La competencia como
obsesión. No se trata de la superación personal. Se trata de machacar al rival,
humillarle, demostrar al mundo que es un mediocre que puede ser fácilmente
abatido con un truco aún más difícil, aún más sorprendente. Y, a menudo, en el
terreno del ilusionismo, eso puede tener unos límites difusos. Puede que
alguien muriera de forma accidental…o no. Puede que alguien perdiera dos
dedos…o no. Puede que se requiera la colaboración de uno de los mayores genios
de la ciencia de todos los tiempos…o no. Todo es una duplicación en la que la
copia es mejor que el original. Dos individuos a los que les encanta sacar
conejos de la chistera van a emprender un duelo permanente del uno contra el
otro. Van a estrenar espectáculos nunca vistos. Van a asombrar a todas las
audiencias. Y que el truco no se vea. Tal vez, es que no hay truco. Con eso
juega la magia. Con la lentitud de las miradas.
En esa búsqueda
imposible de ir más allá, con más fuerza y más razón, el asesinato también es
una posibilidad. O el asesinato múltiple. Cualquier cosa valdrá con tal de
dejar al otro con dos palmos de narices mientras el público disfruta con las
bocas abiertas. No es fácil inventarse nuevos trucos. Ambos hechiceros tienen a
sus ingenieros trabajando a destajo para hacerles números más impactantes, más
únicos… ¿Únicos? Esta palabra debería estar desterrada de este artículo…
Quizá esta sea una de
las películas más atípicas de la filmografía de Christopher Nolan. No se trata
de avanzar hasta adquirir una sabiduría sin parangón. No se trata de invertir
las reglas del tiempo y del espacio. Se trata de una competición insana, sin
futuro y, casi, sin pasado. Una batalla de ingenios que, en realidad, no es más
que una refriega de engaños. Nadie dirá lo que ha hecho ni lo que va a hacer. Y
al final sólo se llega al convencimiento de que los dos individuos son unos
enfermos que están buscando su final premeditado. Christian Bale está al borde
de lo insoportable, pero, seguramente, Nolan le supo sujetar con riendas y cerrojos.
Hugh Jackman está correcto en su papel. Michael Caine…como siempre. Scarlett
Johansson aporta belleza y buenas dosis de inteligencia. Rebecca Hall aporta
inteligencia y buenas dosis de belleza. El resultado no deja de ser
apasionante, aunque algo menor, al desear saber quién va a ganar esta carrera
hacia lo imposible emprendida por dos hombres sin escrúpulos y con ambición
desmedida. Yo, ahora mismo, estoy seguro de que estas líneas están siendo
escritas por mi otro yo porque paso y atravieso puertas de transporte por las
que me muevo inquieto. Yo no soy yo. Tal vez usted, no sea usted. Y así todo es
una farsa de la que estoy dejando unas pocas líneas que, con toda probabilidad,
serán pasto del fuego, del agua o del viento. Mientras tanto, la jaula no se
dobla y yo sigo aquí dentro, esperando el momento en el que algunos de los
trucos que sueño con mis líneas, se hagan realidad.
No soy César Bardés. Soy su hermano, Javier.
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