miércoles, 3 de julio de 2024

´SAYONARA (1957), de Joshua Logan

 

Defender una postura racial puede traer determinados problemas de conciencia. Más que nada porque la vida es la gran argumentadora de lo contrario. En este caso, un héroe de Corea, condecorado y con experiencia en el pilotaje de aviones, aterriza en Japón y no duda en apoyar la instrucción superior de que el personal militar estadounidense no confraternice con los japoneses en el plano sentimental. De momento, todo va bien. Un país extraño, con costumbres muy alejadas de las occidentales, casi otro planeta. No es difícil mantenerse alejado de los encantos femeninos orientales. Sin embargo, algo ocurre. Es ese fenómeno inexplicable, seguramente químico, en el que dos personas se sienten atraídas hasta la pasión. Hasta ahora, el piloto había visto sólo compañeros que les ocurría lo mismo y le salía la sonrisa socarrona y distante. Ahora él es el centro. La chica no puede ser mala para ningún tipo de relación. Es fantástica. Es perfecta. Está enamorada de él. Y no quedan muchos sitios a los que ir si él decide a dar el paso. La expulsión del ejército está cerca y no sabe hacer otra cosa.

Además de todo ello, existe otro problema. Los japoneses tampoco desean, desde el plano social, acercarse demasiado al personal militar estadounidense y no dudan en señalar con el dedo a todo conciudadano que queda enganchado al encanto americano. Ella va a ser señalada, igual que lo ha sido la novia de un compañero, un buen tipo, que ha acabado mal. La lucha va a ser larga porque es una relación que está completamente sitiada por los prejuicios. En esos momentos, es posible que se desee dejar de ser un patriota y se quiera convertir en nadie. Sólo alguien para ella.

Esta película estuvo rodeada por la polémica por el problema que planteaba en las absurdas trabas oficiales y sociales que se imponen a una simple relación de amor. En esta ocasión, el amor no es libre y languidece detrás de las prohibiciones. Por otro lado, es muy valiosa en su tema, hoy todavía plenamente vigente, y está dirigida con paciencia por Joshua Logan, haciendo alarde de un uso del color extraordinario, resaltando la variedad fotográfica de un país que invita a la pasión, sea cual sea. En el apartado interpretativo hay que destacar a Marlon Brando, inevitablemente atractivo tras su uniforme azul, un poco sumergido en modos y maneras del Método, pero aún con el encanto suficiente como para conquistar a cualquiera que se ponga por delante, de cualquier raza, de cualquier condición. También, por supuesto, a Miyoshi Umeki, que se llevó el primer Oscar de la historia para un intérprete asiático en la categoría de actriz secundaria, y Red Buttons, que también se llevó el suyo, dando vida al hombre que rompe fronteras aunque sea dañando los cristales.

Y es que el amor, cuando llega, es difícil que se vaya. Por muchos papeles conminando a hacer lo contrario. Por muchas miradas acusadoras de los vecinos más cercanos condenando, en un juicio de valor injusto, la relación que sólo quiere existir. Tal vez por eso, nunca hay que despedirse. Sólo hay que seguir machacando la infantil y odiosa burocracia que sólo trata de rendir por el aburrimiento lo que debería estar sellado sólo con los labios de los que realmente se quieren.

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