martes, 2 de julio de 2024

MERCADO DE LADRONES (1949), de Jules Dassin

 

La guerra se ha quedado atrás y no hay nada como regresar a casa con algo de dinero en los bolsillos para comenzar de nuevo. Sin embargo, la guerra también estaba librándose en el hogar. El padre de Nick lo ha perdido todo. No le quisieron pagar una carga de fruta y provocaron un accidente en el que perdió las dos piernas. Luego tuvo que vender el camión. Y ya no queda nada. Nick decide tomar cartas en el asunto. En el frente le enseñaron a no rendirse y a combatir la injusticia y no va a ser diferente en esta ocasión. Tratará de recuperar el camión, pero, en lugar de eso, el nuevo propietario le propone un negocio, un transporte de manzanas, con el que va a recuperar todo lo que su padre ha perdido. Parece que todo puede arreglarse. No, no, la guerra tiene demasiados vericuetos y trampas. Por el camino, tendrá que medirse cara a cara con el mafiosillo de tres al cuarto que tiene controlados los muelles de descarga del mercado. Y, además, llegar a la conclusión de que su novia, esa que le esperó durante tantos años, ya no tiene amor para él, sólo para el dinero que pueda ganar. Son demasiadas balas, Nick. Tal vez sería bueno para ti que estallase otra guerra.

La carretera se va sembrando de cadáveres, de averías, de manzanas que caen por intereses espurios. En el fondo, la fruta toma la forma de fichas de casino y sirve como elemento de intercambio entre unos cuantos tipos sin ningún escrúpulo que no dudan en extorsionar a los transportistas hasta hacer inaguantable la situación. Siempre el eslabón más débil. Siempre. ¡Qué rabia!

Jules Dassin dirigió con su habitual pericia esta historia a la que podríamos calificar de cine negro de clase baja, sin ningún sentido peyorativo. Es como una intriga criminal en la que los protagonistas y el potencial público interesado son trabajadores, involucrados en un negocio sucio que parece perder líquido de frenos por el camino, pero que, al fin y al cabo, se mueve con sus asesinatos, su elemento de ambición, su mujer fatal y su investigación criminal. Por supuesto, también existe el ángel que salva el alma y la idea del sufrido Nick, protagonizado con solvencia por Richard Conte, acompañado de un reparto de enorme prestigio con Lee J. Cobb, Valentina Cortese, Barbara Lawrence y el siempre eficaz Millard Mitchell. El resto son bajezas de gente que roba a otra gente que no merece ese destino. Tal vez porque Dassin se cuida mucho de describir que, en cada viaje, en cada nuevo porte, esos tipos que están al volante se juegan su futuro del día siguiente. Como si después no hubiera más días. De ahí la desesperación, la rabia, la constancia, la paciencia, la contención. Todo funciona en esta película porque no deja de ser cine negro y, a la vez, no deja de ser un mensaje social de potencia de gran motor que suelta unas cuantas verdades a la cara mientras se asiste a algo muy parecido a cine del bueno.

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