martes, 14 de febrero de 2023

QUILLS (2000), de Philip Kaufman

 

Napoleón tiene a toda Europa en la palma de su mano. Y siempre hay algún elemento incómodo que es mejor mantener silenciado. A poder ser dentro de los muros de un manicomio para que, con algo de suerte insana, la locura se apodere del cerebro del disidente y sea un problema menos para el poder establecido. Él es el infame Marqués de Sade, internado en al psiquiátrico de Charenton por actividades innombrables. Cómodo eufemismo para que se pase por encima su carácter claramente subversivo dentro de sus degeneradas letras. Y, por supuesto, hay que presionarle porque el maldito Marqués ha tenido la desfachatez de conseguir que sus escritos vean la luz a pesar de que él está entre rejas. La era de las luces parece que comienza a fundir sus bombillas. La libertad está en trance de desaparición y la supervivencia se convierte en una heroicidad. Nadie puede determinar el papel que desempeña la sexualidad en los planos físicos, emocionales y espirituales. Y ese malhadado noble que se empeña en escribir sus perversiones, sus desviaciones, sus pensamientos licenciosos teñidos por el vicio. La psiquiatría en pañales y sus connotaciones religiosas parecen confluir en el movimiento inquieto de una pluma que nadie va a conseguir que pare.

Aparece el especialista, aunque esto también sólo sea un eufemismo para definir a lo que, comúnmente, se conoce como torturador ya que prefiere seguir los métodos de la Inquisición a los de la medicina más avanzada. Sin embargo, de alguna manera, de Sade es capaz de conectar con el pensamiento que se halla en las antípodas de su escritura. Un abad, quizá lleno de buenas intenciones, será el receptor de sus confesiones y el emisor de la comprensión. Entre ambos se construye una corriente de confianza. Tal vez porque ambos son capaces de sacrificarse por todo en lo que creen. Uno, en la descripción de todo placer sexual admisible, animando a todos a practicarlo. Otro, entregando su celibato como homenaje al mismo Dios. No parece haber muchos lugares en común, pero, precisamente, esas luces de ese siglo de ilustración iluminan la forma de pensar de ambos hombres, encontrados en el oscuro pozo de la razón, último término en donde todo ser humano debe acabar y elemento que la turbulenta Europa de la época intenta exterminar.

Philip Kaufman dirigió con enorme cuidado este drama con unos actores excepcionales como Geoffrey Rush, Kate Winslet, Michael Caine y Joaquin Phoenix que no dejan en ningún momento la sobriedad de lado. Entre los muros de Charenton se desarrolla gran parte de la historia en la que la sexualidad, la privacidad, la razón, la religión, la política y la tortura son los principales móviles para alcanzar cualquier objetivo. Mientras tanto, habrá que prestar atención a ese suave sonido de la pluma hiriendo el papel con su tinta, poniendo en palabras lo que nadie se atreve a pensar, pensando lo que nadie se atreve a decir y diciendo lo que nadie se atreve a luchar. Quizá, en el fondo, el abad sólo sea un hombre cegado por la religión y el Marqués de Sade un simple pornógrafo de dudoso gusto. Sólo entre las celdas de Charenton se puede llegar, de algún modo, a alguna conclusión. Los hombres y las mujeres no son sólo sus actos. También son lo que piensan.

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