Si queréis escuchar la pelea que sostuvimos a propósito de "Gertrud", de Dreyer en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla, podéis hacerlo aquí.
“El único hombre
inteligente de mi reino es Thomas Becket…y está contra mí”
La furia de Enrique II es más
dolor que rabia. Becket era su amigo, su confesor, su compañero de desventuras,
el hombro en el que lloraba, su conciencia, su momento de complicidad con
alguien que le brindaba su amistad mientras él, el rey normando, tenía que
afrontar la soledad del poder. Y cuando le nombra Arzobispo de Canterbury,
Becket solo comienza a defender el honor de Dios. Ningún rey puede permitir
eso. Y el enfrentamiento está servido en una época de oscuridad en la que los
nobles conspiran y la pérdida de poder se interpreta como un signo de
debilidad. A Enrique no le gusta la Iglesia porque se entromete en su ejercicio
de autoridad. Ellos creen que el poder debe ser compartido. Becket le apoyó en
su momento. Pero ahora…parece que solo hay resentimiento entre ellos. Tal vez
porque Enrique esperó que Becket fuera otro hombre más, otro hombre ansioso de
ambición, otro hombre plegado a las servidumbres humanas y, sin embargo, no es
así. Thomas Becket es honesto consigo mismo. Una cosa es dejarse sucumbir por
las veleidades mundanas y otra muy distinta es ser líder de muchos creyentes.
Enrique no puede comprender eso y por eso su liderazgo está en entredicho. No
es consciente de lo que él mismo significa. No sabe que, sin apenas darse
cuenta, está urdiendo la trama imposible de la conspiración.
Becket se entrega a la oración
pero no piensa dejarse corromper. Fue susceptible de caer en esa tentación
antes pero ahora él debe servir a su superior y su superior es Dios. La fe no
necesita razones sino buenas obras y la conducta intachable, de amor y de
entrega, tiene que ser una de ellas. Enrique tendrá que comprenderlo porque, a
pesar de que se siente traicionado, tiene que sentir algo de amistad, de deseo
de acercamiento, de camaradería entre dos hombres que están condenados a
entenderse. El único obstáculo es el mismo poder porque tal vez Enrique quiera
más al poder que a su amigo. Y manipulará a quien haga falta para que el asesinato
sea justificable y el castigo, leve.
Las piedras hablan y los
caballeros callan mientras los latigazos resuenan en la cripta. Parece que la
carcajada infinita de Thomas Becket resuena entre los sepulcros arzobispales
como una señal de burla a quien debió ser su rey y, también, su amigo. Quizá
porque entregó la vida con tal de no vender su alma. O quizá porque Enrique
nunca entendió la misión de Thomas. La vida, traidora. La razón, difusa. La
culpa, ligera. Enrique le honra. Thomas hizo lo que debía hacer sin pensar en
que su contrincante era su mejor amigo. Y así es como se escriben las páginas
de la historia. Con dos actores de la categoría de Richard Burton y Peter
O´Toole diciendo bien a las claras que el talento es una cuestión de trabajo
duro, de complicidades, de ideas y de improvisaciones. Y ahora, permítanme.
Tendré que hacer una profunda reverencia ante el rey Enrique II de Inglaterra y
el Arzobispo Thomas Becket.
2 comentarios:
Qué grandísima película. Yo la descubrí hace poquito gracias a un buen amigo. Y precisamente vengo este puente de revisar por enésima vez "Un hombre para la eternidad" y claro, por asociación de ideas la recordé. Poder, ambición, lealtad, principios... Caray, son dos textos que te hacen reflexionar y pensar en todas esas cosas y valores que hoy parecen haberse ido por el retrete. Muy actuales y "shakespereanos". El final de "Becket es impresionante, y la evolución de la amistad entre los dos protagonistas. Pero qué me dices del juicio de Tomas Moro cuando Scolfied en un aparte llama a John Hurt y le dice algo así como "Lo peor para el hombre es perder el alma y ganar el mundo,... aunque... si es por Gales".
Abrazos palaciegos
_Una grandísima película, sin duda. Como también lo es "Un hombre para la eternidad". Aunque quizá la película de Zinnemann sea más aseada, más pulcra, lo cierta es que tanto en ésta como en aquella se pone en juego la honestidad de unos hombres avasallados por el poder y contienen todo un manual de cómo interpretar por parte de la escuela británica con Burton, O´Toole, Scofield, Hurt, Davenport, Gielgud o Shaw. El final de "Becket" es impresionante, sin duda, certificado sangriento de un Rey que lleva hasta las últimas consecuencias el mantenimiento de su poder. También me gusta mucho en "Un hombre para la eternidad" el último alegato de defensa de Thomas More en el juicio, todo un compendio de lo que es la democracia, la libertad, la lealtad y la honestidad. Quizá si nuestros políticos vieran más cine, tendríamos mejores hombres de los que echar mano.
Abrazos leales.
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