Desde
el patio de atrás las cosas no son lo que parecen. Quizá son demasiados años de
sentir esa invisible opresión blanca. Aquellos años de ilusión con el béisbol
se esfumaron y quedaron colgados de un árbol porque, tal vez, dieron más
oportunidades a los blancos. La cárcel, las responsabilidades, el terrible
trabajo sin esperanza. Se cumplen las obligaciones pero se construyen vallas
insalvables. Aunque es posible que sean para asegurar que nada de lo que más se
quiere quede contaminado por la mediocridad y la pobreza.
Detrás de un trabajador
incansable siempre hay una gran mujer. Ella aporta el equilibrio, la serenidad,
el raciocinio a la incomprensión, el cariño a la aparente frialdad. Para ella,
el patio de atrás consiste en estar siempre al lado del hombre al que eligió
para pasar el resto de sus días, renunciando a sueños, a ilusiones, a cualquier
deseo de mejora. Basta con estar ahí. En los días de sombra y en las noches de
sol. Las lágrimas se quedan para la intimidad, escondidas y furtivas, como un
último reducto de sentimientos en el que nadie tiene derecho a entrar. Todo sea
porque la familia siga existiendo. Aunque haya separación. Aunque el amor no
traspase nunca la entrada principal.
Nuestros mayores saben
que los sueños son billetes hacia la frustración y, por eso, hay que
arrancarlos de raíz, sin dejar nada atrás. Siempre habrá un blanco mejor.
Siempre habrá un rincón mejor. Siempre habrá una mujer mejor. Y, sin embargo,
se desea vencer los obstáculos de una vida que tira hacia el lado que menos
conviene. La vida es cicatera, ladina, hiriente. Solo que tiene esos ratos en
los que reímos y vivimos y entonces se nos olvida su naturaleza insidiosa. Por
eso, muchos edifican cercas a su alrededor, tratando de alejar de la basura a
los demás. Y eso suele ser un signo de amor aunque, en demasiadas ocasiones, no
lo identificamos como tal. Solo cuando el señor Muerte ha lanzado su bola es
cuando podemos darnos cuenta de que había razones aunque no siempre se tuviera
la razón. Y es difícil de explicar. Tanto que solo queda un rastro de dolor
para el recuerdo que, inevitablemente, volverá una y otra vez.
De clara procedencia
teatral, Fences se revela como una
historia de gente corriente atrapada en sus propias decepciones, incapaz de
superar el error. Bien dirigida e interpretada por Denzel Washington, con
sobriedad y algún que otro momento lleno de estilo y elegancia, hay que
reconocer la impresionante labor de Viola Davis como la mujer de este basurero
que hace daño para la preparación a la vida, levantando barreras, rompiendo
lazos y que habla de vez en cuando con el señor Muerte para irse acostumbrando
a la eliminación definitiva después del tercer intento. Y es que no es fácil
tirar del carro con vigor y brío y dejar un poco de cariño como guía para todos
los que vienen detrás. No es fácil recoger la basura de los demás mientras hay
una cierta suciedad moral esperando en una botella del patio trasero. El día
cae y las sonrisas se han desvanecido. En el aire flota un aroma a teatro
social y desgarrado, con la sombra de Arthur Miller proyectándose al fondo. Es
cuestión de prepararse moralmente e intentar atrapar la esencia de toda esa
tristeza. Es hora de ser adultos.
2 comentarios:
Lógicamente no la he visto aún (mis niveles delictivos no llegan a esos extremos) pero el duelo Denzel - Viola promete. Aunque esa semana estrenen alguna vietnamita o bielorrusa no cabe duda de que será una apuesta segura.Hablaremos de ella cuando toque
Abrazos legales
Puedes hablar de ella cuando quieras, supongo que lo sabes. He tenido que ir al preestreno más que nada por una cuestión logística. Se estrena el viernes que viene, día 24 y los Oscars son el día 26, si además tengo que hacer el consabido artículo de los pronósticos la cosa andaba muy justa en los tiempos del periódico. Ya sabes, la gente tiene la manía tonta de querer leer los pronósticos antes de que se celebre la ceremonia así que no he tenido más remedio que adelantarla.
En cualquier caso, cuando vayas a verla, conciénciate de que no vas a ver una película. Vas a ver una obra de teatro con un fuerte acente "milleriano" en versión de color y con unos enormes trabajos de Washington y de Davis. Apenas es otra cosa más que eso, lo cual no es poco. En líneas generales, tengo que decir que me gustó, que a mí este tipo de teatro siempre me ha gustado porque dice muchas verdades que no quieren ser oídas. Merece la pena.
Abrazos de color.
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