Muchas han sido las
versiones que se han realizado en cine de esta modélica novela de Alejandro
Dumas en la que la venganza se convertía en protagonista a través de un viaje
de sufrimiento y educación en el interior de las mazmorras del Castillo de If.
Personalmente, siempre preferiré la primera de todas, dirigida por Rowland Lee
y protagonizada por el siempre maravilloso Robert Donat, un actor que parecía
llamado a ser una estrella en las películas de capa y espada y tuvo que desarrollar
sus privilegiadas dotes dramáticas debido al asma crónica y aguda que padecía.
En esta ocasión, se nos presenta un Conde que está mucho más arraigado en la
oscuridad, que rumia la venganza con una sangre fría temible y que es incapaz
de hacer revivir el amor que un día sintió por la vida. Entre medias, la lujosa
producción de la película nos lleva por chateaus
de belleza excepcional y con un despliegue de medios realmente envidiable. Los
malvados resultan menos atractivos y el protagonista, Pierre Ninay, es un actor
competente que resulta más atractivo cuando está disfrazado que cuando aparece
con su rostro limpio de maquillaje. Y ésa es otra de las novedades. Edmundo
Dantés, en esta ocasión, es un maestro del disfraz y asume varias
personalidades, aunque breves, durante toda la historia. Por otro lado, se
soslayan los espectaculares duelos a espada que siempre han jalonado todas las
versiones anteriores y solamente al final hay un enfrentamiento que resulta muy
breve y algo tosco. Nada que ver con las elaboradas coreografías con Donat o
Chamberlain. Aquí te pillo y aquí te mato.
Escrita toda esta
primera impresión ¿cuáles son las intenciones de la película? Es evidente que
tratan de hacer un conde más dramático, con más dobleces y con un punto de
maldad. Un conde que no sigue al pie de la letra las enseñanzas del Abate
Faría, un personaje que está un punto desaprovechado en esta versión, y que,
más allá de la búsqueda de sangre, busca la ruina de sus enemigos a través de
complicadas tramas empresariales y judiciales con intervención de la prensa. La
larga duración de la película, de casi tres horas, hace que, sin duda, a la
altura de los ojos haya un cierto goce con el desfile de los distintos
escenarios que aparecen, pero que se adivine una leve inquietud en el intento
de ofrecer novedades a la historia que, por otro lado, se halla muy cerca de la
perfección.
Cuando todo se derrumba, el deseo de venganza no basta como para seguir adelante. Hace falta fuerza de voluntad para seguir viviendo, tratando de superar el terrible golpe que supone perderlo todo y estar muy atento a todas las circunstancias que han cambiado cuando el regreso se hace presente. En el fondo, Edmundo Dantés, figura inmortal de la Literatura, es un hombre trágico, que ha perdido lo que más quería, incluido el futuro. Ya sólo le queda la ínfima satisfacción de ver cómo los que le han condenado a la muerte en vida, se arrastran por el suelo. Cuando llega el momento, ni siquiera es vivido con énfasis. Sólo agacha la cabeza y, con un susurro, hace el recuento de sus víctimas. Esa es su única victoria. Ese es su mayor patrimonio.
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