Apenas unas horas para
alcanzar la ansiada jubilación. Sólo un esfuerzo más y ya está. Adiós a
Langley, a la CIA y a toda esa ralea de conspiradores y analistas que lo único
que hacen es ver la manera de que Estados Unidos siga ejerciendo su hegemonía
mundial. Sin embargo, esas últimas horas se van a torcer un poco. Un hombre, el
de confianza, el que, de verdad, ha sido casi un amigo en un buen puñado de
operaciones en Beirut y detrás del telón de acero, ha caído prisionero de los
chinos. El plan es desentenderse de él. Y no, no es eso. De algún modo, Nathan
Muir personifica esa deuda que la compañía debería guardar con todos los que
les han servido fielmente sacrificando, en muchas ocasiones, su propia
felicidad personal. Así que no duda en poner en marcha una especie de operación
privada mientras, con una habilidad inusual, les pasa el río a todos esos
ratones de despacho que se creen los más listos de los servicios de espionaje
mundiales y que tratan de encontrar justificaciones para acallar su maltrecha
moral. El engaño tiene que ser ejecutado de forma rápida y limpia y,
prácticamente, de tapadillo. Al fin y al cabo, el arrogante de turno, ese
Charlie Harker, debería recibir un par de lecciones bien dadas en toda la cara.
Excelente película de
espionaje de despachos. Absolutamente brillante en las reuniones que Robert
Redford mantiene con la plana mayor de la compañía mientras deliberan sobre el
destino de Brad Pitt en China. Al lado de los dos, hay que destacar el odioso
arribista que incorpora Stephen Dillane, muy preciso en gestos para hacerlo aún
más despreciable sin caer en el maniqueísmo grotesco al que tanto tienden otros
intentos. La nerviosa dirección de Tony Scott, en algunos momentos, sí que
puede llegar a ser algo irritante, pero es muy convincente en la interpretación
de todo el elenco, que se aplica con tremenda profesionalidad en esa
conversación en la sala de juntas, grabada por razones de seguridad, sin
gritos, ni salidas de tono, conversada en tono amable y suave mientras los puñales
vuelan, los trucos se suceden y la jubilación avanza.
Recuerden que aquellos que han servido fielmente bajo sus órdenes, merecen, de vez en cuando, un sacrificio. A veces, han renunciado a lo que más querían sólo para hacer bien su trabajo, ese mismo que, en los intrincados bosques de la ética, ha sido tan difícil de cumplir. Muchos jefes no se han dado cuenta de ello y han pasado de la indiferencia al olvido con una pasmosa facilidad de déspota. El poder, aunque sea en parcelas no muy grandes, debe ejercerse, sobre todo, con justicia. Y ayudar, echar una mano a aquellos que lo merecen. Aunque queden apenas unas horas para mandarlo todo a freír gárgaras y retirarse a una descansada vida solitaria en una isla apartada. En ocasiones, también, hay que renunciar a algo desde la privilegiada y cómoda posición que se ocupa. Se enseñó a darlo todo. Y, alguna vez, también hay que darlo todo por los que lo hicieron sin rechistar.

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