Las entrañas del poder
se revuelven sobre sí mismas, inquietas, cuando alguien trata de manejarlas sin
recato. Cuando se está en lo más alto y se decide sobre la vida de millones de
personas, la tentación del absolutismo es demasiado fuerte y hay que tener
muchos redaños para hacerla frente. El poder es una bestia que se mueve,
siente, padece, muerde y agota y, con frecuencia, se intenta dominar
inútilmente para subyugar sus encantos, su erótica y su fuerza a los pies del
adicto de turno. En esta ocasión, era un abogado de sueños imposibles que trata
de coger siempre el atajo más cercano. No importa el objetivo, lo que importa
es llegar. Y así, la sombra de otros más competentes que él se cierne sobre su
conciencia, llenando sus ojos de lágrimas porque en el fondo quiso ser amado y
solo consiguió el odio, solo encontró el rechazo. Por el camino, un hermano
muerto que, sin duda, estaba destinado a ser el elegido; una madre autoritaria
que siempre se mostró lejana e inaccesible; una esposa que aguantó todo lo que
una mujer puede aguantar siempre estando al lado de un tramposo con imagen de
triunfador; un deseo irrenunciable de ganarse a todos consiguiendo muy poco; la
trampa definitiva escondida detrás de innumerables telones; el sacrificio de
sus más cercanos colaboradores; la soledad de una noche turbia, envuelta en
drogas y decepciones; el fantasma de otra guerra civil; el adiós definitivo y
vehemente. El poder, al fin, había devorado a su ejecutor. El destino se había
cumplido. La nada había sido derrotada.
Detrás de mensajes de
patriotismo exacerbado y de teatral orgullo, siempre se suele esconder el
espectro del fascismo, amenazante y silencioso, esperando su oportunidad para
hacerse un hueco en medio de una situación de emergencia para aparecer como algo
natural e integrado en el sistema democrático. Querer regresar a la arena
electoral para ganar una vez más no deja de ser un error que termina pagándose
en lo privado y los nuevos emperadores hablan sobre naderías mientras sobre sus
cabezas planea el dominio del mundo, siempre ladino, siempre innecesario. Las
estrellas que brillan demasiado terminan apagándose y quien quiere pasar a la
posteridad termina recibiendo la
bofetada del olvido y, sobre todo, de la indiferencia. Al poder hay que
presentirlo, intuirlo, vislumbrarlo y poner los medios necesarios para
adelantarse a sus coletazos de ambición desmedida. La democracia se pervierte.
La regeneración se presenta. La firma se estampa. El líder se entrega.
Extraordinario trabajo
de Anthony Hopkins como el Presidente Richard Nixon, conocido como Tricky Dickie por su afición a las
trampas que, en manos de Oliver Stone, se convierte en todo un retrato del
poder indomable y peligroso que se revuelve con fiereza en época de
turbulencia. Siempre atrayente y desafiante, nadie está a salvo de caer en los
brazos del poder absoluto porque, en el fondo, todos somos absolutamente
corruptibles. El error está en creer que se está por encima de los demás con
una superioridad moral evidente porque ése, precisamente, es el primer signo de
que se es aún peor. Y ahí es cuando nos entregamos, sin darnos cuenta, al
salvador que nos hundirá aún más.
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