor que desapareció misteriosamente en medio del
rodaje es la prueba viviente de que la realidad se desvanece con lentitud,
igual que la ficción que tanto nos ha marcado y que, en el fondo, ha hecho que,
junto con los recuerdos, seamos quienes verdaderamente somos.
Así, Víctor Erice rinde
cuentas con los latidos de su alma de cineasta. Ya con el billete de vuelta
comprado, con el sufrimiento en la mochila y la decepción en su justa medida.
Poco se puede hacer para dar vida a tantos años de vacío y de silencio y basta
con cerrar los ojos para darse cuenta de que todo lo que se ha experimentado
sigue ahí, conformando nuestra personalidad, modelando nuestra implícita
idiosincrasia, martilleando con la eterna sensación de que el fracaso ha estado
merodeando sin descanso. Sólo queda perseguir tímidamente esa sombra en la que
uno se transforma cuando el olvido cae sin conmiseración. Caminito que el
tiempo ha borrado…
Dentro de este
testamento cinematográfico subyace tanta poesía que las rimas han quedado
perfectamente medidas e inevitablemente descolocadas. Erice quiere decirnos
cuánto ha amado el cine y, al mismo tiempo, qué rápido ha pasado la vida entre
película y película. Para ello, Manolo Solo asume sus rasgos de director
maldito, encerrado en las limitaciones que nunca buscó y que trata de conseguir
con una última quimera como es la de encontrar al amigo que se fue. Ese amigo que
no sólo era el protagonista de esa película que nunca pudo terminar, sino
también ese amigo que compartió vida, pasión y, de vez en cuando, algún que
otro amor. El resultado es estremecedor en su melancolía, vigoroso en su tiempo
relajado, útil en su mirada de años agotándose, terrible en su constatación de
que todo, no sólo la vida, es efímero. Alrededor de Manolo Solo, que merece
todos los premios del mundo, un plantel de maravillosos secundarios como José
María Pou, o Helena Miquel, o María León,o Mario Pardo, o Petra Martínez, o Ana
Torrent, o la maravillosa Soledad Villamil que nos hace nadar de nuevo hasta el
fondo de sus ojos con su breve aparición, o, desde luego, José Coronado,
convincente en su velada memoria, con un ojo avizor y otro que parece
extraviarse en busca de la razón. Esto que ha hecho Erice con Cerrar los ojos, no sólo es cine.
También es un último suspiro de una vida que no se sabe muy bien si mereció la
pena.
Por el camino, el enorme director nos desliza homenajes llenos de sutilidad que apenas se pueden reconocer y alguno que otro muy evidente como es el que utiliza para recordarnos una cárcel, unos amigos encerrados y un asedio imposible en Río Bravo, de Howard Hawks. Tal vez porque Erice creció con el cine, estudió cine, hizo cine, dejó cine y nunca ha dejado pensar en el cine. Eso, por fuerza mayor, debe dejar huella porque, al mismo tiempo, rinde homenaje al celuloide físico, a las cámaras de rollos enormes, al inconfundible ruido de los proyectores, a todo eso que, por sensaciones, olores y experiencias, ha venido con el cine al que ha dedicado este testimonio de amor, al igual que a la amistad y a las pocas cosas que han merecido la pena vivir fuera de una sala de proyección. Hagan la prueba y cierren los ojos. Se darán cuenta de que un buen puñado de sombras pasarán por delante de su campo de visión, con los rostros de Brando, de Wayne, de Newman, de Redford, de Hepburn, de Hepburn, de Tracy, de Bergman, de Magnani, de Leaud, de Lancaster, de Cardinale o de Stewart. Da igual. Ellos fueron los maestros. Hoy, en una sala de cine de una ciudad cualquiera, el maestro se llama Víctor Erice. Y también cerramos los ojos por él y por su forma de ver la vida y las películas.
2 comentarios:
Maravilloso y entrañable análisis que hace que no veamos el momento de ir a la sala de cine a ver este homenaje al Arte Cinematográfico y al paso de la vida. ¡Muchas gracias por compartirlo y enhorabuena por la forma de expresar toda esta madeja de sensaciones y sentimientos!
Gracias por tus palabras, Patxi. Estoy seguro de que el maestro Erice también te las agradecería. Es un placer escribir para alguien que sabe apreciarlo y que sabe también desentrañar lo que quiero decir. Un saludo y gracias de nuevo.
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