El mundo es tuyo, Tony.
Lo has ido cogiendo desde la base hasta que los has estrujado en tus mismas
manos. Has ido escalando apropiándote de todo y, al final, como cualquier
mortal, has acabado solo allí arriba, en la cúspide. Te creíste que estabas en
el derecho de hacer y deshacer a tu antojo. Comenzaste con Lovo, que te dio
algunos trabajos aunque tú siempre ibas un poco más allá. Y te fuiste quedando
con la parte Norte, con la parte Sur y hasta con la chica de Lovo. Ese pedazo
de mujer que mira con desprecio a los débiles y que elige quién debe darle
fuego. Sin embargo, cometiste un error garrafal. Tu punto más vulnerable era tu
hermana. En el fondo, se podría decir que estabas enamorado de ella. Y no
soportaste determinadas cosas. Te convertiste en juez, jurado y ejecutor y te
equivocaste en la sentencia. Ése fue el pistoletazo de salida para que la
policía cayera sobre ti y el destino te dijera que no podías dar ni un paso
más. Tony Camonte creyó que podía vencer a todos y a todo. Y perdió más que
nadie.
Noventa años después
del estreno de esta película, el asombro no deja de visitarnos porque resulta
extraordinariamente moderna en muchos de sus apartados. Uno de ellos es el de
la interpretación, destacando, sobre todo, Paul Muni, esa especie de Robert de
Niro de los años treinta, que dominaba miradas que, por entonces no se
estilaban, queriendo decir mucho más de lo que se decía con palabras. Siguiendo
por Karen Morley, una actriz que muestra su desinhibición con una actitud
displicente hacia los hombres y una sensualidad fuera de lo común. La estética
de Howard Hawks, con preponderancia de los impactos de bala en los cristales,
hace que tengamos muchas ganas de quitarnos de en medio cada vez que se oye un
tiroteo. El uso de elipsis con un acierto y una precisión espectaculares hace
que la película, a pesar de los evidentes años que han pasado, conserve una
sobrecogedora modernidad. Ahí está la secuencia de la bolera con Boris Karloff,
por ejemplo. El guión de Ben Hecht es inteligente y, sin duda, la película da
un formidable paso adelante en el género de gángsters por encima de otras obras
destacadas de su época como La ley del
hampa, de Josef Von Sternberg, Hampa
dorada, de Mervyn Le Roy, o El
enemigo público número uno, de William Wellman. Hay que fijarse…y dejarse
llevar. Sólo de esa manera el mundo será nuestro.
Así que ya sabes, Tony. Coge todo lo que desees porque te será arrebatado de repente por dejarte llevar por la sangre. Y la sangre con sangre se paga. El resto no son más que fanfarronadas que congelan esa especie de afán de venganza que te domina porque quieres demostrar que tú, un italianini de los bajos fondos, vales tanto como cualquiera de los mafiosillos que ocupan las calles de la ciudad. Y lo vas a demostrar por la fuerza. Porque el mundo es tuyo. Y las balas, también.
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