Salir del agujero. No
volver nunca más a esa ciudad fría, llena de contrastes, donde conviven en una
mezcla imposible los universitarios, los ejecutivos y los atracadores. Boston
ofreció muchas oportunidades y todas pasaron de largo. Es hora de dar un último
golpe y largarse, empezar a mirar la vida desde un lugar soleado. Aunque las
casualidades se vayan amontonando en una auténtica burla del destino. Es
difícil dejar atrás a los amigos, a los que han sido tus compañeros durante
toda la vida, pero no lo es tanto si se saben todas las curvas. La policía está
ahí, fisgando, huroneando, metiendo la sospecha en todo para que, si es
posible, todo se dinamite desde dentro. Esos tipos que atracan bancos no tienen
la más mínima ética… ¿o sí? No, no puede ser. Van armados hasta los dientes y
no dudan en ser brutales si la ocasión lo requiere. Sólo desean el dinero, que
canalizan a través de un florista que, por lo que se ve, estuvo pateando los
cuadriláteros de tercera por los barrios de Massachussets. La vida es difícil
en Charlotesville. Es el barrio con mayor densidad de atracadores del mundo.
Otro día en la ciudad perfecta.
Todo debe ser planeado
al milímetro y nadie debe ser capaz de atar todos los cabos en los trabajos que
están pensados con tanto cuidado. Es entrar, coger y salir. El tiempo es vital.
Se saben los tiempos de respuesta de la policía y se lleva una pragmática
emisora de radio en la misma onda que las fuerzas del orden. Se sabe lo que van
a hacer antes de que lo hagan. Dos disparos al aire para amedrentar y ya está.
Y si es necesario, se coge a un rehén para que los perseguidores se lo piensen
dos veces. Es adrenalina pura y no es fácil desengancharse porque, además, va
con premio adjunto de diversos ceros. Salir de allí. Ya está bien. Llega un
momento en que es molesto tener a alguien soplándote en la oreja a cada minuto.
Es hora de ganar. Es hora de irse.
Excelente película que demuestra, una vez más, el competente director que es Ben Affleck, retratando el ambiente de un barrio que se mueve entre drogas y vidas perdidas. Su habitual impasibilidad como actor se compensa con un sentido extraordinario del ritmo y de la narración, dejando las secuencias de lucimiento a un brillante Jeremy Renner y a un eficaz Jon Hamm. La inteligencia se reserva a su personaje, un tipo que siempre va un paso por delante de los demás y al que es muy difícil pillar en un renuncio. Es lo que tiene vivir toda la vida en Charlottesville. Llega un momento en que te las sabes todas y conoces cada uno de los movimientos que se van a realizar a tu alrededor. Por mucho que el amor esté desterrado en esa existencia sin freno. Por mucho que el destino, con toda probabilidad, sea una celda en alguna cárcel de duchas comunitarias. Es mejor dejarlo todo como está y desaparecer. Quizá, en algún momento, la chica de tus sueños aparezca a tu lado con una bolsa llena de dinero.
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