La noche es fría y oscura y
tratar de sacar a alguien de detrás del telón de acero no deja de ser una
excursión hacia la noche. Nadie es quien dice ser y las trampas se van
colocando por todos los caminos secretos porque hay quien no quiere que salga,
hay quien desea que huya, hay quien ruega porque muera y hay quien
sencillamente no se quiere ir. El jeroglífico de las rutas de escape parece no
tener solución y el tiempo se acaba. Mike Reynolds lo sabe muy bien porque ya
ha pasado por demasiados muros y ha roto muchas, muchas alambradas. Él se pone
siempre la máscara del cinismo para poder sobrevivir y, sin embargo, en esta
ocasión, lo va a tener muy difícil. Más que nada porque el amor se mezcla en el
camino y solo unos pocos hombres dispuestos a sacrificar sus vidas serán lo
suficientemente valientes como para ayudarle. La resistencia es débil y el
Estado es poderoso. Tanto que es capaz de espiar allí donde solo hay compañía.
Tanto que la tortura y la venganza también planea sobre la fuga. La noche es
fría y oscura y se cierra sobre los que no tienen ninguna esperanza.
Lo peor de todo ello, más que la
amenaza continua de la captura, es la soledad. Y esta vez Mike no está solo.
Lleva a alguien que acabará amenazando con capturar su corazón. Las fronteras
están llenas de armas, de hombreras brillantes y miradas asesinas porque la
orden es tajante. Hay que eliminar a todo aquel incauto temerario que intente
salir, sea quien sea. Y el día parece que solo existe al otro lado, donde la
libertad de tomarse un café en un sitio cualquiera no es más que un lujo en el
lado más tenebroso del mundo. Ojos que no dejan de mirar en todas partes. Manos
que no tardan en empuñar un arma a la más mínima sospecha. Gestos de odio en
cuanto se tiene la impresión de que un extranjero viene a husmear más de la
cuenta. La vigilancia es continua. El ingenio, también.
Adaptada de una novela de
Alistair MacLean, autor también de Los
cañones de Navarone, Estación Polar
Cebra o El desafío de las águilas,
Phil Karlson dirigió de forma trepidante una película que también contiene
algunas secuencias rodadas por su protagonista, Richard Widmark. Hay cosas algo
incomprensibles y saltos sorprendentes pero el ritmo es alto en una historia
que contiene entradas y salidas del telón de acero y la seguridad de que se
está haciendo algo bien cuando se ha empezado por hacerlo por la razón más
vieja de todas. La fotografía nocturna de Max Greene sorprende por su
planificada mirada a la serie B y aún es más pintoresco comprobar que el
encargado de la música es un tal Johnny Williams en su tercer trabajo para el
cine. En cualquier caso, los caminos secretos de la libertad no dejan de ser
fascinantes cuando las piedras húmedas y la gélida oscuridad tratan por todos
los medios de cobijar a los que cercenan la más maravillosa palabra concebida
por el hombre. Y cuán a menudo se niega su existencia, se asesina su derecho y
se confunde su significado.
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