Hoy, a las 19 horas, en la FNAC Callao, estaré al lado del editor Guillermo Balmori y del periodista cultural Jaime Iglesias para presentar el libro del noventa aniversario de la película "Sopa de ganso", en el que he tenido el honor de participar. Os espero. No perderéis el partido, lo prometo.
La vida es así, como
una veleta. Un buen día, no tienes nada. Trabajas en un sótano apestoso, con
otros cuantos aprendices y, de repente, tu abuelo te deja colocado para
siempre. Heredas una fortuna con una ingente pensión anual. Tienes dinero para
quemar. Y quizá, sólo quizá, en el fondo de tu corazón, sigues estando con los
más pobres, con los que más sufres. No quieres integrarte en la alta sociedad
victoriana. Sólo quieres que los demás puedan subir todos los escalones que tú
has salvado de golpe. Por eso, ese empleaducho de tres al cuarto, cuando tiene
la oportunidad de comprarse algo, lo que quiere es…un banjo.
Eso va con su carácter
alegre y animado. Es un muchacho sin más sueños que ser feliz haciendo
felicidad. Y, por eso, empleará la herencia en los que más lo necesitan sin
renunciar, por supuesto, a su cómoda posición. No faltará quien intente
desacreditarle o dejarle a un lado, pero él tiene entusiasmo y un razonamiento
tan simple que llega a impresionar por su lógica. El mundo está ahí fuera y hay
un buen puñado de gente pasándolo mal. No pasa nada con compartir algo de lo
que sobra porque, al fin y al cabo, él sigue siendo ese muchacho sencillo que
madrugaba todos los días para ir a trabajar en el lugar más lúgubre del planeta.
Dinero para quemar…para quemar, sí, pero para calentar a los que pasan frío.
Esta película fue una
rara incursión en el musical en los años sesenta. Con hechuras muy clásicas, se
creyó que sería una apuesta segura ante su éxito inmediato en Broadway, con más
de quinientas representaciones, una partitura más que notable y con varios
premios Tony en sus vitrinas. Para dirigir todo el lío, posiblemente no había
nadie mejor que George Sidney y, para mayor seguridad, se repitió casi
íntegramente el reparto que había triunfado sobre las tablas…y fracasó
estrepitosamente. De forma bastante inmerecida, pero innegablemente cruel.
Tanto es así que un director del talento y la sabiduría de George Sidney, que
había dejado varias perlas para el disfrute de los más exigentes, no pudo
dirigir ninguna película más a sus cincuenta y un años. La crítica creyó que
era un musical acartonado por aquello de intentar copiar casi literalmente la
obra que maravilló en los escenarios, además de cebarse en su protagonista,
Tommy Steele, al que tacharon de irritante y sobreactuado. El caso es que, con
toda probabilidad, los vientos de los grandes espectáculos ya estaban cambiando
de dirección. Al año siguiente, Bob Fosse ya hizo su aparición con Noches en la ciudad y, seis años antes West Side Story había dejado bien claro
que los musicales no siempre tienen que ser amables. La mitad de seis peniques fue retirada de los circuitos y hoy
permanece como una polvorienta desconocida.
Y, sin embargo, tiene algo que invita a moverse y bailar y cantar frente a ese joven que quiere cambiar las cosas en todo lo que esté a su alcance. El número de Money to burn es francamente espectacular y, a pesar de moverse en fórmulas sobradamente conocidas de chico que quiere chica y que, de repente, la tiene a tiro y no se decide, es un musical que funciona, que está espléndidamente realizado y que revela la tremenda exigencia de una época que estaba buscando nuevas expresiones y estilos. La primera víctima fue ese grandísimo director que era George Sidney.
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