Quizá los instructores
deban ser realmente duros para que la vida en el frente sea lo más larga
posible. De ahí vienen los gritos, las exigencias, los castigos, las llamadas
de atención. Cuando se está en primera línea, cualquier detalle puede
significar la diferencia entre la vida y la muerte. No pasa nada por morir un
poco en el campamento de instrucción si eso quiere decir que se volverá con
vida del campo de batalla. El Sargento Thorne Ryan sabe lo que es arrastrarse
bien pegado al suelo para que las balas no le arranquen la cabeza. Ha estado
allí y ha visto las lágrimas, los deshechos y cuánto vale la vida de un hombre.
Por eso aquí es implacable. Sin embargo, Ryan también es un ser humano. De vez
en cuando, se va con su amigo, el afable Sargento Holt, a tomar unas copas al
pueblo más cercano. Y allí, detrás de la trinchera de una barra, hay una mujer
muy hermosa. Demasiado. Tanto, que los dos amigos caerán rendidos a sus
encantos. Y eso empezará a separar su amistad y, de paso, destapará los
problemas de Ryan, que desahogará su furia, su decepción, su ira y su derrota
sobre los malditos reclutas que no saben coger un fusil con firmeza.
Dispare, Ryan, dispare.
Acabar con todo, al fin y al cabo, no es tan mala idea. Holt no merece tu desprecio
y, menos aún, ella. También ha sufrido. También ha llorado. Aunque en sus ojos
se hallen las promesas de todos los cielos. Ella es todo lo contrario del
enemigo y aún no ha terminado de llorar. Buscará unas cuantas razones para
salir adelante en el fondo de un vaso con hielo y veneno porque no ve a Ryan, y
tampoco a Holt. Sólo ve que todo ha saltado por los aires. Como una granada que
no se atreven a lanzar los reclutas. Como un fusil temblante ante la visión de
la diana. Nada es seguro en tiempo de guerra. Sólo la muerte. Sólo la muerte.
Richard Brooks posee un díptico interesante para homenajear a los hombres que se dejan la piel en combate con esta película y Campo de batalla (Battle Circus). En ellas también viene a decir que, por mucho que un hombre quiera acudir a defender a su país, no podrá hacerlo si no tiene una base de amor en algún lugar de su corazón. No se trata de ser un asesino, sino de ser un combatiente. Se puede estar o no de acuerdo con esta opinión, pero Brooks, desde luego aún lejos de sus mejores películas, cree que esos hombres obligados a vestirse con el uniforme merecen cierto respeto. Sin heroísmos. Sin exaltaciones patrióticas. Sólo con su honestidad encima y su carga vital. Esa misma que se irá gastando mientras toman una colina o llenando de polvo por arrastrarse por el suelo de Corea. Y la película, algo típica en algunos tramos, acaba por ser interesante, ligeramente ambiciosa en su modestia, fácil de ver con las interpretaciones de Richard Widmark, Karl Malden y la bellísima Elaine Stewart, además de un interesante reparto de actores que, más tarde, tuvieron su momento de fama en la piel de los incautos reclutas. Son hombres de infantería y nada les podía detener.
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