Defender una postura
racial puede traer determinados problemas de conciencia. Más que nada porque la
vida es la gran argumentadora de lo contrario. En este caso, un héroe de Corea,
condecorado y con experiencia en el pilotaje de aviones, aterriza en Japón y no
duda en apoyar la instrucción superior de que el personal militar
estadounidense no confraternice con los japoneses en el plano sentimental. De
momento, todo va bien. Un país extraño, con costumbres muy alejadas de las
occidentales, casi otro planeta. No es difícil mantenerse alejado de los
encantos femeninos orientales. Sin embargo, algo ocurre. Es ese fenómeno
inexplicable, seguramente químico, en el que dos personas se sienten atraídas
hasta la pasión. Hasta ahora, el piloto había visto sólo compañeros que les
ocurría lo mismo y le salía la sonrisa socarrona y distante. Ahora él es el
centro. La chica no puede ser mala para ningún tipo de relación. Es fantástica.
Es perfecta. Está enamorada de él. Y no quedan muchos sitios a los que ir si él
decide a dar el paso. La expulsión del ejército está cerca y no sabe hacer otra
cosa.
Además de todo ello,
existe otro problema. Los japoneses tampoco desean, desde el plano social,
acercarse demasiado al personal militar estadounidense y no dudan en señalar
con el dedo a todo conciudadano que queda enganchado al encanto americano. Ella
va a ser señalada, igual que lo ha sido la novia de un compañero, un buen tipo,
que ha acabado mal. La lucha va a ser larga porque es una relación que está
completamente sitiada por los prejuicios. En esos momentos, es posible que se
desee dejar de ser un patriota y se quiera convertir en nadie. Sólo alguien
para ella.
Esta película estuvo
rodeada por la polémica por el problema que planteaba en las absurdas trabas
oficiales y sociales que se imponen a una simple relación de amor. En esta
ocasión, el amor no es libre y languidece detrás de las prohibiciones. Por otro
lado, es muy valiosa en su tema, hoy todavía plenamente vigente, y está
dirigida con paciencia por Joshua Logan, haciendo alarde de un uso del color
extraordinario, resaltando la variedad fotográfica de un país que invita a la
pasión, sea cual sea. En el apartado interpretativo hay que destacar a Marlon
Brando, inevitablemente atractivo tras su uniforme azul, un poco sumergido en
modos y maneras del Método, pero aún con el encanto suficiente como para
conquistar a cualquiera que se ponga por delante, de cualquier raza, de
cualquier condición. También, por supuesto, a Miyoshi Umeki, que se llevó el
primer Oscar de la historia para un intérprete asiático en la categoría de
actriz secundaria, y Red Buttons, que también se llevó el suyo, dando vida al
hombre que rompe fronteras aunque sea dañando los cristales.
Y es que el amor, cuando llega, es difícil que se vaya. Por muchos papeles conminando a hacer lo contrario. Por muchas miradas acusadoras de los vecinos más cercanos condenando, en un juicio de valor injusto, la relación que sólo quiere existir. Tal vez por eso, nunca hay que despedirse. Sólo hay que seguir machacando la infantil y odiosa burocracia que sólo trata de rendir por el aburrimiento lo que debería estar sellado sólo con los labios de los que realmente se quieren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario