martes, 17 de octubre de 2023

LA MONTAÑA RUSA (1977), de James Goldstone

Ocurre lo impensable. Una montaña rusa sufre un descarrilamiento y hay varias víctimas mortales. El inspector de seguridad Harry Calder había revisado recientemente las instalaciones y no había encontrado nada raro. Eso hace que Calder alimente la sospecha de que ha sido un sabotaje. Cuando, unos días después, ocurre lo mismo en otro parque de atracciones, Calder tiene la seguridad de que todo obedece a un plan, quizá a un chantaje, urdido por un terrorista con rasgos psicopáticos. Sin embargo, las sospechas crecen en todas las direcciones. Ese loco sin nombre parece saber todo lo que Calder habla con el FBI. El chantaje se paga. Y el loco no es tonto. El engaño se pagará con lo que mejor sabe hacer. Saboteará las instalaciones de una montaña rusa gigante para hacer una demostración de fuerza y de venganza. Sólo Harry Calder podrá introducirse en la mente del terrorista y tratará de evitarlo.

Con esta premisa muy atractiva, el mediocre director James Goldstone, responsable de uno de los mayores errores de la carrera de Paul Newman, William Holden, Jacqueline Bisset, Ernest Borgnine y unos cuantos actores solventes más en la película de catástrofes El día del fin del mundo, articula una historia con una tensión algo más que aceptable, con giros inesperados, con esperas angustiosas y con ese maldito ruido de las montañas rusas resonando a cada paso de la investigación para atrapar al maldito trastornado responsable. Además, Goldstone se rodea de un reparto atractivo, con George Segal en la piel de ese inspector de seguridad que trata de descifrar todo el enigma, Richard Widmark, Henry Fonda, Susan Strasberg, Timothy Bottoms, Harry Guardino y por allí pasaba también una prometedora principiante llamada Helen Hunt. El resultado es, cuando menos, entretenido, eficaz, con cierta mordiente y sin renunciar a fórmulas mil veces vistas. Quizá es lo mismo que entrar en una montaña rusa. Te lleva arriba y abajo, las vísceras se te remueven y sales mirando a ver si hay mucha cola para entrar de nuevo.

Algo de miedo, acción trepidante, escenas bien resueltas, suspense, emoción, entretenimiento. No se puede pedir más a un argumento que sólo trata de plantear un tira y afloja entre unos tipos que se conocen las atracciones de feria como si fueran sus propios coches, juegan con ellas y uno trata de hacer víctimas mientras otro intenta evitarlas. Y siempre hay una pregunta planeando sobre toda la historia. ¿Por qué? ¿Por qué ese individuo de sangre fría y mente retorcida está haciendo todo eso más allá de la motivación económica? ¿Por qué las montañas rusas con todo su complejo mecanismo de hierros y motores? La calculada eficiencia de la sociopatía debe tener alguna razón más para odiar y actuar de ese modo, no sólo los ceros de un puñado de billetes a los que, de una manera o de otra, se les puede seguir el rastro. Quizá, después de ver esta historia de persecución y daño, se pueda sentir algo de pánico viendo esos circuitos imposibles que arrastran gusanos a toda velocidad, jugando con el vértigo y la impresión de las alturas bajadas repentinamente. O quizá no. ¿Quién sabe? Puede que haya un tipo perdiendo la cabeza y desatornillando los soportes de los caballitos del tiovivo…

 

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