Extraño,
querida, pero verdad.
Cuando
estoy cerca de ti, querida,
las
estrellas llenan el cielo.
Así
de enamorado estoy de ti.
Incluso
sin ti,
Mis
brazos se doblan sobre ti.
Ya
sabes, querida, por qué
estoy
tan enamorado de ti.
Enamorado
con la noche misteriosa.
Esa
noche en la que estabas allí por primera vez.
Enamorado
en mi delirio de gozo,
cuando
supe que tú cuidarías de mí.
Así
que pínchame, hazme daño,
engáñame,
abandóname,
soy
tuyo hasta la muerte,
así
de enamorado, así de enamorado,
así
de enamorado de ti, amor mío, estoy.
Y es que hay que tener
mucho amor para componer tantas canciones
que se quedan tan indeleblemente grabadas en el corazón y en el alma. Es
posible que no sea el amor a una sola persona, sino a la vida misma, a todo lo que
te ofrece. A la diversidad, aunque siempre haya ese puntal único que ayudará a
permanecer de pie contra viento y marea en una época en la que se acepta el
viento, pero no la marea. Sentarse a un piano puede ser algo mágico cuando se
está tocado con una mano divina para hacer una melodía pegadiza, que coquetea
descaradamente con el jazz, pero que se hace descifrable para cualquier oído
que quiera escuchar. Y, luego, con la partitura escrita, poner letra con frases
que sólo pueden llevarse bajo la piel, o que resuenan noche y día, o que hacen
que el amor sea algo natural, liviano, nada pasajero, nada fácil, pero que,
prácticamente, se hace sinónimo de la felicidad.
Y es que la fábrica de
sueños también ayuda a trasladar las ideas de Broadway a Hollywood y el
compositor Cole Porter, posiblemente, fue el mejor de todos. Supo dar con las
melodías más interpretadas y con las letras más estremecedoras. Solía hablar de
amor, sí. Pero no de una manera cursi, aunque irremediablemente apasionada.
Solía ser un mensaje directo al corazón, sin escalas, sin contaminaciones. Sólo
con el hechizo propio de ir montadas sobre la poesía. Sí, hablaba de amor a
pesar de las incomprensiones y los rechazos y a pesar de algún que otro fracaso
aunque ya sabía que para triunfar, primero había que perder. Siempre la palabra
justa. Esa misma que encoge los sentimientos y luego los suelta en el recreo.
Siempre el toque nítido de un hombre que, cada vez que acariciaba una tecla del
piano, lanzaba un mensaje para enamorarse de nuevo.
Espléndido trabajo de Kevin Kline en la piel de Cole Porter en una biografía mucho más ajustada a la realidad que la que realizó Michael Curtiz en 1946 con Cary Grant de protagonista con el título de Noche y día. Esto puede parecer algo chocante debido a que la película apuesta decididamente por un formato musical, pero es que es imposible contar la historia de este grandísimo compositor sin pasar por sus canciones, ni tampoco por su compleja vida privada en la que visitaba ambas aceras a pesar de tener una pareja estable que estuvo a su lado siempre. Hasta el final. Como las canciones que él hizo que han acompañado vidas enteras y han hecho que, durante unos minutos, la vida tuviera otro color, otra sonrisa, otra esperanza. No es poco para una película que se hizo sin demasiadas pretensiones y que acaba por ser una cromática emoción que nos lleva hasta la misma cima. You´re the top.
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