Cuando
uno siente que el final está cerca, hay un deseo que se repite de forma
intermitente a la cabeza y es volver a aquellos sitios en los que se probó la
felicidad. La auténtica. Esa que sabemos que existió sin ponerle reparos y que
se convirtió en un instante eterno de la memoria. Tal vez, por eso, lo mejor es
atravesar el caos de una ciudad en llamas para saborear, en la última vuelta de
esquina, la sensación de haber estado en aquel lugar, en aquel momento, ese
mismo en el que el destino se fue y pareció prometer no regresar.
Una mujer busca ese
lugar mientras el enemigo de visión nula y oído fino se expande por la gran
ciudad celebrando su ritual de muerte al ruido. Quiere probar un trozo de pizza
mientras oye una canción, una de sus favoritas, porque la música, un día, fue
importante para ella. Sin embargo, ocurre lo imposible y se halla en medio de
la destrucción total porque, entre otras cosas, la música no tiene sitio en un
mundo que necesita del silencio para sobrevivir. Ella marcará el camino con
lágrimas y sufrimiento. Perderá y ganará. Y, al final, podrá estar en un
espectáculo sin sonido, con una copa de whisky sin hielo, tocando un piano sin
notas y salvando a alguien como si fuera lo último que fuera a hacer en la
vida.
Uno no puede evitar el
escepticismo después de asistir a las dos espléndidas partes de Un lugar tranquilo con las que John
Krasinski consiguió sorprender a todo el mundo, incluido a Stephen King, con
esa familia que resistía al invasor asesino en el que el ruido es el chivato y
la muerte, el más que probable final. Ahora anunciaban la misma historia, pero
siendo el primer día de esa invasión y en la gran urbe, en la misma selva del
ser humano, hecha de cemento en lugar de palmeras y de asfalto sustituyendo al
arbusto. Y, además, no están Emily Blunt, ni John Krasinski, ni Cillian
Murphy…no puede estar bien, no puede estar a la altura. Y, cuando acaba la
película, a los sones de Feeling good,
de Leslie Bricusse y Anthony Newley con la voz de Nina Simone, te das cuenta de
que lo han vuelto a conseguir. Que John Krasinski, esta vez, deja los manos a
Michael Sarnosky, pero que se reserva tareas de guion y de producción, y que la
odisea de esa mujer dispuesta a atravesar la ciudad como preparación para su
lucha más importante es igual de apasionante, está bien dirigida, está
espléndidamente interpretada por Lupita N´yongo, que lleva todo el peso
dramático de la historia, que hay tensión, que hay sustos, que hay
respiraciones contenidas y gatos tan mojados como lluvias de camuflaje, que hay
truenos para los gritos, que hay desesperaciones para las vidas…y el lugar
tranquilo se encuentra ahí mismo, a una nota de música, a un paso de la
aceptación, a un simple giro de la dirección a la que se encamina la multitud.
Oídos abiertos. Atenciones de alto nivel. Inteligencias comprobadas. Y esa
mujer, que tanto ha escrito con tan pocas palabras, dejará un testimonio de
valentía, de osadía y de sensibilidad en esa piel negra en la que se adivina
que quiso posarse con ganas la felicidad al finalizar una melodía pegadiza de
jazz al piano.
Así que estamos de nuevo en el disfrute del terror dándole una vuelta de tuerca al prescindir del elemento sorpresa. Otra pequeña historia que es una visión moderna del Ulises, de James Joyce, solo que cambiando la determinación de un hombre por la energía llena de sapiencia de una mujer. Y ahí está la poesía. Nunca se ha dicho más, con menos. Nunca ha sido cuatro. Sólo tres. O dos. Nunca ha sido menos, ha sido mejor.
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