lunes, 8 de julio de 2019

MEJOR...IMPOSIBLE (1997), de James L. Brooks



Un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) en el plano más agudo puede llamarse Melvin Udall. En él se dan cita las manías más extremas, entre otras, la dificultad para relacionarse normalmente con otros seres humanos. Las personas, sencillamente, están en un cuarto plano porque a Melvin lo que le interesa es lavarse cada día estrenando una pastilla de jabón, no pisar las juntas de las baldosas de las aceras y sentarse lo más cerca posible de la puerta cuando va a comer a su cafetería de siempre. También le importa que le dejen mucho en paz cuando se pone a escribir. Quiere estar en su mundo rígido, lleno de reglas que sólo sirven para él y que los demás no interfieran en esa existencia tan ajustada que apenas cabe. No es mucho pedir. Un momento, que voy a limpiar el teclado…
Melvin no tiene ni idea de lo que es el amor. Cree que es algo hecho para tontos sin demasiado criterio. Y tampoco sabe mucho sobre la amistad. Sólo tolera a su editor y por razones obvias. No puede predecir que dos personas van a entrar en ese mundo en el que sólo cabe él y lo van a poner todo patas arriba. ¡Patas arriba! Melvin no puede soportarlo. Cada cosa en su sitio y cada sitio para una cosa. Y ahora esa chica de la cafetería y ese homosexual de al lado con su perrito del demonio…No, no puede ser. Eso está fuera de la lógica de Melvin. Eso es para débiles que han cedido al entorno y él no va a caer en esa trampa. Al cuerno con ellos.
Sin embargo, Melvin comienza a sentir…sí, a sentir. Quizá esa es la cosa más difícil que ha hecho en su vida. Sentir. Sentir que alguien se preocupa por él, que alguien quiere agradarle, que hay vida más allá de la cafetería, de la acera llena de juntas y del largo corredor del descansillo. Se da cuenta de que, gracias a esas personas, quiere ser mejor y esa palabra implica muchas cosas. Tal vez, Melvin, en su interior, tiene un buen puñado de ternura para repartir y tiene que aprender cómo se expande. La belleza comienza a ser un bien preciado, una muestra de la sensibilidad que él puede guardar en su interior. Y es posible que ya no importe tanto el sentarse siempre en la misma mesa de la cafetería, ni pedir lo mismo, ni lavarse una y otra vez con un jabón a estrenar. Poco a poco, Melvin va aprendiendo que lo verdaderamente importante y, a menudo, imprescindible, son las personas. Un momento, que hay una mota de polvo en la Y.
Es verdad que Helen Hunt y Greg Kinnear realizan un trabajo brillante en esta comedia de amplia sonrisa, pero Jack Nicholson vuelve a decirnos que, si se trata de expresar algo con el gesto, hay muy pocos que son mejores que él. La película trata de ponernos de parte del insoportable Melvin desde el principio y Jack consigue construir un personaje que no deja de ser adorable en su vehemencia, tierno en su manía, histriónico en sus reacciones, pero profundamente amable en su corazón. Equilibrios muy difíciles para cualquier actor, incluso de su categoría. Aquí nos transporta a su universo enfermizo sin que dejemos de reír en ningún momento. Al fin y al cabo, él sabía que todos, en mayor o menor medida, tenemos un poquito de Melvin Udall…¿qué es esta gotita que hay el espaciador…?

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