miércoles, 15 de febrero de 2023

LA NOCHE DEL DEMONIO (1957), de Jacques Tourneur

 

La inquietud es como un viento que ciega nuestros ojos mientras asistimos a la investigación de John Holden, siguiendo las pistas que deja escritas un doctor en ocultismo, capaz de ver lo innombrable, muerto en extrañas circunstancias y que quiere dejar un aviso lo suficientemente claro como para que sea descifrado por alguien cercano a él, pero convenientemente encriptado para que esa fuerza desconocida que es el Diablo no consiga saber su intención. Y es que eso es lo que queda para luchar contra el maligno. Nuestro propio pensamiento. No cabe duda de que habrá momentos en que parece que Lucifer está en el ambiente, aunque no aparezca físicamente. Como en ese momento en que Holden va a entrevistarse con el Doctor Julian Karswell, ese hombre capaz de vestirse como un payaso para entretener a los niños y, al mismo tiempo, invocar las iras del infierno para que toda la monstruosidad del lado más oscuro del alma se haga presente. Holden es un escéptico y tendrá que sumergirse en las tinieblas para poder creer lo que nadie cree.

Pociones mágicas, maldiciones ancestrales, momentos de tremenda incomodidad…Jacques Tourneur dirigió con mano muy sabia toda la progresión narrativa que exhibe la película a excepción de la ridiculez que supone caer en la tentación de mostrar a la Bestia. Esto, por otro lado, se hizo a espaldas de Tourneur que sólo quería dejar intuir su presencia con una neblina que se desplaza con lentitud, pero los productores, a veces tan sabios, quisieron insistir en mostrar el rostro del Diablo para el público porque, según ellos, si no salía se iban a sentir muy decepcionados. Y la decepción aparece porque, efectivamente, sale con un diseño ridículo que aleja al espectador de una trama que ha sido apasionante por la forma en la que un maestro como Tourneur la lleva en todo momento, sujetando bien las riendas, sugiriendo más que mostrando, dejando entrever la posibilidad, enormemente turbadora, de que el Diablo puede existir en las cosas que creemos más fútiles. Dana Andrews realiza un trabajo notable, algo lastrado por su rostro demacrado por los excesos que tenía en la época con el alcohol, pero lleva el protagonismo con su habitual sobriedad que conviene mucho a un personaje que lleva el descreimiento por bandera. Espléndido el trabajo de Niall McGinnis en la piel del doctor Julian Karswell, sin dejar en ningún momento de sugerir el lado más oscuro de quien adora el mal. Es lo que tiene enfrentarse con fuerzas más poderosas que el propio entendimiento.

Así que es el momento de prestar mucha atención a los detalles, porque ahí está la verdadera valía de esta película. Cualquier brisa, se puede volver huracán. Y el Diablo susurrará su presencia a todos aquellos que vuelvan el rostro para no sufrir el aire en la piel. Mientras tanto, la muerte también hará su aparición y formará una alianza que, a menudo, es indestructible. El Diablo está ahí. Existe y siempre existirá. Aunque sea con forma humana. Aunque sea con forma de bestia.

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