No
es la primera vez que podemos asistir a un retorcimiento del género negro
consistente en la aparición de personajes algo estrambóticos en lugar de los
consabidos malvados de vida equivocada. En esta ocasión, tenemos a un punky de
los de antes, bastante desterrados de la memoria con sus afamadas crestas de
gallo, a unos judíos ortodoxos, a unos ucranianos con muy malas pulgas y a un
protagonista desorientado, perdedor por naturaleza, que siempre lleva en la
conciencia la certeza de que podría haber sido un buen contendiente de la vida
y se ha quedado en el fracaso significado detrás de la barra de un bar.
Por supuesto, no deja
de haber un homenaje al que es, posiblemente, uno de los héroes más
significativos del género, porque todo gira en torno al encargo de cuidar un
gato. Y Philip Marlowe, el detective nacido de la imaginación de Raymond
Chandler, tenía uno y, de hecho, era uno de los motivos iniciales para la trama
de El largo adiós, de Robert Altman.
Si tomamos como elemento adicional que el asunto está dirigido por un cineasta
al borde de la paranoia excesiva como Darren Aronofsky, es posible que tengamos
un cuadro bastante completo de lo que se puede esperar de esta película.
Y es que, aquí, el
héroe es un chico que, realmente, tiene poco de espabilado y se ve mezclado en
unos zarandeos que no entiende muy bien. A él sólo le han dado un gato para
cuidar en una ausencia y eso es todo. Tiene una novia que está dispuesta a
plantearse con seriedad la posibilidad de una vida en común, una madre que no
deja de llamarle para hablar con entusiasmo desmedido del béisbol y, aunque no
tiene muchas luces, trata de ponerse al día como gato (nunca mejor dicho) panza
arriba. El resultado es una película que aprueba bien justito porque, a pesar
de que los categóricos de turno, ya se ha dicho que es lo menos Aronofsky de
Aronofsky, algo que una mente abierta me tendría que explicar porque no
comprendo que un cineasta que ha hecho auténticos bodrios como Noé o como Madre, ahora se intente clasificar porque se atreve con una
historia negra que, a pesar de la inclusión de los personajes mencionados, está
muy lejos de la perplejidad de los descritos por Guy Ritchie, o de la
originalidad estructural de Quentin Tarantino.
Así que, ya saben,
mucho cuidado con acceder a cuidar de la mascota del vecino, puede que, en un
momento dado, les revienten un riñón o que la madeja de salga de madre y haya
algún muerto que duela de verdad. Todo gira en torno a algo que no se sabe muy
bien qué es, pero que se intuye, Más que nada porque el chico en cuestión, un
Austin Butler aplicado, pero no genial, es un bateador que ha llegado a tercera
base y ya no se ha movido de ahí. La rodilla no le deja. Va a tener que gastar
dos o tres neuronas de más para que todo lo que se desborda no llegue a la
inundación. Mientras tanto, no lo duden, Darren Aronofsky nos llena la película
de música estridente, bastante desbocada, que no pone en el ambiente de finales
de los noventa en los que se supone que está ambientada la trama, pero hay que
reconocer que sí se inspira cierta curiosidad sobre cuál va a ser el destino y,
sobre todo, la salida de ese protagonista que menea el bate a diestro y
siniestro esperando tener su oportunidad. Habría que señalar que hay actores de
probada capacidad que pueblan las calles de esta travesía como Liev Schreiber,
Vincent D´Onofrio o esa aparición especial del final con sólo una palabra de
diálogo que no voy a desvelar. Lo dicho, aprobado y por los pelos. Algo más de
cine. Algo menos de paranoia.
No cabe duda de que, cuando hay dudas, lo que hay que hacer es seguir el dinero. Aunque uno esté anclado en la tercera base, hay que correr con todo el fondo posible y tratar de que los daños sean los menores posibles. Aquí no pasa eso porque, por supuesto, el director no deja de hurgar con sonrisa de cierto sadismo, en los lados más oscuros del ser humano y, en algún pasaje, llega a ser bastante incómodo. ¿Están ustedes dispuestos a lanzar para que ese bateador anote carrera? Ya me contarán.
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