Puede
que un GPS algo díscolo decida que la ruta a seguir sea una que marque una
coincidencia o, más bien, un encuentro para que las cosas que tanto abruman en
la vida comiencen a disiparse. Basta con ser un solitario que ha preferido
aislarse un poco del mundo porque no ha encontrado a la persona que haga que
todos los días sean diferentes. O, tal vez, ser alguien que ha llegado al
convencimiento de que no está hecha para amar porque ese verbo de tan difícil
conjugación no lo sabe articular con propiedad por culpa del miedo. ¿Se han
parado ustedes a pensar cuántas cosas dejamos de hacer porque tenemos miedo de
que salgan mal?
Así pues, nos situamos
en las fronteras siempre difusas y no eternamente convenientes del realismo
mágico para que un hombre y una mujer que se conocen casualmente en una boda
inicien un viaje de vuelta con paradas en algunos de los hechos que han marcado
de su existencia. O en alguna de sus culpas. O en alguna de sus decepciones.
Imagínense qué maravilloso hubiera sido visitar esos lugares y esas nubes de
recuerdo con alguien con quien se presiente que va a cambiar tu vida de arriba
abajo. Así podríamos contrastar opiniones, compartir experiencias que llevamos,
casi siempre, muy incrustadas en algún lugar del alma, exorcizar demonios que
nos acosan y que hemos tomado como certezas indiscutibles basadas en nuestros
propios errores. De alguna manera, visitaríamos con verdadera curiosidad el
interior del otro, echaríamos un vistazo y llegaríamos a la conclusión positiva
o negativa de que esa, y no otra, es la persona que hemos estado esperando
durante toda nuestra vida.
Resulta curioso
observar cómo el cine, especialmente el americano, ha dejado de describir
grandes historias de amor que tantas horas han llenado nuestras ensoñaciones
como Memorias de África, o Tal como éramos, o Los puentes de Madison. Esta película no es ninguna de ellas, pero
sí que habla del amor y de sus obstáculos para manifestarse y, sobre todo, no
es que quiera contarnos una historia de pasión, sino cómo se inicia con una de
las armas más poderosas de cualquier potencial amante como es la razón de ser
como uno es y cómo se explica que, a veces, seamos tan reluctantes, pero no
cobardes, a la hora de lanzarnos a besar a la persona que se va a quedar con
nuestro corazón.
El director Kogonada se
aplica con una historia que, a ratos, es divertida, en otros, es iniciática, y
aún en alguno más es muy romántica. Entre estación y estación, se detiene en
esas líneas discontinuas de la carretera para demostrar que el camino se llena
con dos intérpretes como Colin Farrell y muy especialmente, con Margot Robbie.
Mientras él trata de lidiar con su situación de soledad, ella entabla una lucha
casi a muerte consigo misma porque le asusta cualquier atisbo de relación. Tal
vez, diga que sí y salga subrepticiamente de la vida del otro sin dar ninguna
explicación…sólo porque el pánico la atenaza y la diluye. Su interpretación, en
una película pequeña como esta, aunque muy imaginativa, es el mayor activo.
Entre otras cosas porque más de uno se pensaría iniciar una relación con su
personaje, a veces tan superficial, a veces tan despreciativo, que sólo son
máscaras para esconder sus propias inseguridades.
No dejen que el GPS les dé demasiadas órdenes. Ya se sabe. Si siguen sus indicaciones a pies juntillas es posible que acaben volviendo a la infancia, a aquella ocasión en la que le dijiste a alguien cuánto le amabas y la única recompensa fueron las lágrimas que, por alguna razón ignota, no dejaron de brotar. O a ponerse en la piel de tu padre, esa persona que te creía tan especial, sólo para darse cuenta que el que era realmente especial era él. O revivir, en una escena más que notable, las razones por las que se truncó una relación mientras se tomaba un café en un local de moda en un juego de argumentos cruzados que, en algún instante, es realmente brillante. No se duerman siguiendo la línea discontinua y tomen el primer desvío. En ocasiones, cerrar los ojos y dejar que el destino rellene los espacios vacíos puede ser algo bastante tranquilizador, sobre todo si el encargado de hacer las reparaciones es nada menos que Kevin Kline.
No hay comentarios:
Publicar un comentario