Un Trastorno Obsesivo
Compulsivo (TOC) en el plano más agudo puede llamarse Melvin Udall. En él se
dan cita las manías más extremas, entre otras, la dificultad para relacionarse
normalmente con otros seres humanos. Las personas, sencillamente, están en un
cuarto plano porque a Melvin lo que le interesa es lavarse cada día estrenando
una pastilla de jabón, no pisar las juntas de las baldosas de las aceras y
sentarse lo más cerca posible de la puerta cuando va a comer a su cafetería de
siempre. También le importa que le dejen mucho en paz cuando se pone a
escribir. Quiere estar en su mundo rígido, lleno de reglas que sólo sirven para
él y que los demás no interfieran en esa existencia tan ajustada que apenas
cabe. No es mucho pedir. Un momento, que voy a limpiar el teclado…
Melvin no tiene ni idea
de lo que es el amor. Cree que es algo hecho para tontos sin demasiado
criterio. Y tampoco sabe mucho sobre la amistad. Sólo tolera a su editor y por
razones obvias. No puede predecir que dos personas van a entrar en ese mundo en
el que sólo cabe él y lo van a poner todo patas arriba. ¡Patas arriba! Melvin
no puede soportarlo. Cada cosa en su sitio y cada sitio para una cosa. Y ahora
esa chica de la cafetería y ese homosexual de al lado con su perrito del
demonio…No, no puede ser. Eso está fuera de la lógica de Melvin. Eso es para
débiles que han cedido al entorno y él no va a caer en esa trampa. Al cuerno
con ellos.
Sin embargo, Melvin
comienza a sentir…sí, a sentir. Quizá esa es la cosa más difícil que ha hecho
en su vida. Sentir. Sentir que alguien se preocupa por él, que alguien quiere
agradarle, que hay vida más allá de la cafetería, de la acera llena de juntas y
del largo corredor del descansillo. Se da cuenta de que, gracias a esas
personas, quiere ser mejor y esa palabra implica muchas cosas. Tal vez, Melvin,
en su interior, tiene un buen puñado de ternura para repartir y tiene que
aprender cómo se expande. La belleza comienza a ser un bien preciado, una
muestra de la sensibilidad que él puede guardar en su interior. Y es posible
que ya no importe tanto el sentarse siempre en la misma mesa de la cafetería,
ni pedir lo mismo, ni lavarse una y otra vez con un jabón a estrenar. Poco a
poco, Melvin va aprendiendo que lo verdaderamente importante y, a menudo,
imprescindible, son las personas. Un momento, que hay una mota de polvo en la
Y.
Es verdad que Helen
Hunt y Greg Kinnear realizan un trabajo brillante en esta comedia de amplia
sonrisa, pero Jack Nicholson vuelve a decirnos que, si se trata de expresar
algo con el gesto, hay muy pocos que son mejores que él. La película trata de
ponernos de parte del insoportable Melvin desde el principio y Jack consigue
construir un personaje que no deja de ser adorable en su vehemencia, tierno en
su manía, histriónico en sus reacciones, pero profundamente amable en su
corazón. Equilibrios muy difíciles para cualquier actor, incluso de su
categoría. Aquí nos transporta a su universo enfermizo sin que dejemos de reír
en ningún momento. Al fin y al cabo, él sabía que todos, en mayor o menor
medida, tenemos un poquito de Melvin Udall…¿qué es esta gotita que hay el
espaciador…?
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