Max Borlund es un tipo
que se dedica a atrapar a forajidos a cambio de la recompensa. Sin preguntas,
ni respuestas. Él va, lo atrapa, lo entrega y cobra. Sin más. Sin embargo,
además de su bien ganada fama de ser más rápido que el viento, también le gusta
pensar que, en algún lugar de su interior, aún queda algo de humanidad. No es
de piedra. Por eso, alguien le contrata para ir a buscar a su mujer
secuestrada. Un encargo en el que, además de cobrar, también puede ayudar a las
personas. Parece ser que un sargento de color del ejército ha decidido
extorsionar al marido y exigir varias cantidades de dinero si quiere volver a
ver a su esposa. Borlund no es tonto. Algo huele rematadamente mal en ese
encargo en el que se le pide oficiar de policía con una autorización especial
para operar en el territorio de México. Y, para más sospecha, se le asigna un
cabo del ejército, también de color, que, por supuesto, irá de incógnito
cabalgando a su lado. Demasiadas cosas que no cuadran. Max Borlund tendrá que
decidir entre cobrar y su conciencia.
No cabe duda de que la
premisa inicial de la película parece beber directamente de esa extraordinaria
fuente que es Los profesionales, de
Richard Brooks. Sin embargo, pronto se agota la fórmula y pasa a ser una
especie de homenaje a Budd Boetticher salpicado con algunas imágenes y músicas
más propias del spaghetti western. El
resultado es bueno. Con un Christoph Waltz especializado en el papel de
pistolero foráneo deseoso de cobrar cantidades más que suculentas, sólo que, en
esta ocasión, se mueve por un raro sentido de la honestidad, mucho más directo
que el cazador de recompensas que interpreta en Django desencadenado, de Quentin Tarantino. La película, además,
cuenta con una climática fotografía ámbar que recuerda mucho a John Sturges y
que resulta muy adecuada para rodear de tensión los avatares del cazador, su
ayudante, la mujer a rescatar (por cierto, de armas tomar), el supuesto
secuestrador y, como no podía faltar, un vengativo y todopoderoso terrateniente
que responde al curioso nombre de Tiberio Vargas. Ah, por cierto, por el
camino, Borlund también tendrá que enfrentarse a un forajido, poseedor también
de una ética que está en contra de la del cazador de recompensas, que dio con
sus huesos en la cárcel gracias a la eficiencia germánica con la que trabaja
Borlund.
Así que ya saben. Si les cae un encargo con mucho dinero prometido y las circunstancias no acaban de encajar, desconfíen. Seguramente habrá algo que no se les ha contado y, si es así, tendrán que descubrirlo a golpe de revólver. Max Borlund, de alguna manera, se une a la galería de no héroes del director y guionista Walter Hill que demuestra que pudo ser grande aunque se quedara a medio camino. Un camino polvoriento y sin agua, lleno de trampas, de sed y de desprecio. El mismo que debe recorrer Max Borlund. Un tipo que va, agarra, entrega y cobra. Salvo que se dé cuenta de que en el proceso puede perder la única parte de verdadero ser humano que le queda. No hay más que ver con qué frialdad dispara.
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