Si queréis escuchar el sonido de la ruleta rusa que en "La gran evasión" pusimos en marcha con "El cazador", de Michael Cimino, lo podéis hacer aquí. Suerte.
Una víctima que no corre, que no
se defiende, que no ruega. Algo muy extraño en un mundo donde las pistolas no
dejan de trabajar y las venganzas son moneda corriente. Habría que averiguar
por qué ese tipo solo asintió cuando se le preguntó el nombre, miró a la muerte
fijamente y se dejó matar. Puede que algunos no les importe pero un profesional
siempre espera el encaje de la bala en la carne adecuada. Y algo no encaja con
este profesor que, antes, tuvo otra vida. Una vida que, en el fondo, también
acabo asesinada. Por una mujer, por un hombre, por dinero…por cualquiera de las
viejas pasiones humanas que tanto menoscaban la dignidad. El triunfo estaba
ahí, al alcance de la mano y, sin embargo, ella tuvo que cruzarse y embaucarle
todos los días porque todos los días le conquistaba. El beso dulce que sabe a
hiel. El fracaso anunciado en unas curvas más peligrosas que las que se puedan
dar con un bólido a doscientos por hora. No, no es normal. El tipo se dejó
matar. Y no sabemos por qué.
Puede que haya un código en el
hampa que diga en silencio que hay que matar por un motivo y morir sin él. Y
este tal Johnny North murió con un motivo. O con varios. Eso intriga a
cualquier profesional del asesinato. Más que nada porque el trabajo no estaría
completo. Más que nada porque ser un sicario no es gratis. Y llegado
determinado momento hay que indagar e, incluso, ejecutar una venganza ajena.
Sí, porque cuando te das cuenta de que hay personas tan malvadas, tan injustas,
tan mezquinas que obligan a renunciar a una vida para luego abandonarte como un
despojo, quizá esas personas deban ser asesinadas con un motivo dentro del
cargador y morir sin ninguno. Solo preguntándose cómo han podido acabar tan mal
como lo hizo Johnny North. Todas las cuestiones tienen que ser respondidas. Y
la verdad, al final, es tan asquerosa que no importa el hecho de tener un arma
en la mano para acabar con vidas ajenas. Lo que importa es dejar el asunto bien
cerrado. Y decir a Johnny North, aunque sea demasiado tarde, que no murió por
nada.
Don Siegel dirigió a John
Cassavettes, Angie Dickinson, Clu Gulager, Lee Marvin y Ronald Reagan (en su
último papel antes de comenzar su carrera política al asalto del Estado de
California) en un remake
inteligentísimo de Forajidos, de
Robert Siodmak haciendo que los mismos asesinos sean los investigadores
privados que tratan de esclarecer los motivos para que un hombre se deje matar.
La conclusión siempre lleva rúbrica femenina y quizá no haya muchas más balas
que disparar cuando la lógica se cierne con tanta fuerza sobre el crimen.
Incluso en el momento en que sientes cómo los tiros muerden y no hay ninguna
pistola de la que echar mano, solo el gesto, solo la certeza de que el disparo
de vuelta hubiera sido implacable. Aunque la muerte, esa asesina profesional,
esté acechando detrás de cada información, detrás de cada traje negro, detrás
de las gafas de sol del compañero impasible.
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