jueves, 5 de octubre de 2023

GOLPE DE SUERTE (2023), de Woody Allen

 

Echaremos de menos el cine de Woody Allen. Ya ha confesado que esta es su última película, aunque bien podría haber sido su excursión a San Sebastián con Rifkin´s Festival porque hay más elementos de despedida en ella que aquí. Sin embargo, Allen vuelve con el elemento de la suerte como factor fundamental de la vida, como sintaxis que diferencia la gramática de seguir respirando o no. Y, en el fondo, todo es consecuencia de una serie de casualidades y hechos que se van desencadenando como si todo estuviera previamente escrito.

Chica se encuentra con individuo que habitó en su pasado como una sombra de atracción juvenil. Se vuelven a ver y nace lo inevitable. No obstante, hay una pequeña dificultad que añade algo de interés al asunto y es que el marido de ella es un macarra de las grandes finanzas al que no le gusta perder y, cuando vienen mal dadas, soluciona los problemas por la vía rápida y sin dar explicaciones.

Y es que hay algunos que no entienden muy bien que una mujer puede moverse por sus pasiones y que no basta rodearse de lujos, de botellas de vino de cosechas invaluables y de amistades algo vacías que hablan sin parar de viajes de ensueño y de abducciones de extraterrestres. Quizá, en algún momento, necesiten el alimento de alguien bohemio, con sueños y creaciones, con talentos naturales y pensamientos más profundos que el último modelo de móvil. Y es entonces cuando se desencadenan los hechos que finalizan con el golpe de suerte, con esa lotería que vuelve a tocar a pesar de que el mero hecho de nacer ya es, de por sí, un premio gordo. Aunque, la verdad, más vale no darle demasiadas vueltas…a no ser que la vida vaya en ello.

La última película que veremos de Woody Allen habla sobre la suerte, pero también lo hace desde una perspectiva de drama leve o de comedia seria. No hay ni una sola sonrisa provocada en toda la cinta, pero sí hay un saludable tono de desenfado en una historia que presenta alguna variación afortunada sobre lo que siempre cuenta el director. Y, por el camino, nos ofrece un variado repertorio de recursos que nos recuerdan que, a veces, también puede ser un virtuoso de la técnica con sus planos secuencias de complicado diseño, sus acciones paralelas llevadas con ritmo y un estupendo manejo del suspense cuando lo requiere la situación. No es lo mejor de Allen, sin duda, pero es una despedida ciertamente digna. Sin estrellas, con modestia, cambiando Manhattan por París, pero conservando esa alta sociedad de fotografía cálida debida al siempre inspirado Vittorio Storaro haciendo que Francia sea tan acogedora como ha sido la ciudad de los rascacielos para el cineasta.

Atrás quedan las frases brillantes, las situaciones algo estrambóticas encuadradas en el más estremecedor realismo, la reflexiones sobre la pareja y las consecuencias de sus actos, las bandas sonoras llenas de un jazz exquisito, en este caso con profusión de temas de Nat Adderley, psicoanálisis de callejón sin salida, críticas feroces a la falsa intelectualidad, homenajes a películas que permanecen en la memoria de nuestra juventud y de nuestra madurez. Un maestro se retira y lo hace con una película pequeña, pero muy apreciable, con cierta elegancia y dejando a la mujer en lo más alto, con sus intuiciones, sus impulsos, sus adorables volubilidades, sus apegos a los más ínfimos detalles…como un boleto de lotería, como un beso furtivo, como un no que siempre ha sido sí, como la curiosidad innata que conforma gran parte de su personalidad, con su valía en la búsqueda. Buen viaje, Allen. Y que no haya, a partir de ahora, demasiadas variables aleatorias que, al fin y al cabo, es una parte impresionantemente importante del hecho de hacer cine.

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