viernes, 28 de noviembre de 2025

SPY GAME (2001), de Tony Scott

 

Apenas unas horas para alcanzar la ansiada jubilación. Sólo un esfuerzo más y ya está. Adiós a Langley, a la CIA y a toda esa ralea de conspiradores y analistas que lo único que hacen es ver la manera de que Estados Unidos siga ejerciendo su hegemonía mundial. Sin embargo, esas últimas horas se van a torcer un poco. Un hombre, el de confianza, el que, de verdad, ha sido casi un amigo en un buen puñado de operaciones en Beirut y detrás del telón de acero, ha caído prisionero de los chinos. El plan es desentenderse de él. Y no, no es eso. De algún modo, Nathan Muir personifica esa deuda que la compañía debería guardar con todos los que les han servido fielmente sacrificando, en muchas ocasiones, su propia felicidad personal. Así que no duda en poner en marcha una especie de operación privada mientras, con una habilidad inusual, les pasa el río a todos esos ratones de despacho que se creen los más listos de los servicios de espionaje mundiales y que tratan de encontrar justificaciones para acallar su maltrecha moral. El engaño tiene que ser ejecutado de forma rápida y limpia y, prácticamente, de tapadillo. Al fin y al cabo, el arrogante de turno, ese Charlie Harker, debería recibir un par de lecciones bien dadas en toda la cara.

Excelente película de espionaje de despachos. Absolutamente brillante en las reuniones que Robert Redford mantiene con la plana mayor de la compañía mientras deliberan sobre el destino de Brad Pitt en China. Al lado de los dos, hay que destacar el odioso arribista que incorpora Stephen Dillane, muy preciso en gestos para hacerlo aún más despreciable sin caer en el maniqueísmo grotesco al que tanto tienden otros intentos. La nerviosa dirección de Tony Scott, en algunos momentos, sí que puede llegar a ser algo irritante, pero es muy convincente en la interpretación de todo el elenco, que se aplica con tremenda profesionalidad en esa conversación en la sala de juntas, grabada por razones de seguridad, sin gritos, ni salidas de tono, conversada en tono amable y suave mientras los puñales vuelan, los trucos se suceden y la jubilación avanza.

Recuerden que aquellos que han servido fielmente bajo sus órdenes, merecen, de vez en cuando, un sacrificio. A veces, han renunciado a lo que más querían sólo para hacer bien su trabajo, ese mismo que, en los intrincados bosques de la ética, ha sido tan difícil de cumplir. Muchos jefes no se han dado cuenta de ello y han pasado de la indiferencia al olvido con una pasmosa facilidad de déspota. El poder, aunque sea en parcelas no muy grandes, debe ejercerse, sobre todo, con justicia. Y ayudar, echar una mano a aquellos que lo merecen. Aunque queden apenas unas horas para mandarlo todo a freír gárgaras y retirarse a una descansada vida solitaria en una isla apartada. En ocasiones, también, hay que renunciar a algo desde la privilegiada y cómoda posición que se ocupa. Se enseñó a darlo todo. Y, alguna vez, también hay que darlo todo por los que lo hicieron sin rechistar.

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