miércoles, 25 de octubre de 2023

SCARFACE (1932), de Howard Hawks

 

El mundo es tuyo, Tony. Lo has ido cogiendo desde la base hasta que los has estrujado en tus mismas manos. Has ido escalando apropiándote de todo y, al final, como cualquier mortal, has acabado solo allí arriba, en la cúspide. Te creíste que estabas en el derecho de hacer y deshacer a tu antojo. Comenzaste con Lovo, que te dio algunos trabajos aunque tú siempre ibas un poco más allá. Y te fuiste quedando con la parte Norte, con la parte Sur y hasta con la chica de Lovo. Ese pedazo de mujer que mira con desprecio a los débiles y que elige quién debe darle fuego. Sin embargo, cometiste un error garrafal. Tu punto más vulnerable era tu hermana. En el fondo, se podría decir que estabas enamorado de ella. Y no soportaste determinadas cosas. Te convertiste en juez, jurado y ejecutor y te equivocaste en la sentencia. Ése fue el pistoletazo de salida para que la policía cayera sobre ti y el destino te dijera que no podías dar ni un paso más. Tony Camonte creyó que podía vencer a todos y a todo. Y perdió más que nadie.

Noventa años después del estreno de esta película, el asombro no deja de visitarnos porque resulta extraordinariamente moderna en muchos de sus apartados. Uno de ellos es el de la interpretación, destacando, sobre todo, Paul Muni, esa especie de Robert de Niro de los años treinta, que dominaba miradas que, por entonces no se estilaban, queriendo decir mucho más de lo que se decía con palabras. Siguiendo por Karen Morley, una actriz que muestra su desinhibición con una actitud displicente hacia los hombres y una sensualidad fuera de lo común. La estética de Howard Hawks, con preponderancia de los impactos de bala en los cristales, hace que tengamos muchas ganas de quitarnos de en medio cada vez que se oye un tiroteo. El uso de elipsis con un acierto y una precisión espectaculares hace que la película, a pesar de los evidentes años que han pasado, conserve una sobrecogedora modernidad. Ahí está la secuencia de la bolera con Boris Karloff, por ejemplo. El guión de Ben Hecht es inteligente y, sin duda, la película da un formidable paso adelante en el género de gángsters por encima de otras obras destacadas de su época como La ley del hampa, de Josef Von Sternberg, Hampa dorada, de Mervyn Le Roy, o El enemigo público número uno, de William Wellman. Hay que fijarse…y dejarse llevar. Sólo de esa manera el mundo será nuestro.

Así que ya sabes, Tony. Coge todo lo que desees porque te será arrebatado de repente por dejarte llevar por la sangre. Y la sangre con sangre se paga. El resto no son más que fanfarronadas que congelan esa especie de afán de venganza que te domina porque quieres demostrar que tú, un italianini de los bajos fondos, vales tanto como cualquiera de los mafiosillos que ocupan las calles de la ciudad. Y lo vas a demostrar por la fuerza. Porque el mundo es tuyo. Y las balas, también.

No hay comentarios: