jueves, 28 de noviembre de 2024

RAQA (2024), de Gerardo Herrero

 

Infiltrarse en el mismo corazón del fanatismo musulmán es un juego tan peligroso que cualquier movimiento de más, cualquier aspaviento de menos puede significar la muerte entre los más espantosos estertores de dolor. Las palabras deben ser medidas, las actitudes, estudiadas, las reacciones, contenidas y, a la vez, coherentes con ese fanatismo que nunca ha llevado a ninguna parte. Por otro lado, no hay muchas maneras de golpear con fuerza donde más duele a los que no atienden a razones. Las lágrimas deben olvidarse. No son más que estorbos que deben volverse secos en la conciencia como si fueran razones surcadas por la desesperación. El ISIS es un régimen asesino y aquí se describe con valentía y sin ambages.

El Saharaui es un tipo que sabe en todo momento lo que hace. Su mirada escruta en cada rincón y se pregunta a cada paso el por qué y cuál es la consecuencia. No olvida tener el suficiente corazón para agarrar con fuerza todo aquello que le hace hombre y que le impulsa a seguir adelante sin dejar atrás ningún sentimiento. Si hace falta inculpar a alguien falsamente, no hay problema. Si hay que cumplir una misión, se llega hasta el final. Si hay que hablar en voz baja para golpear muy alto, su susurro es casi una orden. Mucho cuidado con él. No pensará dos veces hacer todo lo necesario para derramar la sangre, porque, en el fondo, eso no tiene demasiada importancia. Lo verdaderamente importante es que sea en el momento más adecuado.

Malika es una mujer de estatura inalcanzable que guarda una cicatriz en su vientre para revivir siempre todas las razones que la impulsan hacia la infiltración, hacia jugarse el todo por el todo y hacia emplear todos los recursos a su alcance para lograr los objetivos previstos. Ella es mujer y lo tiene más difícil en el patriarcado islámico de los más fanáticos. No tiene derechos. No puede hablar. No puede pensar por sí misma. No está ahí más que para procrear y servir nuevos guerreros a la guerra santa por Alá. Sin embargo, es extraordinariamente inteligente y posee un valor propio de mujer. Ella tendrá siempre la mano extendida para quien lo necesite y aguantará hasta el último minuto para no dejar a nadie atrás. El espionaje, a menudo, olvida a los que le sirvieron bien.

Raqa es una película excepcionalmente valiente porque muestra sin tapujos la terrible injusticia del Estado Islámico con las mujeres. Y el director Gerardo Herrero acierta con la huida de la tortura, un recurso que el cine de espionaje ha utilizado con demasiada frecuencia en los últimos años, y también con el tiempo requerido para cada escena, porque ahí es donde reside la tensión de todas las situaciones que implican a los protagonistas. El Saharaui trabaja para los rusos. Malika para la Europol. Y ambos emplean todas sus experiencias para atrapar a ese cabecilla fantasma que en ningún momento se muestra y que tan sólo le conoce como “El Jordano”. Así es el miedo, casi nunca enseña su rostro. Sólo sus tentáculos ya harían temblar a cualquiera y la prolongación justa de cada escena en la que sus protagonistas deben mantenerse en su papel es el centro de la mano apretada y el corazón encogido.

Para ello, Herrero cuenta con dos interpretaciones potentes, irreprochables, muy bien armadas de Álvaro Morte y, especialmente, de Mina El Hammini con su heterocromia en la mirada y su progresiva intensidad. Ellos dos son buenas razones para ver esta película y darse cuenta de que vivimos en un mundo que puede traicionarnos en cuanto los ojos inspeccionen lo indebido o la lengua exhale las palabras más prohibidas. No es una obra maestra, pero es un golpe de fuerza hacia las historias bien hiladas, bien producidas y bien contadas. 

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