martes, 30 de septiembre de 2025

ROBERT REDFORD: UN RUBIO LLAMADO MILAGRO

 

Robert Redford era un actor que siempre ha sabido mantenerse en lo más alto. De carácter tranquilo, nunca ha tenido dudas sobre lo que quería hacer con su carrera y, además, ha hecho lo que realmente le gustaba: actuar, dirigir y crear un afamado festival de cine independiente al que todo cineasta primerizo quiere acudir con su película bajo el brazo.

Durante años, se le ha acusado de ser algo blando, de no ser capaz de hacerse cargo de papeles con una fuerte carga emocional, pero él no ha hecho caso de las críticas. Evolucionó, poco a poco, hacia una seguridad tremenda. Podríamos decir que, durante años fue la antítesis de Robert de Niro. Él no se llevaba los personajes a casa. Además, ha vivido una existencia personal equilibrada y ha dado bruscos volantazos en sus inicios para escalar hacia la cima paso a paso, sin saltarse ningún peldaño. Es muy gráfico resaltar que, después de un largo rodaje en programas de televisión y de un titubeante comienzo en el cine con la película War hunt, de Denis Sanders, y la lamentable Situación desesperada…pero menos, de Gottfried Rheinhardt (un fiasco tal que el propio autor de la novela, el actor Robert Shaw, pidió que se retirara su nombre de los créditos), aparece como un galán de los de antes, con aplomo y aire de conquistador, rompiendo miserablemente el corazón de Natalie Wood por culpa de su homosexualidad reprimida en La rebelde, de Robert Mulligan y, después, se le ofrece la gran oportunidad que cualquier actor desearía: el papel protagonista, el sheriff Calder en la extraordinaria La jauría humana, de Arthur Penn, pero el joven Redford dejó atónito a Penn cuando le dijo que pasaba del personaje de Calder y que prefería dar vida a Bobby Reeves, un personaje clave y atormentado, fugado de la cárcel, pero que adquiere un protagonismo más secundario. Así, pues, Marlon Brando se hizo cargo del sheriff y Redford incorporó a ese evadido en torno al cual se monta una cacería y que el actor impregnó de un aura romántica, rematada por la mala suerte, dándonos la impresión, casi lorquiana de que su fuga, en realidad, no es más que una cita con un destino inevitable. Bob Reeves morirá solo, en medio de la calle, acribillado a balazos por un “honrado ciudadano”, igual que un perro.

A raíz de esta actuación secundaria, Paul Newman ya avisó sobre el talento de este joven diciendo que “merecería la pena seguirle con atención”.  Su primer papel protagonista absoluta fue en la algo decepcionante Propiedad condenada, de Sidney Pollack, pero ya la siguiente dio una grata medida de sus posibilidades. Descalzos por el parque, de Gene Saks, un divertido juguete teatral basado en la obra de Neil Simon que él mismo había representado en Broadway y en la que demuestra su talento innato para la comedia.

Y, luego, llegó la película que hizo de él una estrella: Dos hombres y un destino, de George Roy Hill. Paul Newman estuvo en el proyecto desde el principio para interpretar al legendario Butch Cassidy, pero para el papel de Sundance Kid se barajaron nombres como Marlon Brando, Steve McQueen o Warren Beatty hasta que Newman cayó en aquel joven que le había impresionado en La jauría humana. El resultado fue perfecto. Newman y Redford se complementaron a la perfección encarnando a esos dos ladrones congelados en el tiempo, dos hombres que compartieron la misma forma de vida hasta sus últimas consecuencias. La película fue todo un éxito y ambos actores quedaron encantados de su trabajo en común prometiendo buscar algún otro proyecto que les agradase. Y no cualquier proyecto.

Deportista aventajado en la Universidad, Redford creó su propia productora para controlar más sus películas y se decidió por dos títulos de tema deportivo: El descenso de la muerte, de Michael Ritchie, centrada en el mundo del esquí; y El precio del fracaso, de Sidney Furie, en el de las motos. Ambos fueron auténticos fracasos y, de momento, tuvo que aparcar sus ansias productoras.

En medio de estos dos títulos, hizo otro giro extraño. El guionista y director Abraham Polonsky, apartado del cine por las listas negras durante veinte años, quiso rodar una notable historia titulada El valle del fugitivo y ofreció a Redford el papel del forajido mestizo Willie Boy, un buen hombre que se ve obligado a huir por las circunstancias. El actor, ni corto ni perezoso, le dice a Polonsky que no, que prefiere interpretar al mucho más secundario personaje del sheriff, el hombre que aporta serenidad a la película y que persigue a Willie Boy a pesar de que siente simpatía por él y que quiere más protegerle que atraparle. Polonsky cede, rehace el guion para darle un mayor protagonismo y el papel recae en Robert Blake. El resultado es una inteligente parábola sobre el maccarthysmo.

Con Un diamante al rojo vivo, de Peter Yates, entra en el terreno de los atracos perfectos con altas dosis de humor y con El candidato, de Michael Ritchie vuelve a probar suerte en la producción con una fábula de política-ficción sobre un tipo de gran imagen y pocas ideas. La película es muy interesante y posee un inteligente que ganó el Oscar en 1972, pero no funciona demasiado bien en taquilla.

Protagoniza Las aventuras de Jeremiah Johnson, de Sidney Pollack, una película que nos habla de la soledad, de la lucha del hombre con naturaleza, de la pena olvidada, del sentido de la vida en contacto con el medio…Robert Redford está fantástico en el papel de un tipo que es náufrago de sí mismo y que se convierte en leyenda. La mayor parte de la película la pasa él sólo en pantalla y demuestra su versatilidad, su amplitud de registro y su capacidad extraordinaria para sostener con su presencia toda la película.

Otro éxito con Pollack fue Tal como éramos, con Barbra Streisand como compañera. La película se ha convertido en un mito del cine romántico basado en la separación por las ideas y sostenido por esa maravillosa banda sonora de Marvin Hamlisch. Aquí, Redford se inaugura como galán romántico, faceta que llega a su culminación con El gran Gatsby, de Jack Smight, en la que el director no era, ni mucho menos, el más apropiado para llevar a buen puerto la adaptación de la inmortal novela de Francis Scott Fitzgerald.

Su reencuentro con Newman es puro gozo: El golpe, de George Roy Hill, marca su única nominación al Oscar como mejor actor y es una película para la historia, con un guion d hierro, con dos actores extraordinarios haciendo lo que mejor saben hacer y secundados con un elenco como los de antes con Robert Shaw, Harold Gould, Ray Walston, Eileen Brennan, Dana Elcar, Charles Durning, Jack Kehoe…todo un repertorio de actores sólidos, formidablemente encajados en una trama de trampa y timo, bienhumorada, elegante, interesante, pícara…y su impulsivo Johnny Hooker, aprendiz del truco, ávido de venganza, frío en el tirón, descerebrado en el relajo, es toda una creación a la altura del elegante y genial Henry Gondorff de Paul Newman. Imprescindible.

Repitió con George Roy Hill en El carnaval de las águilas, un fracaso que nadie esperaba, e interviene en uno de los mejores ejemplos del cine de espionaje en Los tres días del Cóndor, una parábola sobre la manipulación de los medios de los servicios secretos sobre ellos mismos y sobre la prensa, una película inteligente y sobria que nos muestra el trabajo sordo de algunos analistas de la CIA y la bestia indomable en la que se convierten los propios servicios secretos.

En 1976, Robert Redford se mete en la piel del periodista Bob Woodward en Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, una extraordinaria crónica sobre la investigación del caso Watergate, realizada con pulso milimétrico y con una ajustada interpretación tanto de Redford como de Dustin Hoffman. El público respondió en masa hasta tal punto que es la película de mayor éxito en toda la carrera de Robert Redford.

Disparó los salarios de los actores con su trabajo de apenas dos semanas en Un puente lejano, de Richard Attenborough y, en ese momento, se retira durante tres años para replantearse su carrera regresando con un western urbano como El jinete eléctrico, otra vez con Sidney Polack y con el drama carcelario, denuncia en firma sobre el sistema de prisiones americano, Brubaker, de Stuart Rosenberg.

En ese momento, decide dar un nuevo giro a su carrera y se pasa a la dirección. La elegida es Gente corriente, un drama familiar que le reveló como un realizador pausado, con una planificación muy pensada y un espléndido director de actores como lo delatan los excelentes trabajos de Donald Sutherland y de Timothy Hutton. Con ella ganó el Oscar de 1980 al mejor director del año birlándolo en las mismas narices al Martin Scorsese de Toro salvaje.

Se retira de nuevo cinco años. Se dedica a su festival y a meditar muy detenidamente cuáles van a ser sus siguientes pasos. Reaparece como actor en esa joya que es El mejor, de Barry Levinson. Una estupenda película, plena de magia, de béisbol, de segundas oportunidades convirtiéndose en uno de esos títulos que siempre consiguen poner la carne de gallina.

Interpreta al famoso cazador Dennis Finch-Hutton en Memorias de África, de Sidney Pollack, aunque su papel queda un par de peldaños por debajo del de su compañera Meryl Streep. Cambia diametralmente de registro y se empareja con Debra Winger en la interesante y divertida Peligrosamente juntos, en la que, por momentos, parece revivir al mismísimo Cary Grant. Vuelve a ponerse tras las cámaras en una historia maravillosa de realismo mágico en la estupenda Un lugar llamado Milagro.

Vuelve a retirarse otros tres años y pincha en huesto con su reaparición en Habana, de Sidney Pollack, versión inconfesa, pero muy evidente de Casablanca, con algunos momentos de química muy especial entre él y Lena Olin. Después, interpreta a un genio en sistemas de seguridad en la trepidante Sneakers, de Phil Alden Robinson, en medio de un reparto de primerísima línea y que resulta divertida, entretenida y todo un éxito.

Una vez más se pone a dirigir con la difícil adaptación de la novela de Norman McLean El río de la vida, un proyecto que barajaron varios directores que huyeron asustados ante la complejidad del relato de McLean. Redford se hizo cargo y realizó todo un ejercicio de sensibilidad y buen gusto en una historia que deja fluir, bellísima, corriente abajo, con una magnífica fotografía de Philippe Rousselot para dejarnos a todos hechizados con las aguas. Una prueba más de su sobriedad y de su solidez.

Después de la despreciable y muy tramposa Una proposición indecente, de Adrian Lyne, vuelve a dar un par de lecciones tras las cámaras con Quiz Show, un ejercicio apasionante de realización para destapar lo que hay detrás del mundo televisivo, corrompido por sí mismo, a través del escándalo que se desató en los años cincuenta por parte de un concurso amañado. Una inteligente transposición de lo que hoy mismo ocurre con el medio donde imperan despiadadamente las mediciones de audiencia que, a su vez, influyen en los patrocinios, aunque todo es pura falacia.

Hará varios intentos más en la dirección: El hombre que susurraba a los caballos, un melodrama aceptable aunque algo moroso en su narración, y también con una química muy especial entre él y Kristin Scott Thomas, o la frustrada La leyenda de Bagger Vance, mutilada en el montaje, que adolece de debilidad en algunos pasajes a pesar del indudable tirón de una historia que estaba llamada a no dejar un ojo seco. Con una pausa de varios años, volvió a retomar la batuta de la dirección con la excelente y muy poco apreciada Leones por corderos, una película en la que merece mucho la pena detenerse con detalle; y la notable Pacto de silencio, en la que llamó a varios viejos amigos como Susan Sarandon, Julie Christie, Sam Elliott, Brendan Gleeson o Nick Nolte para contar una historia de viejas revoluciones perdidas a través de un hombre que se siente acorralado por un crimen que no cometió demasiados años atrás.

Al mismo tiempo, no deja de actuar. General enrabietado con su encarcelamiento en La última fortaleza, intrépido reportero que se deja las botas en la corresponsalía de Íntimo y personal al lado de Michelle Pfeiffer, analista de la CIA con una deuda de honor que trata de saldar desde un despacho en Spy game, vaquero de vuelta de todo y con cuentas pendientes con su nuera en Una vida por delante, superviviente recalcitrante en medio del mar y estando él sólo como único miembro del reparto en Cuando todo está perdido, excursionista de humor al lado de un colega que está aún peor que él en Un paseo por el bosque y, por último, ladrón entregado a su oficio, con la sonrisa permanente y la clase puesta en su notable despedida de las pantallas en The old man and the gun. Nunca bajó el listón de la calidad. Tal vez pudo equivocarse un par o tres de veces, pero Redford fue un rubio llamado Milagro, que nos transportó hacia la certeza de que una mirada cómplice, una sonrisa que tenía mucho de sincera y una especie de eterna juventud en el espíritu era un arte del que, desgraciadamente, no va a haber repuesto. Desde que rodaron El golpe, y a pesar de que se esforzaron, Redford y Newman no encontraron otro proyecto interesante en el que se pudieran juntar. Durante muchos años barajaron un proyecto sobre una pareja de homosexuales que hacen un último viaje ante la enfermedad terminal de uno de ellos. Iba a ser una comedia, dicen, bastante divertida, pero la edad y los compromisos ejercieron de impedimento. Tal vez, ahora, en algún lugar, se decidirán a hacerla. Estoy deseando morirme para verla.

viernes, 26 de septiembre de 2025

NADIE HUYE ETERNAMENTE (1968), de Ralph Thomas

 

Quizá no sea muy buena idea enviar a un policía de esos que ya están de vuelta de todo a detener a un diplomático australiano al que el pasado se le empeña en ajustar cuentas. Aún es peor si ese diplomático se halla en medio de una conferencia humanitaria que trata de paliar, de alguna manera, el hambre en el Tercer Mundo. Cuando el policía llega a Londres, se da cuenta de que hay una conspiración para que la conferencia fracase y decide posponer la detención para que llegue a buen término. Por el camino, se encontrará con traiciones, confianzas, miradas de reojo, ruegos de que lo olvide porque, al fin y al cabo, todo no es más que una jugada política. La verdad será descubierta en todos sus frentes, y, tal vez, no sea del agrado de todos.

Las calles de Londres parecen el cuadrilátero perfecto para recibir palizas, descubrir complots y conseguir mantener la cabeza fría entre protocolos algo estúpidos. No obstante, ese policía duro y sin demasiadas contemplaciones no deja de confiar en el diplomático desde el principio. Se da cuenta de que guarda buenas intenciones y que, realmente, quiere cambiar algo en el orden mundial. Se bate y se debate para llegar a un acuerdo entre los países menos desarrollados y las potencias, quiere alcanzar compromisos, pone en juego la diplomacia multilateral para llegar a sus objetivos. Se hace difícil pensar que ese individuo elegante e impecable en sus comportamientos y maneras cometiera el error de asesinar a su primera esposa más de quince años atrás. Hay que afinar mucho la mirada y, sobre todo, distinguir a los verdaderos enemigos, esos mismos que aman el caos y que se alegran de que haya millones de necesitados que ruegan un pedazo de pan.

Curiosa película de planteamientos algo delirantes, pero llevada con extrema sobriedad por Ralph Thomas, un director cuya fama fue siempre asociada con las desventuras del doctor Simon Sparrow en cinco películas a través de diez años, desde 1953 hasta 1963, e interpretado en todo momento por Dirk Bogarde. Aquí, ya escapado del yugo de servir a un personaje que se veía en todo tipo de dificultades siempre en un tono más cercano a la comedia que a otra cosa, pone en juego una trama que combina el cine negro con el espionaje y todo lo hace pivotar alrededor de Rod Taylor en la piel de ese policía, esquilador de ovejas australianas en sus ratos libres, que ya denota un cierto declive físico y que palidece ante la excepcional elegancia que exhibe Christopher Plummer como el diplomático en cuestión. En medio, unos cuantos secundarios de cierto nombre como Leo McKern, Clive Revill, Lilli Palmer, más la belleza indiscutible de Daliah Lavi y la aparición especial de Franchot Tone como el embajador americano. El resultado es una película entretenida, que evoluciona desde un simple caso de detención hasta una conspiración que extiende sus garras hasta las mismas entrañas de la embajada australiana buscando la desestabilización, con una realización correcta aunque falta de vigor en algunos pasajes.

Ya saben, si van a hacer algo bueno, no duden de que se pondrán muchos mecanismos en juego para impedir que se lleve a cabo. Es lo que se suele hacer para hundir los sueños y las buenas intenciones, sobre todo si va a afectar a unas cuantas personas. Esquiven las balas y las bombas.

jueves, 25 de septiembre de 2025

UN GRAN VIAJE ATREVIDO Y MARAVILLOSO (2025), de Kogonada

 

Puede que un GPS algo díscolo decida que la ruta a seguir sea una que marque una coincidencia o, más bien, un encuentro para que las cosas que tanto abruman en la vida comiencen a disiparse. Basta con ser un solitario que ha preferido aislarse un poco del mundo porque no ha encontrado a la persona que haga que todos los días sean diferentes. O, tal vez, ser alguien que ha llegado al convencimiento de que no está hecha para amar porque ese verbo de tan difícil conjugación no lo sabe articular con propiedad por culpa del miedo. ¿Se han parado ustedes a pensar cuántas cosas dejamos de hacer porque tenemos miedo de que salgan mal?

Así pues, nos situamos en las fronteras siempre difusas y no eternamente convenientes del realismo mágico para que un hombre y una mujer que se conocen casualmente en una boda inicien un viaje de vuelta con paradas en algunos de los hechos que han marcado de su existencia. O en alguna de sus culpas. O en alguna de sus decepciones. Imagínense qué maravilloso hubiera sido visitar esos lugares y esas nubes de recuerdo con alguien con quien se presiente que va a cambiar tu vida de arriba abajo. Así podríamos contrastar opiniones, compartir experiencias que llevamos, casi siempre, muy incrustadas en algún lugar del alma, exorcizar demonios que nos acosan y que hemos tomado como certezas indiscutibles basadas en nuestros propios errores. De alguna manera, visitaríamos con verdadera curiosidad el interior del otro, echaríamos un vistazo y llegaríamos a la conclusión positiva o negativa de que esa, y no otra, es la persona que hemos estado esperando durante toda nuestra vida.

Resulta curioso observar cómo el cine, especialmente el americano, ha dejado de describir grandes historias de amor que tantas horas han llenado nuestras ensoñaciones como Memorias de África, o Tal como éramos, o Los puentes de Madison. Esta película no es ninguna de ellas, pero sí que habla del amor y de sus obstáculos para manifestarse y, sobre todo, no es que quiera contarnos una historia de pasión, sino cómo se inicia con una de las armas más poderosas de cualquier potencial amante como es la razón de ser como uno es y cómo se explica que, a veces, seamos tan reluctantes, pero no cobardes, a la hora de lanzarnos a besar a la persona que se va a quedar con nuestro corazón.

El director Kogonada se aplica con una historia que, a ratos, es divertida, en otros, es iniciática, y aún en alguno más es muy romántica. Entre estación y estación, se detiene en esas líneas discontinuas de la carretera para demostrar que el camino se llena con dos intérpretes como Colin Farrell y muy especialmente, con Margot Robbie. Mientras él trata de lidiar con su situación de soledad, ella entabla una lucha casi a muerte consigo misma porque le asusta cualquier atisbo de relación. Tal vez, diga que sí y salga subrepticiamente de la vida del otro sin dar ninguna explicación…sólo porque el pánico la atenaza y la diluye. Su interpretación, en una película pequeña como esta, aunque muy imaginativa, es el mayor activo. Entre otras cosas porque más de uno se pensaría iniciar una relación con su personaje, a veces tan superficial, a veces tan despreciativo, que sólo son máscaras para esconder sus propias inseguridades.

No dejen que el GPS les dé demasiadas órdenes. Ya se sabe. Si siguen sus indicaciones a pies juntillas es posible que acaben volviendo a la infancia, a aquella ocasión en la que le dijiste a alguien cuánto le amabas y la única recompensa fueron las lágrimas que, por alguna razón ignota, no dejaron de brotar. O a ponerse en la piel de tu padre, esa persona que te creía tan especial, sólo para darse cuenta que el que era realmente especial era él. O revivir, en una escena más que notable, las razones por las que se truncó una relación mientras se tomaba un café en un local de moda en un juego de argumentos cruzados que, en algún instante, es realmente brillante. No se duerman siguiendo la línea discontinua y tomen el primer desvío. En ocasiones, cerrar los ojos y dejar que el destino rellene los espacios vacíos puede ser algo bastante tranquilizador, sobre todo si el encargado de hacer las reparaciones es nada menos que Kevin Kline. 

miércoles, 24 de septiembre de 2025

TREN DE NOCHE A LISBOA (2013), de Billie August

 

Tú nunca eliges un libro. Normalmente es el libro el que te elige a ti. No se sabe hasta qué punto puede cambiar una vida la lectura de ese volumen que has encontrado por casualidad a la venta en una tienda, abandonado en una estación de tren u olvidado por cualquier lector despistado en una mesa. Quizá, te intrigue tanto saber de dónde viene el autor y qué le impulsó a escribir aquello que lo dejes todo. Tu aburrida vida de profesor o de oficinista, o de albañil, o de entrenador de fútbol no es suficiente y partas en busca del origen de esas frases que te han transportado a la orfebrería del lenguaje y de las sensaciones. Llegas a una ciudad vieja, pero en la que es muy fácil perderse en sus ensoñaciones y en sus calles en cuesta, empedradas y que te dicen a cada paso que te tomes un café. Visitas los lugares en los que vivió ese escritor, conoces a las personas que compartieron su vida, te das cuenta de que el tiempo pasa de forma irremediable y que nadie es ya quien quiso ser. Sólo ese hombre que se puso delante del desafío del papel en blanco y construyó la magia de la comunicación, la verdadera función que aspira a desempeñar cualquier escritor, el hechizo de las palabras.

Mientras tanto, con asombro, vas descubriendo que el escritor formó parte de, por ejemplo, una célula resistente a la dictadura de Salazar. Que el amor movió su vida y la agitó como una tormenta en ese río que parece un mar y que baña Lisboa. Que hubo mucho dolor y mucha valentía en todo lo que hizo desde su profesión de médico. Y que, incluso, llegó a experimentar el dilema moral de tener que curar a su propio enemigo porque, ante todo, era alguien que deseaba salvar vidas y no terminar con ellas. Quería un futuro para él y para su país. Quería escribir un libro.

Sentido homenaje a la profesión de escritor que realiza Billie August dentro de las intrincadas calles de la capital portuguesa, dejando que el protagonista, Jeremy Irons, haga un viaje menos improvisado de lo que parece, hacia su propio corazón, acolchado y adormecido de profesor universitario, intentando despertar de un letargo al que le ha sumido la rutina y el aburrimiento. Lisboa está espléndidamente fotografiada y Irons parece amar cada uno de los pasos que siguen el rastro del escritor que busca, interpretado siempre de forma bastante limitada por Jack Huston, y que resulta más interesante en los testimonios de las personas que lo han conocido, como una adusta Charlotte Rampling, o un amigo loco por el tabaco como Tom Courtenay. Todo ello le da la oportunidad a Billie August de construir un mosaico en el que falla, precisamente, su afán por mostrarlo todo, cuando bastaría, quizá, con el relato de los testigos que tanto trabajo le cuesta a ese profesor que, como Ulises, trata de encontrar el camino de regreso a sus sentimientos.

Así que es una de esas películas que se dejan ver con suavidad en los dedos, con la certeza de que no se va a asistir a ningún gran espectáculo, con la seguridad de que, en el fondo, también es un viaje al fondo de nuestras palabras. Vean si les parece interesante y, si no, esperen la próxima estación.

martes, 23 de septiembre de 2025

INCENDIES (2010), de Denis Villeneuve

 

Ir en busca del pasado para cerrar el círculo de venganza y violencia. Última voluntad de una madre que se sumió en el silencio cuando descubrió la verdad de su vida. Una vez muerta, es hora de revelarla a sus hijos. Implicará sacrificio y comprensión. Implicará peligro. Implicará amor. Y eso, quizá, es lo más difícil de asumir. Darse cuenta del inmenso amor que puede tener una madre por sus hijos para que ya no haya más rencores ni más muertes. Amor, vida, odio, muerte. Todo ello ahogado por los gritos de la guerra en el Líbano entre cristianos y musulmanes que, en el fondo, se puede adivinar que vale para cualquier conflicto de los que vivimos hoy en día. Incendios en el alma que queman el corazón. Cariño arrancado a dentelladas por la increíble aridez de una tierra que no conoce la paz. El polvo parece adherirse a las caras mientras se suplica por la piedad. Polvo sobre polvo. Rabia sobre rabia. Nunca podrá acabar porque así se mantienen los señores de la guerra en un país que no extirpó el pasado para no tener futuro. Sin embargo, no es ese el legado que quiere dejar esa madre que tanto sufrió con el rechazo y que abrazó el terror como forma de viaje. Quiere acabar con la locura y tiene un plan póstumo trazado para que se cumpla tal y como ella especifica. Es sencillo. Hay que encontrar al padre de sus hijos y también al hermano que se quedó en el Líbano.

Todo ello compone un viaje iniciático difícil de asimilar de la mano de un director que siempre ha destacado por su seguridad en la narración como Denis Villeneuve. Su elección es una película seca, sin concesiones, que guarda para el final el último giro del destino que siempre ha estado aguardando un descubrimiento entre las ruinas y la sangre. Los incendios se suceden porque, tal vez, uno de los hijos no quiere saber nada de ese pretendido pasado, ni de ese padre fantasma, ni de ese hermano inexistente. Ella, la hija, no obstante, intenta comprender a su madre porque fue testigo de su arrinconamiento en la palabra, de su certeza en el silencio, de su mutis voluntario al darse cuenta que el pasado no se puede dejar atrás y que, para que haya futuro, siempre, alguien, en algún lugar, debe perdonar. Y esa es la gran enseñanza que nos deja Villeneuve. No hay avances sin perdón. No hay vida sin olvido. No hay carga sin mancha terrible y pesada.

El viaje va a empezar por carreteras de piedra y arena. La plenitud sólo se alcanza con el conocimiento y, a partir de ahí, es cuando comienza a forjarse el perdón. No existe sin conocimiento. Es imposible. La ignorancia siempre origina violencia y enfrentamiento. Alguien dijo que la verdad puede ser la libertad. Y puede que tenga razón, pero aquí se deja de manifiesto que la verdad puede ser el perdón. Sin más trabajo que una sencilla operación matemática de resultado absurdo. Una conjetura de gemelos en los que uno más uno también es uno.

viernes, 19 de septiembre de 2025

EL CONDE DE MONTECRISTO (2924), de Alexandre de la Patelliere y Matthieu Delaporte

 

Muchas han sido las versiones que se han realizado en cine de esta modélica novela de Alejandro Dumas en la que la venganza se convertía en protagonista a través de un viaje de sufrimiento y educación en el interior de las mazmorras del Castillo de If. Personalmente, siempre preferiré la primera de todas, dirigida por Rowland Lee y protagonizada por el siempre maravilloso Robert Donat, un actor que parecía llamado a ser una estrella en las películas de capa y espada y tuvo que desarrollar sus privilegiadas dotes dramáticas debido al asma crónica y aguda que padecía. En esta ocasión, se nos presenta un Conde que está mucho más arraigado en la oscuridad, que rumia la venganza con una sangre fría temible y que es incapaz de hacer revivir el amor que un día sintió por la vida. Entre medias, la lujosa producción de la película nos lleva por chateaus de belleza excepcional y con un despliegue de medios realmente envidiable. Los malvados resultan menos atractivos y el protagonista, Pierre Ninay, es un actor competente que resulta más atractivo cuando está disfrazado que cuando aparece con su rostro limpio de maquillaje. Y ésa es otra de las novedades. Edmundo Dantés, en esta ocasión, es un maestro del disfraz y asume varias personalidades, aunque breves, durante toda la historia. Por otro lado, se soslayan los espectaculares duelos a espada que siempre han jalonado todas las versiones anteriores y solamente al final hay un enfrentamiento que resulta muy breve y algo tosco. Nada que ver con las elaboradas coreografías con Donat o Chamberlain. Aquí te pillo y aquí te mato.

Escrita toda esta primera impresión ¿cuáles son las intenciones de la película? Es evidente que tratan de hacer un conde más dramático, con más dobleces y con un punto de maldad. Un conde que no sigue al pie de la letra las enseñanzas del Abate Faría, un personaje que está un punto desaprovechado en esta versión, y que, más allá de la búsqueda de sangre, busca la ruina de sus enemigos a través de complicadas tramas empresariales y judiciales con intervención de la prensa. La larga duración de la película, de casi tres horas, hace que, sin duda, a la altura de los ojos haya un cierto goce con el desfile de los distintos escenarios que aparecen, pero que se adivine una leve inquietud en el intento de ofrecer novedades a la historia que, por otro lado, se halla muy cerca de la perfección.

Cuando todo se derrumba, el deseo de venganza no basta como para seguir adelante. Hace falta fuerza de voluntad para seguir viviendo, tratando de superar el terrible golpe que supone perderlo todo y estar muy atento a todas las circunstancias que han cambiado cuando el regreso se hace presente. En el fondo, Edmundo Dantés, figura inmortal de la Literatura, es un hombre trágico, que ha perdido lo que más quería, incluido el futuro. Ya sólo le queda la ínfima satisfacción de ver cómo los que le han condenado a la muerte en vida, se arrastran por el suelo. Cuando llega el momento, ni siquiera es vivido con énfasis. Sólo agacha la cabeza y, con un susurro, hace el recuento de sus víctimas. Esa es su única victoria. Ese es su mayor patrimonio.

jueves, 18 de septiembre de 2025

EL CAUTIVO (2025), de Alejandro Amenábar

 

Aquí, a la vista de los molinos de viento que, con sus aspas, parecen saludar a cualquier mortal sea cual sea su condición, es tiempo de volver la vista a la espalda y asistir a una historia que ponga en juego cuáles son las razones por las que el Bajá de Argel perdonó la vida a Don Miguel de Cervantes a pesar de que cualquier intento de fuga se castigara con la muerte. Y el reo, luchador de vida y de relatos, lo probó cuatro veces.

Desde hace bastantes años, corrieron por los mentideros de historiadores y estudiosos tres posibilidades. El preso era asaz valioso y el Bajá no quiso arriesgar tan oneroso rescate pedido a través de los frailes mercedarios. O bien, el tipo puso en práctica su rica imaginación y su facilidad para contar historias se convirtió en condimento indispensable de la aburrida vida del mandatario. Por último, y ya hace años que ello se comentaba, hubo una relación, cuando menos, cercana entre el autoritario cargo turco y ese soldado de mano rota y cerebro agudo.

Amenábar, Amenábar, moro de la morería, ha decidido contar las tres posibilidades y en ello no se halla ofensa alguna. La supervivencia, vive Dios, tiene caminos inescrutables, tortuosos y, a menudo, llenos de avatares que obligan a realizar actos para seguir alimentando el sueño de volver a España, país de contrastes y villanos corruptos, para contar las verdades de las más diversas formas. Decidme vuesas mercedes si hay algo de malo en ello.

El resultado es una historia que apasiona, respeta al máximo y engrandece la figura de ese príncipe de letras en el que luego se convirtió el soldado de menguada mano y largo ingenio. A pesar de que, en algunos pasajes, parece que cuesta avanzar en la narración, los pelos se yerguen como escarpias cuando se trata de recuperar la libertad, eso mismo que nunca nadie debe arrebatar. O cuando uno de los camaradas del dilecto Cervantes le susurra al oído que vale más que todos los que se hallan en tan delicado trance de cautiverio. Y, por encima de toda la parafernalia, se encuentra un actor que riega con su experiencia y su maravillosa presencia todo este devenir de acontecimientos y que no es otro que el caballero Miguel Rellán. Su mirada dice más de lo que habla, su hablar expresa más de lo que siente, su sentir se eleva por encima de la comprensión. Ese trabajo, voto a bríos, va a dar mucho que escribir por esos rincones de cine y verdad. Por otro lado, bien acompañado se encuentra el tal Rellán porque Julio Peña da vida al soldado y escritor con ansia infinita de vida y Amenábar salpica trama y enredo con algunos apuntes que, más tarde, servirán para dar idea y forma a las letras que tanta diversión y arte ha proporcionado en la cultura y el carácter español.

No es baladí esta historia, no. A vuesas mercedes dejo el juicio final sobre todo lo que cuenta porque, sin ahorrar en elogios, ni escasear en críticas, también hay que destacar al ladino Fernando Tejero porque, amigos, allá donde había un español, inevitablemente, topaba con la Iglesia. Así que, no se preocupen, abandonen los prejuicios que lindan con la estupidez y dejen llevarse de la mano por este contador de historias que fue Miguel de Cervantes, caballero entre caballeros, que tuvo vida desgraciada y poco reconocida, pero que el tiempo y la justicia han colocado en el primer lugar de nuestras letras, conformando, en sus obras, un resumen del carácter hispano, con todos sus defectos, con todas sus virtudes, con todos sus olvidos y con todos sus recuerdos. Al fin y al cabo, señores, eso está al alcance de muy pocos. Por eso, si en el camino tropiezan con unos molinos de viento de esta tierra de piedra y sol, dejen que sus aspas saluden con parsimonia y sonrían. Él sólo deseó que la vida, nuestra vida, fuera un poco más amable.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

EL MENSAJERO (1971), de Joseph Losey

 

El pasado es un país extranjero. Las cosas, allí, se hacen de un modo diferente. Aunque para un niño de trece años recién cumplidos casi no haya país extranjero, pero enseguida se va a agenciar uno. Todo parece tranquilo y en orden en la campiña extranjera, pero los trece años son signo inevitable de un despertar sexual y hay una chica por allí que media los veintitantos y que parece despertar algo desconocido en el interior del chaval. Ella parece atenta, siempre se acuerda de él para hacer alguna actividad propia de la alta aristocracia británica. Él va encantado. Sin embargo, ella le requiere para algo más. Debe hacerle el favor de llevar unas cartas a un mozo de cuadras de la finca de al lado, un tal Ted. El amor, ya se sabe, dota de alas a Mercurio y, con el deseo de agradar a esa chica de belleza serena, el chico lleva y trae comunicaciones entre el mozo y la aristócrata. Mientras tanto, como no podía ser menos, el preadolescente empieza a hacerse preguntas sobre las relaciones entre un hombre y una mujer. Intuye lo que pasa cuando dos cuerpos se acercan, pero hay algo que no le deja vivir en libertad. Quizá sea la educación, quizá sea el ambiente agobiante de orden y exquisitez, quizá sea la sensación de que eso es algo sucio e indecente en el que caen todos. Algo es muy raro en todo ello. Y Leo, que así se llama el chico, lo descubrirá de la peor forma.

Después de El sirviente, Harold Pinter volvió a trabajar en el guion para Joseph Losey y el resultado fue una película que fue ampliamente alabada por los circuitos de arte y ensayo de la época, a pesar de que siempre he sido del parecer de que El sirviente es mejor que El mensajero. Y, quizá, el tiempo se ha puesto de mi parte porque esta última ha envejecido regular mientras que la otra se mantiene en su cima de terrorismo social. Aún así, no cabe duda de que la intención de Losey a primeros de los setenta con esta película era crear polémica sobre la maduración sexual, sobre los primeros amores de infancia, sobre la rigidez en la que aún se vivía en aquellos años, a pesar de estar ambientada en la época victoriana y en lanzar, por supuesto, una crítica feroz a la estratificada sociedad británica, más preocupada en mantener las apariencias y en expandir la idea del comportamiento correcto dentro de la natural corrupción humana. Todo una pura falsedad de encaje y té.

Así que no corran demasiado por hacer favores a aquella que ha arrebatado sus sueños. Nada es tan inocente, ni tan incorruptible. Nada es tal y como nos lo imaginamos a los trece años. Ahí parece que la felicidad se va a abrir camino de un momento a otro y no nos damos cuenta de que ya está al alcance de la mano, con sus sensaciones y sus sensibilidades. Y nunca volveremos a ser iguales. Ni siquiera con el servicio como bandera para agradar a quien roba nuestro corazón.

martes, 16 de septiembre de 2025

TERENCE STAMP: EL REBELDE IMPASIBLE

 

Compañero de juergas y de piso de Michael Caine cuando ambos luchaban en los callejones de Londres por abrirse paso en el mundo de la actuación, se podría decir que Terence Stamp es un caso, si no único, si bastante poco frecuente dentro del cine. Nunca fue amante de las interpretaciones grandilocuentes. Su gestualización fue siempre económica, ahorrando cualquier expresión de más y dejando, a través de un rostro magnético, que el público adivinara lo que pasaba por el pensamiento de sus personajes. Además, aunque con sus excepciones, siempre fue bastante proclive a huir de los estándares más comerciales, eligiendo proyectos minoritarios o, en su defecto, papeles muy por debajo de su categoría de actor, quedándose en un mero secundario que aportaba una presencia que siempre se dejaba sentir. Terence Stamp fue el rebelde impasible de aquella generación de actores que incluyó nombres tan ilustres como el propio Michael Caine, Richard Harris, Peter O´Toole o Robert Shaw.

Su primera aparición en el cine ya daba una idea de su futuro. Fue el alumno arrogante, que aceptaba de una forma insultantemente desafiante los castigos de Laurence Olivier en Escándalo en las aulas, de Peter Glenville. A continuación, cambia absolutamente de registro y entra en los terrenos de la candidez con su papel de grumete en La fragata infernal, de Peter Ustinov, convirtiéndose en los escondidos deseos del terrible personaje de maestro de armas encarnado por Robert Ryan. Su salto a la fama mundial se produce con su tercera película, a las órdenes de William Wyler, en El coleccionista, en la piel de ese joven sociópata que, para paliar su soledad, no se le ocurre otra cosa que raptar a una chica de la que está platónicamente enamorado para forzar una relación. Su impasibilidad, de fondo irresistiblemente turbia, llamó la atención de la crítica mundial en la que es, con toda probabilidad, una de sus mejores películas.

Comete un ligero tropiezo al intervenir en ese intento de realizar un James Bond femenino en un director tan poco adecuado para estas lides como Joseph Losey en Modesty Blaise, pero está muy convincente como el galán casi inalcanzable para Julie Christie en Lejos del mundanal ruido a las órdenes de John Schlesinger. Un talento como el de Terence Stamp no podía pasar desapercibido para aquellos jóvenes airados del free cinema británico.

Encadena un par de tropiezos, pero Stamp se convierte en una especie de fetiche del cine de autor europeo al intervenir en el episodio felliniano de la fallida Historias extraordinarias, en la que, prácticamente, pierde la cabeza, y da con uno de sus papeles señeros como ese joven que altera la aburrida rutina de una casa levantando deseos turbios en cada rincón en la que, posiblemente, sea la mejor película de Pier Paolo Pasolini, Teorema.

Después de esto, intenta abrirse paso en las más prestigiosas producciones europeas, pero no elige demasiado bien. Es el amante de Laura Antonelli en la prescindible Divina criatura, de Giuseppe Patroni-Griffi, se retira casi durante cinco años porque quiere saber lo que quiere y cómo lo quiere. Hace algo de teatro, algo de televisión, escribe, pone voz a documentales e, incluso, es un espectador asiduo de los estadios de fútbol ingleses. Entre partido y partido, se va a la India a aprender meditación y sumergirse en los misterios del Veda.

Su encarnación del General Zod en las dos primeras partes de Superman le devuelve a la primera línea y, no sólo eso, sino que, de alguna manera, se convierte en su interpretación más conocida en las nuevas generaciones que, en el momento de su fallecimiento, le han recordado por este trabajo y no por otros mucho más destacables. Sin embargo, y a pesar de la popularidad que le granjea, da otro giro inesperado y se viene a España a rodar con Juan Piquer Simón Misterio en la isla de los monstruos y, luego, va a Italia a recrear, de forma un tanto delirante, el supuesto asesinato del Papa Juan Pablo I en Muerte en el Vaticano. A partir de aquí, Stamp baja algún puesto en el pedestal de los primeros actores y prefiere dedicarse a los secundarios y a las apariciones episódicas en alguna que otra película de prestigio.

A destacar su interpretación del científico que indaga en el comportamiento de los primates en la excelente Link, de Richard Franklin, o en el rostro más antipático del comercio del arte en la muy divertida Peligrosamente juntos, de Ivan Reitman, dando la réplica a Robert Redford y a Debra Winger. Aparece, hierático como nunca, en El siciliano, de Michael Cimino, y en Wall Street, de Oliver Stone, y realiza su única incursión en la dirección dando órdenes a Lorraine Bracco y Harry Dean Stanton en una película llamada Stranger in the house, que apenas obtuvo distribución y que fue un fracaso ya antes de su estreno, a pesar de una premisa argumental atractiva como el de una mujer que regresa de su luna de miel y se encuentra con que su padre vive con una joven. Pocos días después, el padre aparece muerto y se levantan todas las sospechas.

Después de ese rodaje, se sitúa en Polonia y en España para rodar la adaptación de la novela de Antonio Muñoz Molina Beltenebros, bajo la dirección de Pilar Miró en la que es su mejor película. Su Capitán Darman, ese hombre que se supone que luchó en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil y que se dedica a deshacer los entuertos del partido comunista en la clandestinidad con encargos sucios resulta enigmática, atractiva, misteriosa e intrigantemente romántica. Un estupendo trabajo.

Vuelve a parar y cuando vuelve, lo hace con fuerza. Las aventuras de Priscilla nos descubre a un Terence Stamp tremendamente nuevo, travestido y con poca vergüenza que nos conquista y nos hace reír, que nos estremece y nos hace pensar. Una película que nació para ser underground y acabó siendo un éxito que dio lugar a un musical de Broadway.

Otra de sus estupendas interpretaciones se halla en la poco conocida El halcón inglés, de Steven Soderbergh, donde encarna a un ladrón que sale de la cárcel y toda su energía se concentra en hallar a los asesinos de su hija lo cual, inevitablemente, le lleva a resolver otra serie de problemas colaterales. Una excelente actuación porque Stamp lleva al límite la combinación perfecta entre misterio y dolor, entre cariño y nostalgia, entre un hombre que está condenado a vagar por el mundo y su dificultad para hallar un cierto orden en él.

Otro de los papeles por el que le recuerdan las nuevas generaciones es el Canciller Valorum de La amenaza fantasma y, llegado este punto, a Terence Stamp sólo le interesan actuaciones breves en películas que le gusten que no tienen por qué necesariamente ser buenas. A destacar su mariscal conspirador en Valquiria a mayor gloria de Tom Cruise, o ese jefe supremo de la legión de ajustadores de destino en la muy apreciable Destino oculto, de George Nolfi basándose en una novela de Philip K. Dick, o su aparición en Big Eyes, de Tim Burton o su última aparición en el cine en un cameo dentro de la apreciable Última noche en el Soho, de Edgar Wright.

Lo único cierto de este somero repaso es la conclusión de que un actor como Terence Stamp, con talento, con un físico llamativo, con esa forma de estar tan británica, ha destacado por su rebeldía. No tenía por qué ser siempre el protagonista. Bastaba un buen papel con pocas frases. O el deseo de trabajar con algún director que despertara en él algo de admiración. Quizá no entre en la leyenda, pero sí, de algún modo misterioso, que esas actuaciones llenas de silencio y de miradas elocuentes han marcado un estilo al que no todos son capaces de llegar.

viernes, 12 de septiembre de 2025

LOS AMANTES DE LA NOCHE (1947), de Nicholas Ray

Las heridas llevan directamente a la felicidad. Eso debió pensar Bowie cuando le alcanzaron en aquel atraco y una chica dulce y maravillosa cortó la sangre y sanó su alma. Bowie comienza con ella una historia de amor que, sin embargo, es pura maldición. La policía, las circunstancias, los antiguos compinches, los chivatazos, la prensa sensacionalista…nada va a estar a favor de estos amantes de la noche que han decidido emprender la huida hacia adelante, casarse como una decisión repentina, tratar de encontrar un rincón donde esconderse. El pasado no suele olvidar lo que somos,  por mucho que Bowie sea un joven descarriado que trata de regenerarse. Sólo que no existen las oportunidades para él. La muerte es su verdadera novia. Y la chica no se resigna a compartir a Bowie con nadie.

No cabe duda de que la mala suerte y las contradicciones de la vida hacen imposible que Bowie y su mujer consigan el pedazo de felicidad al que todo el mundo tiene derecho. Quizá sea el terco destino, que se empeña una y otra vez en arrastrar a Bowie al pozo. Casi no sería ninguna barbaridad asegurar que él lo sabe, pero lucha hasta la extenuación para que esa chica irrepetible no le acompañe. Ella no es mala. Sólo se ha enamorado del chico malo. Y él no es tan malo. O, al menos, guarda la intención de no serlo aunque todo se vuelva contra él. Las pistolas, el dinero, el coche a toda velocidad, entrar y salir, los antiguos amigos que van cayendo y que no dudarán en delatarle en caso de que lleguen a ser detenidos. Uno de los problemas de Bowie es que no tiene en quién depositar su confianza. Sólo a ella. Y quiere dejarla al margen.

Nicholas Ray dirigió esta película haciendo hincapié en lo que sería uno de sus sellos de autor como es la preocupación por la juventud. En esta ocasión, estaríamos prácticamente en una revisión de aquella Sólo se vive una vez, de Fritz Lang, con Henry Fonda y Sylvia Sidney, con jóvenes perdidos, tratando de encontrar un camino que no existe porque sólo pueden ir y nunca volver. Con la ley y toda la sociedad detrás de ellos y con la prensa azuzando a las multitudes para que los delaten, los encuentren, los entreguen y, quizá, los linchen. Mala suerte, chicos. La noche no quiere amantes. Sólo sangre que se vuelva negra a la luz de la luna.

Así que preparémonos para emprender una huida sin fin. Ellos saben que, en el mismo momento en que se detengan, estarán perdidos. La gente, la ciudad, la ley…nada de eso guarda piedad para estos fugitivos de la felicidad. La sentencia será inapelable y, a cada movimiento que hagan, todo irá a peor. Maldición. Algo como el amor nunca debería acabar así. Al fin y al cabo, el chico no ha matado a nadie. La prensa es la que ha agrandado el delito hasta hacer de él uno de los delincuentes más buscados del país. Ése es el precio de un titular. La vida de un joven. 

 

jueves, 11 de septiembre de 2025

EL EXPEDIENTE WARREN: EL ÚLTIMO RITO (2025), de Michael Cera

 

El matrimonio Warren ofrece una última aventura que, de algún modo, está íntimamente conectada con sus inicios. El demonio, en sus planes infernales, debe cobrarse las víctimas que tiene previstas. Si no es así, regresará para cuadrar sus cuentas y no dudará en utilizar cuantos cebos sean necesarios para que sus enemigos se acerquen a sus dominios. Los Warren comienzan a tener una edad y los achaques comienzan a aparecer. Su hija ya es casadera y su museo de objetos malignos está pidiendo echar el cierre a gritos, y nunca mejor dicho.

Con esto, podemos decir que tras una segunda parte en la que no parecía estar demasiado cerrado el guion y una tercera en la que se pintaba una cierta desgana a la hora de causar algún que otro escalofrío, esta cuarta parte de las desventuras del matrimonio que es la pesadilla del maligno no está nada mal. Acude a ciertos efectos ya sabidos, pero sorprende en algunos otros. Causa sobresaltos y reina una inquietud muy saludable porque hace tiempo que el cine de terror no ofrece lo que promete. El resultado es una película aceptable, que tiene momentos de escalofríos bien pensados, con un desenlace que acaba por ser bastante coherente con el resto de la película y, eso sí, tiene un par de saltos que trata de esconder debajo de la alfombra para contar con cierta complicidad basada en los menos avezados.

Sin duda, ya se notan los años en los rostros de Patrick Wilson y de Vera Farmiga aunque aún resultan creíbles como el matrimonio acérrimo enemigo del diablo. La ambientación en los años ochenta es bastante correcta y, en esta ocasión, la dirección de Michael Cera resulta mucho más ajustada que en la tercera parte, que parecía atacada de apatía. Mientras tanto, uno se posiciona dentro de esas casas en las que parece que se asienta una armonía familiar de rutina ansiada, con sus cenas a la luz cálida de una mesa en la que se reúne toda la tropa y se pregunta si Lucifer quiere clavar sus garras precisamente en esos hogares en los que hay un lejano ensayo de felicidad.

Así que, vayan con cuidado. Cuando todo está más tranquilo, es cuando pueden aparecer los problemas y lo que estaba bien, se vuelve siniestro. Lo que daba la impresión de ordenado, se vuelve puro caos. Y todo ello niebla la supuesta visión de un futuro que siempre se acomoda entre las rendijas del deseo. Y también habrá desgracias para aquellas personas que, de un modo u otro, nos han acompañado en otras aventuras. Lo que sí parece seguro es que no habrá más aventuras de los expedientes de los Warren. Hay epílogo escrito, hay una especie de reencuentro en una escena final que recuerda que Belcebú no está en todas partes y hay un pequeño ceremonial de paso de testigo para que pueda haber un supuesto relevo si la taquilla hace su función. Eso sí, con intérpretes menos carismáticos y. a buen seguro, con historias menos cerradas con alguna que otra concesión al terror juvenil, como ya se ha hecho con la franquicia empezada y apadrinada por James Wan.

No lo olviden. Detrás de una puerta, en el traicionero reflejo de un espejo, en ese rincón de nuestra casa en el que nunca da la luz, en un cristal que proyecta una imagen, en una pared a propósito para escribir consigna con una tiza… ¿No notan una terca sonrisa  en la penumbra que murmura un nombre?                                                    


miércoles, 10 de septiembre de 2025

UN RAYO DE LUZ (1950), DE Joseph L. Mankiewicz

 

Nadie nace odiando. El odio es algo que se almacena, se macera, fermenta y se escupe. Y para que ocurra lo último sólo hace falta una pequeña espoleta que encienda la mecha. Todo ello se mezcla con multitud de sentimientos encontrados. Uno de ellos es la envidia. ¿Un negro consigue hacerse una carrera respetable como médico mientras yo, un blanco americano, se arrastra por los arrabales malviviendo? ¿Quién se ha creído que es? El otro es el deseo de amotinarse contra los negros, sea cual sea el resultado, levantando a todos esos que comparten barrio y miseria. A medias como un producto de la rabia interior que también ha ido haciendo su hueco en un puñado de almas. A medias por ese natural racismo lleno de rabia que se ha ido amontonando hasta que ya se ha llegado al límite. Ya no hay más sitio, ahora hay que desahogarlo. Ignoran que todo ese racismo y todo ese odio no es más que la consecuencia de su propia ignorancia. Y ése, desde siempre, ha sido uno de los grandes problemas sociales que se ha enquistado en todas y cada una de las civilizaciones occidentales.

Entre esa ignorancia supina, nadie piensa que un chico de color ha conseguido terminar la carrera de Medicina por sus propios medios, que no son, ni de lejos, los que están a disposición del hombre blanco. Un negro tiene más difícil el acceso a una enseñanza superior porque no tiene derechos, su posición dentro del estrato social no es mucho mejor que la de un animal. Sólo a base de trabajo y de tragar lo que muchos no estaríamos dispuestos se puede llegar a una posición tan respetable, tan entregada y, por supuesto, tan sacrificada. Y, no contentos con eso, es mejor organizar emboscadas de ensañamiento, a ver si ese negro se mete el diploma por el estetoscopio.

Esta fue una película valiente hasta más allá de lo razonable. En el año 1950, aún no se había desencadenado la lucha por los derechos civiles, los negros aún no podían votar y su acceso a la universidad era sólo una entelequia que la mayoría de la sociedad blanca atribuía a los deseos de radicales izquierdistas. Joseph L. Mankiewicz agarró el toro por los cuernos y realizó una película abiertamente antirracista, con una conclusión fantástica en la que se pone de manifiesto que al odio no se le combate con odio, sino con entrega y dedicación. Para ello, cuenta con estupendos trabajos de Sidney Poitier y, sobre todo, de Richard Widmark que, cuando se ponía en el registro odioso que ya había conseguido con éxito en El beso de la muerte, tres años antes, era muy creíble en sus reacciones y en sus rechazos. Linda Darnell también trata de poner algo de orden en unos personajes muy zarandeados por sus prejuicios (e incluso el doctor negro también tiene alguno, lo cual es extraordinariamente acertado por parte de Mankiewicz). El resultado es una película que, sin necesidad de acudir a efectismos reivindicativos, es creíble, tormentosa, posicional y convincente. Así que repasen los derechos civiles de los que somos depositarios y vean cuánto han tenido que soportar aquellos que no merecían tanta saña.


martes, 9 de septiembre de 2025

LUNA DE PORCELANA (1994), de John Bailey

Siempre la mujer que te devora las entrañas. No había ninguna necesidad. El inspector Baudine tenía su trabajo, que desempeñaba con entusiasmo y diligencia. Estaba en pleno proceso de enseñanza de su compañero novato. Iba y venía. Con independencia. Y, de pronto, tomando el aire, se encuentra con ella. Y él nota que la placa le pesa más y que el deseo vuelve en torno a su piel. No ha visto a otra igual. Está dispuesto a todo con ella. Sólo hay un pequeño defecto y es que ella está casada con un tipo despreciable, uno de esos hombres de negocios que creen que todo lo que poseen, incluso las mujeres, es suyo. De vez en cuando, por supuesto, se le va la mano. Beaudine cree sinceramente que es uno de esos individuos que hacen que el mundo sea mucho mejor si no están. Y ocurre. De repente, él no está. Sólo ella, con un arma en la mano. Beaudine se lo tiene que pensar mucho porque ella está dispuesta a arrastrarse dónde sea con tal de que el inspector de policía le saque del apuro. Para rizar aún más el rizo, Beaudine va a tener que hacerse cargo del caso e investigar a la chica. Y eso hace que vayan saliendo cosas que le llevan al convencimiento de que se enamoró de la Luna. Y todo el mundo sabe que la Luna sólo está completa unas pocas noches y luego va desapareciendo.

Uno de los peores errores que puede cometer un policía es considerar inferior a un policía novato. Da la casualidad de que ese imberbe que acompaña a Beaudine a todas partes es más competente de lo que parece. Se fija mucho, habla poco y toma nota mental de todo. Quizá sea un compañero útil llegado el momento, aunque en las circunstancias en las que se ve inmerso Beaudine puede que incluso sea un estorbo. Y no sabe hasta qué punto. Ese advenedizo de la policía puede complicar mucho las cosas. Y Beaudine sólo hubiera deseado calmarlo todo, vivir con ella y dejar que la Luna bañase sus sueños de ternura.

No cabe duda de que Luna de porcelana parece beber mucho de aquella maravillosa Fuego en el cuerpo, de Lawrence Kasdan, sólo que con menos, casi ninguna, dosis de sexo. El hombre arrastrado hasta los infiernos de la legalidad por culpa de una mujer que le atrae hasta el dolor no es algo nuevo en el cine. La novedad de esta historia de John Bailey, que no por casualidad fue el director de fotografía de Kasdan en esa película, es el desenlace, que no se espera y que se siente. El resto está bien llevado, con trabajos muy competentes de Madeleine Stowe, Ed Harris y Benicio del Toro, avisando ya de lo que era capaz con un papel un poco más extenso, con una fotografía estupenda y un entramado que llega a ser bastante creíble porque, de forma permanente, hay un filo de navaja cerniéndose sobre la garganta de ese policía que desciende poco a poco hacia los infiernos y que le duele cada paso que da. No, Beaudine, aunque lo hace por amor, no está contento, ni convencido. Sólo prometió mucho amor y él es tan íntegro que está pagando su deuda.

viernes, 5 de septiembre de 2025

NADIE 2 (2025), de Timo Tjahjanto

 

Don Nadie tiene que parar. Está un poco estresado. No tiene demasiado tiempo para la familia y siente que le duelen los nudillos de tanto repartir. No en vano, tiene que devolver la deuda que contrajo con sus patronos porque se hicieron cargo de aquellos treinta millones de dólares que quemó a la Mafia rusa en uno de sus arranques tan repentinos porque unos ladrones le habían birlado un llaverito a su hija. Así que pide un respiro y quiere ir al mismo sitio en donde, una vez, saboreó algunos bocados de felicidad al lado de su hermano y de su díscolo padre. Sin embargo, el tiempo pasa y nunca en balde y aquel paraíso de diversión y de descarga ahora es una de las estaciones más importantes del paso de droga desde México. Y un tonto con ínfulas le da un coscorrón a su hija. Don Nadie no pasa por ahí.

Después de la sorpresa que significó aquella primera parte en la que un tipo aparentemente normal tenía más peligro que Schwarzenegger enfadado, era difícil captar a la audiencia en la tesitura de ese Don Nadie disfrutando de unas vacaciones familiares. Ya se sabía que tenía ese segundo pensamiento que le hacía volver sobre sus pasos y armar una del tamaño de Mississipi. Evidentemente, es una película inferior y, siendo rigurosos, no es más que un montón de peleas unidas por un hilo argumental bastante débil. Bob Oedenkirk sigue siendo el ideal nadie y su mujer, Connie Nielsen, acapara en esta ocasión un mayor protagonismo. Por otro lado, se desaprovecha lastimosamente el personaje del padre, interpretado por Christopher Lloyd, que en la anterior se destapaba como un tipo de cuidado y en esta no es más que un loco que disfruta con la destrucción total, perdiendo gracia y, por supuesto, oportunidades de lucimiento demostrando que quien tuvo, retuvo. En el rincón contrario, una Sharon Stone que opta por pasarse de rosca a gusto y que denota que se lo debió pasar en grande interpretando el papel de una psicópata de libro, carente de emociones y de escrúpulos.

Por lo demás, uno de los haberes de la película es su uso casi narrativo de la música, que aumenta la sensación de vivir un chiste a través de una violencia que llega a rozar lo truculento. Nadie 2  es una película de verano, sin pretensiones, no aspira a ninguna otra cosa. Sí, se pasa bien si lo que se exige es un puñado de escenas con bofetadas bien coreografiadas y  se presta atención al murmullo que sale del respetable cuando el protagonista se piensa las cosas dos veces, pero ya no es esa película sorprendente, fresca, algo diferente y de acción que fue la primera. Ahora es un montón de golpes por aquí y por allá, con cadáveres a granel y una feria del tres al cuarto como principal escenario. Lo justo para acomodarse en el cine, disfrutar del aire acondicionado y salir como se ha entrado, con el gesto relajado del verano.

Así que, yo que ustedes, elegiría con sumo cuidado el lugar donde se pasa el verano. Más aún si van acompañados de adolescentes con edad tormentosa, porque dudo mucho que ninguno les vaya a seguir si el destino es un parque de atracciones de tercera en una ciudad perdida que no tiene más que un par de piscinas con toboganes gigantes y alguna que otra noria que puede llegar a ser un arma mortal. Como dice Connie Nielsen a su marido sin nombre: “Es tu familia, arréglalo”. Con eso, pues hala, a coleccionar tickets de máquinas de lo más variado y, entre una y otra, trompazo va, mamporro viene. ¿Les hace el plan?

jueves, 4 de septiembre de 2025

LOS ROSE (2025), de Jay Roach

 

No siempre los matrimonios comen perdices. Con eso, no quiero decir una perogrullada. Sé que hay parejas que se deshacen porque es imposible seguir con la convivencia. Me refiero a algo mucho más detenido en el tiempo. Puede que haya dos personas que han nacido para estar juntas y felices, pero siempre, en cualquier tipo de roce, lo que existe es una serie de energías subterráneas que van minando las galerías del cariño. Es todo aquello que no se dice, aunque sabemos perfectamente que es lo que nos delata como seres egoístas, incapaces de pensar en el otro, envidiosos de que el éxito pueda visitar a la otra persona, o la realización personal o…vaya usted a saber por qué. Lo que acaba realmente con cualquier matrimonio o con cualquier pareja de hecho es la verdad silenciosa.

Y aquí tenemos a los Rose. Son dos gañanes simpáticos que utilizan mucho, mucho humor inglés para seguir adelante y hacer que la vida tenga una pequeña sorpresa cada día. Una afirmación aguda por aquí, una réplica ingeniosa por allá y siempre aparece ese bálsamo del amor que es la risa. La risa cómplice. Esa risa doble que sale de dos bocas porque se permanece en la misma onda. Cuando esa onda se desajusta es cuando empiezan a aparecer los problemas. Y, si de verdad se quieren arreglar las cosas, no cabe duda de que habrá que rascar mucho, pero mucho, mucho, en las personas que un día fueron y que se sonrieron con la mirada, se amaron porque fueron uno y se celebraron porque encontraron una fórmula más o menos perdurable de felicidad.

Me estoy poniendo muy serio y eso no es ídem. Esta película es más comedia que otra cosa y, si nos ponemos quisquillosos, es cierto que aparece enseguida la primera versión dirigida por Danny de Vito e interpretada por Michael Douglas y Kathleen Turner con el título de La guerra de los Rose. Mientras que en esa la gracia estaba en las tremendas trastadas (por no emplear otra palabra malsonante y más fuerte y descriptiva) que se hacían uno a otro y que ponían a prueba la imaginación del colmillo más afilado, aquí vemos cómo el guion se detiene en contar la historia completa. El enamoramiento, el día a día, los fallos, los aciertos, la enorme complicidad permanentemente repleta de buen humor, para enfilar las sucesivas trastadas en la parte final en la que, inevitablemente, también aparecerá el destino. ¿Hay que comparar? Si la dirección de Danny de Vito en la primera era enormemente imaginativa, hay que reconocer que, en esta ocasión, todo está más trabajado, más alejado del humor físico y más cerca del gesto inteligente. Y a ello ayudan dos intérpretes que manejan con considerable destreza los registros de comedia y de desesperación soterrada como Benedict Cumberbatch y Olivia Colman. Merece la pena verse por ellos dos y por cómo son capaces de crear química para fabricar ácido sulfúrico.

Así que mirémonos un poco. Deshagámonos de esos pedantes y vacíos amigos que dan opiniones que no valen ni para envolver un mal pastel y examinemos con detenimiento dónde están nuestras frustraciones y de qué manera podemos aliviar las de los demás. No es una frase demasiado larga. Es fácil de memorizar y de aplicar e, incluso, de pronunciar cuando se está en cualquier reunión con éste o con aquél. Se queda de maravilla. Prueben a decirlo. Suena a pensamiento de cajón de niño de chupete y pañal, lo sé…pero miren…estoy seguro de que muy pocos han llegado a planteárselo. Y si lo han hecho… ¿saben qué es lo primero que se les ha pasado por la cabeza? No volver a pensarlo porque les hace sentir incómodos saber que su vida no es plena y que tienen una obligación más que moral para contribuir a la que los demás sí lo sea. Y ahí radica la mayor parte de nuestros problemas.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

LOS CUATRO FANTÁSTICOS: PRIMEROS PASOS (2025), de Matt Shakman

 

Cuarto intento del universo Marvel de reformulación de ese grupo de superhéroes tan especial que siempre han sido Los Cuatro Fantásticos después de los desastres de 2005 y 2007, con Jessica Alba como Susan Storm y Chris Evans tratando de ser reconocido como la Antorcha Humana antes de hacerse con el traje del Capitán América, y de 2017, con una descolocada Kate Mara como la Mujer Invisible. En esta ocasión, tenemos a Pedro Pascal como Míster Fantástico y a Vanessa Kirby, sin duda, lo mejor de la película como su dilecta esposa y alma y centro del grupo. El resultado es una película que arranca aplausos del público, pero que no es más que una remezcla de las dos primeras con unos diálogos más bien mediocres y con una falta de fuerza que delata su condición de inane porque no aporta absolutamente nada.

Sí, tenemos un par de escenas que no están mal, una recreación de los años sesenta que recuerda a las maquetas ideales de un piso piloto en una urbanización y, por enésimo cuarta vez a un malvado enorme, enorme, enorme que es otra visión del Dormamu de Doctor Extraño o del temido Thanos de Los vengadores. Además, en el plano argumental, la línea es tan simple como un chantaje, con la incomprensión terrestre y la posterior unión que hace la fuerza, aunque empujen poco. Y un plan para salvar el planeta que tiene más agujeros que las junturas de La Cosa.

Estoy siendo demasiado duro. Tal vez, porque el universo Marvel está entregando un nivel muy bajo, sin nada que sorprenda, sin carisma, aunque Vanessa Kirby hace suyo el personaje de Susan Storm, confirmando que es una de las miradas más fascinantes del panorama cinematográfico actual. Asistimos, y van ya unas cuantas, a la destrucción de Manhattan porque el malo es tan enorme que deja a King Kong al tamaño de un mono de juguete, por mucho homenaje que el director Matt Shakman trate de colar. Por otro lado, el pobre Ben Grimm, conocido también como La Cosa, en ningún momento abandona su apariencia de piedra, algo que no ocurría en los cómics. Pobrecillo. Casi no tiene oportunidad ni de demostrar su habitual buen humor.

El resto es bien sabido. Cómo se forman los fantásticos y por qué, cómo evolucionan, su apariencia de dependientes de un parque acuático de aguas azules exportadas al mundo, con pocas comeduras de tarro, no vaya a ser que salgan unos personajes muy profundos, sin magia y con unos cuantos mamporros entre los destrozos que, al fin y al cabo, pasa por ser lo más espectacular de la película. Eso sí, si la comparamos con la última del Capitán América o Falcon, esto es Ciudadano Kane, reconozcámoslo y no seamos tan destructivos.

Ya saben. Si el mundo está en peligro, llamen a los Cuatro Fantásticos. Se encenderán con el fuego, desaparecerán por arte de magia, harán demostraciones de fuerza o se estirarán hasta lo imposible para salvarnos a todos. Y no habrá nada nuevo bajo el sol. Eso sí, podrán tener un rato de solaz con la habitual maestría en la banda sonora de Michael Giacchino. Mientras tanto, piensen que el mundo es azul, que siempre habrá unos cuantos mutantes dispuestos a jugarse el pellejo ante los megalómanos de turno cuya hambre consiste en liquidar planetas del sistema solar, aunque no se sabe muy bien para qué, y abandónense a la corriente general que da palmas por haber asistido a una cosita que, si llega al aprobado, es porque usted es un profesor sobradamente generoso.