Y es que la vida puede
cambiar en cualquier momento. Basta con que haya un eclipse de sol y un extraño
rayo extraterrestre se fije en la mesa de un chino vendiendo plantas para que todo se vuelva al revés y la principal
preocupación sea alimentar a un vegetal insaciable que sale directamente de la
imaginación de un caníbal como Roger Corman. Sin embargo, si se intercalan unas
cuantas canciones y se dota de personalidad a la planta en cuestión, el terror
de cuarta se convierte en un musical de primera, con algunas canciones
inolvidables, con unas letras que parecen robadas del espacio exterior y todo
es dejarse llevar por unas melodías que nos sitúan en los sesenta, esos felices
sesenta, esos de casas inmaculadas, teléfonos blancos, cocinas impolutas y
jardines segados. Más que nada porque había otro lado. Ese en el que se movían
seres sin rumbo por calles llenas de basura, húmedas, sin final, que sólo
reflejaban la infelicidad de unos seres que querían salir de su barrio y
aspirar a algo parecido a la vida.
Un coro griego nos
conduce por esas calles de los suburbios, en los que una floristería
languidece. No hay mucha razón para regalar flores en un ambiente así. La
planta extraña que Seymour recogió parece querer sangre. Y quiere crecer. Y
para crecer hay que comer. Para comer se necesitan víctimas. Nada mejor que
sacrificar al peor tipo que merodea por los contornos. Mientras tanto, la
música hace que, de alguna manera, nuestro corazón baile porque, de repente,
Seymour es el mejor tipo del mundo, o Audrey quiere soñar con una vida de
revista, o los arrabales siguen siendo el peor sitio por donde arrastrarse, o…
maldita sea, Seymour, aliméntame y te daré todo lo que deseas. La tienda,
Audrey, la popularidad, el dinero y el mundo y todo cuanto quieras. Al fin y al
cabo, soy una planta del espacio exterior y soy mala.
Frank Oz dirigió con
mucho acierto esta versión musical del clásico del cine de terror barato de
Roger Corman La pequeña tienda de los
horrores, apartando, por supuesto, cualquier tentación de sangre excesiva,
caricaturizando a los personajes y alterando el final. Rick Moranis da muestras
de que dominaba el escenario y también las cuerdas vocales, al igual que Ellen
Greene, escondida tras una voz atiplada que, en realidad, es un auténtico
chorro. Por ahí detrás, mucho prestigio en apariciones especiales de Vincent
Gardenia, Steve Martin, Bill Murray, Jim Belushi o John Candy. Y, por supuesto,
la principal atracción de la velada es la voz de Levi Stubbs, de los Four Tops,
para Audrey II, la planta carnívora asesina que, en realidad, esconde un plan
maquiavélico para invadir un mundo que, no nos engañemos, está relleno hasta
los topes de idiotas de manual. Tanto que no se sabe si la película nos quiere
advertir sobre los peligros de una planta carnívora algo díscola o sobre la
proliferación de la idiocia en cualquier vecindario que se precie.
En cualquier caso, más allá de una historia que no deja de ser un inocente cuento de horror, la música de Alan Menken y Howard Ashman hace que los recuerdos se amontonen en algún lugar…puede que sea en la tienda de la próxima esquina…
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