Link era el Rey del
Fuego en un circo de tres pistas. Él dominaba las llamas y hacía que todo el
mundo adorase a ese mono que encendía cerillas como una persona, fumaba puros
habanos y jugaba a quemarse sin sufrir ni un rasguño. Era tan inteligente que
pasó a ser objeto de observación de un zoólogo inglés que quería estudiar el
progreso en el aprendizaje de los primates. Link se hizo señor de una casa.
Link manda. Los demás, obedecen.
Luego llegó esa chica
americana, Jane Chase, deseosa de trabajar con el profesor aunque sea para
prepararle las comidas. Ella también está fascinada por la primatología y
quiere ver, ante todo, cómo desarrolla sus experimentos. Link, ya un mono viejo
que ejerce un cierto liderazgo en los demás simios, ve amenazada su querencia a
ser el centro de atención. Jane no sólo es inteligente, sino que también es
guapa. Y a Link le falta muy poco para ser humano. Incluso llega a mirarla con
lujuria. No, Link no va a permitir que las cosas cambien porque él vive muy
bien. Es el jefe, es quien lleva la iniciativa, es quien instiga
comportamientos, es quien ejecuta los castigos.
De repente, esa mansión
apartada de la costa escocesa, se convierte en el infierno que Link tanto
echaba de menos. Las olas se baten con furia contra las rocas y el profesor
parece que quiere introducir algunos cambios en el elenco de monos a su
disposición. Al fin y al cabo, Link es un primate de la tercera edad y ya poco
puede aportar. Ha aprendido todo lo que podía asimilar. O eso creen. Ha
aprendido más. Sabe que ese aparato al que llaman teléfono es fundamental para
los humanos. Sabe que una escopeta es un peligro para él. Sabe que Jane quiere
abandonarle para que su vida se acabe más pronto. Sabe que aún hay tiempo para
una última hoguera.
Excelente película, prácticamente olvidada, sobre el acoso y derribo que practica un pequeño orangután sobre una estudiante de biología sólo para mantener una posición de mando y supervivencia. El hombre, ya se sabe, no es la única especie que plantea guerras contra sí misma. También lo hacen otras especies. Y, por supuesto, el mono es una de ellas. Así que más vale darse cuenta de que lo que van a tener delante de sus ojos es un bebé con una fuerza diez veces superior a la de cualquiera. Eso es un pequeño factor a tener en cuenta cuando se habla delante de un mono que entiende muchas palabras, que piensa por sus propios medios y que elabora un psicopático plan para acabar con cualquier amenaza contra él. Elisabeth Shue ofrece su imagen más juvenil y atractiva, Terence Stamp se alborota el pelo para no descuidar su imagen de científico algo loco y la dirección de Richard Franklin es austera, pero efectiva, potenciando el efecto claustrofóbico de espacios cerrados y abiertos, con sorpresas de violencia inesperada e instalando la sensación de que, en cualquier momento, tras cualquier rincón, puede saltar Link para jugar, para pedir perdón o para cometer un asesinato.
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