Llegar a Alaska y dejar
que el viento recorra la piel como una caricia después de la tormenta. Con la
respiración profunda y la sonrisa puesta, sin preocuparse del dinero que aletea
alrededor o de la oscuridad que, poco a poco, cae como una hoja desprendida de
una rama. Sueños que, en un momento dado, pueden hacerse realidad porque la
inconsciencia es más profunda, más verdadera y más definitiva. Por el camino,
tal vez se haya dejado que un niño viva más su infancia que en todos sus días anteriores.
Darle la oportunidad de disfrutar una época única, que ya no volverá, que
acabará ahogada entre la intoxicación de la edad adulta y la crueldad de los
acontecimientos y realidades que tendrá que asumir. Por supuesto, no se llega a
Alaska y al sueño por ningún camino fácil. Habrá disparos, malentendidos,
pérdidas y reencuentros, malas intenciones, agujeros muy certeros y la
seguridad de que la felicidad está ahí mismo, al otro lado de una puerta que no
todos se atreven a abrir. Tras una persecución. Tras tragar odio. Tras la
irresponsabilidad de una existencia que nunca ha sido amable. Ése es el peaje a
pagar en tan largo viaje. El mundo no es perfecto, pero puede serlo después de
atravesar todos los campos posibles.
Por el otro lado,
siempre habrá alguien que intente mirar un poco más allá para adivinar las
intenciones del perseguido. Es posible que los arrogantes de turno sean
auténticos verdugos que sólo quieren acabar con cualquier promesa, con
cualquier facilidad que se pueda conceder a quien nunca ha tenido ninguna. El
cerebro sirve para pensar, no para disparar. Y cualquiera con un mínimo de
humanidad sabe eso, pero hace falta sentirlo, ejercitar la comprensión, ponerla
en práctica, descifrar actitudes y buscar salidas. Lo fácil es poner el dedo en
el gatillo, apuntar y disparar. Eso lo puede hacer cualquiera aunque algunos
lleguen a pensar que sólo lo pueden hacer unos pocos. Basta con tener una
espalda como blanco fácil y el deseo irrefrenable de dar su merecido a un tipo
que se ha pasado la vida burlando la ley porque no ha sido amable con él. Eso
es todo. Así de simple.
Quizá no sea la película más conocida de Clint Eastwood, pero hay que reconocer que supo realizarla con el atractivo suficiente como para huir de las comparaciones con Thelma y Louise, de Ridley Scott, y establecer su propio universo de motivaciones y finalidades. Kevin Costner da una perfecta medida sobre ese personaje cansado de no tener oportunidades, que trata de buscar un sueño imposible. Tal vez, porque ya no le dejan hacer otra cosa. Tal vez, porque ya no hay oportunidad de hacer otra cosa. Tal vez, porque Alaska está casi al alcance de la mano, en ese viento suave que acaricia la piel mientras se dibuja una última sonrisa viendo las nubes blancas recortadas sobre el fondo azul del cielo, en esa sensación de que ya se ha llegado a la meta y el esfuerzo de vivir ha cesado para dar paso a una tranquilidad que nunca se ha sentido antes.
2 comentarios:
Es una de las mejores películas de Eastwood, y tal vez la más infravalorada. Que bien narra el fin de la infancia. Y Costner nunca ha estado mejor.
Enhorabuena por la reseña.
Saludos.
Gracias por tus palabras. Eastwood lo merece.
Un saludo.
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