Con esta película, despedimos el blog ya hasta el jueves 9 de diciembre por el puente de la Constitución y la Inmaculada. Mientras tanto, id al cine. Cada vez estoy más convencido de que es lo único que, a la larga, no falla.
Quizá el cumplimiento
del deber no lleve consigo la gloria, sólo la obligación. Por las áridas
tierras del desierto es muy duro tener que llevar a cabo una misión a la vez
que se vigilan las espaldas porque estás acompañado de unos cuantos soldados no
demasiado recomendables. En realidad, todos son carroñeros, que están haciendo
un negocio bastante reprochable mientras los obuses caen a uno y otro lado. Sin
embargo, eso no quiere decir nada. En las altas esferas, la oficialidad se
comporta exactamente igual. Sólo quieren el mérito, pero no la responsabilidad.
Si alguna misión tiene algo de fundamento, más vale atribuirse su invención
antes de que venga cualquier otro oficial a decir que fue idea suya. El
desierto esconde muchos secretos. Uno de ellos es que los fracasos no son de
nadie, pero su nombre queda escrito con la sangre filtrándose por la arena.
Ahí tenemos unos
depósitos de combustible que hay que volar aunque, si se hurtan unos cuantos
litros, mejor que mejor. Habrá que subir colinas muy empinadas, hacer callar
las armas para ver cómo mueren unos compañeros, sostener la guerra de miradas
con otro tipo que parece que quiere sabotear a cualquier precio el sentido de
la autoridad. Puede que la valentía supere los sentimientos de traición. Va a
ser un largo camino detrás de las líneas enemigas y detrás de las líneas
morales de unos cuantos tipos que no las poseen y el sabor a tierra se pegará
en la garganta mezclado con la pólvora y la gasolina. La ira tendrá que ser
dosificada. Y esos mercenarios sin gloria yacerán en el polvo y en la nada,
porque nadie se acordará de ellos. Ni siquiera si consiguen volver con vida.
Michael Caine
protagoniza esta película en la piel del Capitán Douglas, de Ingenieros Reales,
y consigue transmitir el agobio del mando cuando hay muy pocas posibilidades de
que se cumplan las órdenes. A su lado, Nigel Davenport como el Capitán Cyril
Leech, rostro de piedra grabado en la roca de arenisca que desafía cualquier
intento de imposición y de honestidad. El Coronel Masters, interpretado por
Nigel Green es un individuo con el que más valdría no ir ni a la esquina. Y aún
más arriba, el siempre excelente Harry Andrews se coloca las insignias del
Brigadier Blore, deseoso de apuntarse tantos aunque no le corresponda ni la graduación
que ostenta. Salvo Douglas, todos ellos son personajes negativos, que huyen del
heroísmo y de la supervivencia y sólo quieren los bolsillos llenos de dinero o
de gloria. Todos perderán algo. Unos más que otros.
El esfuerzo será grande
y la recompensa, muy corta. Y más aún cuando, en el momento más decisivo, la
traición sea destapada porque, sencillamente, no interesa que la misión tenga
éxito porque más vale fracasar que conseguir que otro se embolse el honor. Tal
vez sea mucho mejor morir sin que nadie se dé cuenta porque, al fin y al cabo,
el silencio es un excelente compañero para aquellos que combatieron con ahínco
y decisión. Las mismas virtudes que el desierto se encarga de abrasar.
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