Muchas son las facetas
que desempeñó Quincy Jones en el mundo de la música. Sin duda, su labor como
productor pudo ensombrecer sus logros como intérprete y como compositor, pero
de lo que no cabe duda es que realizó una importante contribución a las bandas
sonoras cinematográficas haciendo que el jazz alcanzase su mayoría de edad,
junto a otros compositores como Johnny Mandel o Elmer Bernstein.
Consumado trompetista
de jazz, se introdujo en la orquesta de Count Basie. El viejo director no tardó
en apreciar el enorme talento que había incorporado y enseguida le encomendó la
tarea de encargarle de los arreglos de los temas que formaban parte del
repertorio de la banda con resultados extraordinarios. La aportación de Jones
consistía, básicamente, en una orquestación ágil, haciendo que el sonido de
Basie y sus muchachos fuera inmediatamente reconocible, ante todo, por una
espectacularidad pocas veces igualada en la música de jazz. El salto al cine,
era inevitable.
La primera banda sonora
que compuso es la de la excelente película de Sidney Lumet El prestamista, posiblemente el mejor papel que interpretó nunca
Rod Steiger. En un ambiente agobiante, en el que predomina la culpa por la
supervivencia judía, Jones introduce sorprendentemente una música melódica que
bebe del jazz para articular la complejidad mental del protagonista, atrapado
en su moral y en su deber. Un debut que dejó bien claro que Jones no era un
advenedizo.
Con Espejismo, de Edward Dmytrik, una
estupenda película de suspense protagonizada por Gregory Peck, Diane Baker y
Walter Matthau, se recogen las hechuras de Duke Ellington para retratar
musicalmente la confusión que sufre el personaje principal, capaz de recordar
que ha bajado las escaleras de un sótano que no existe, que ha deambulado en
estado de shock y que, sin embargo, parece que hay una cierta conspiración para
evitar que hable sobre algo que ha visto y que le ha dejado totalmente
traumatizado. Una excelente banda sonora, algo menos brillante que la anterior,
para una película que merece la pena rescatar.
Sidney Pollack le
requiere para su debut en el cine en la áspera La vida vale más, con Sidney Poitier y Anne Bancroft en la cabecera
de cartel. Jones, aquí, se decanta por alejarse un poco del jazz para adentrarse
en la dimensión psicológica de una chica que llama a alguien sólo para que la
escuche después de un intento de suicidio y el hombre que la ha atendido
comienza a investigar sobre la vida de esta mujer, fascinado por su
desesperación.
Su siguiente intento es
totalmente distinto. Se trata de una comedia amable que significó la despedida
del cine de Cary Grant y es Apartamento
para tres, de Charles Walters. En esta ocasión, Jones opta por la
jovialidad de un tema de esos a los que los pies no se resisten más tres o
cuatro compases. Un excelente tema de jazz con una instrumentación propia de
los años sesenta, con silbidos y un ritmo contagioso que ilustra, con peculiar
maestría, el tono desenfadado de la película.
Su siguiente trabajo
marca una de las cimas de su aportación al cine. Se trata de la banda sonora de
Llamada para un muerto, de Sidney
Lumet. A ritmo de bossa nova, Jones compone música para la encrucijada personal
del protagonista, un maravilloso James Mason, que debe investigar el extraño
suicidio de un funcionario de los servicios secretos. Además de todo ello,
también es capaz de reclutar la voz de Astrud Gilberto para el tema principal Who needs forever, en el que la sedosa
entonación de la cantante nos traslada a las noches sin fin en las que Charles
Dobbs-George Smiley trata de desentrañar un misterio que le toca muy cerca.
Otra de sus cumbres en
cuanto a composición se halla en la extraordinaria banda sonora, climática y
acertada, de En el calor de la noche,
de Norman Jewison, acompañando al Inspector Tibbs que incorpora Sidney Poitier
a través de las cálidas madrugadas de una localidad de Mississipi tratando de
encontrar al asesino de un empresario que iba a construir una fábrica en la
ciudad. Rod Steiger le ofrece el contrapunto para que sepamos que el tema
principal cantado por Ray Charles es ya historia del cine y de la música.
La atonal y difícil
banda sonora de A sangre fría, de
Richard Brooks, puede que no sea recordada por su melodía, prácticamente
inexistente salvo en un tema aislado, pero no cabe duda de que ofrece una
descripción melódica en la que se utilizan los más diversos instrumentos,
principalmente de percusión, a la vez que trata de mantener el oído tan tenso
como atento a esta historia que deja a cualquier espectador con la sangre
congelada al comprobar que el Estado puede ser tan brutal como los asesinos a
los que condena.
La última película del
director Anthony Mann y completada por el actor Laurence Harvey, Sentencia para un dandy, apunta a Jones
a las instrumentación propias de Centroeuropa en una historia de espionaje
donde nadie es lo que parece y todos son lo que aparentan. Una película
olvidada y algo deslavazada que ha quedado olvidada, posiblemente, porque la
confusión se hizo cargo del rodaje y de la posterior edición debido al
fallecimiento de Mann.
Quincy Jones tenía que
unirse a la ilustre nómina de compositores de cine que han probado suerte en el
terreno del western y lo hizo en una
película enormemente popular bajo la dirección de Jack Lee Thompson como es El oro de McKenna, con un reparto de campanillas encabezado
por Gregory Peck y secundado por nombres tan ilustres como Telly Savalas, Omar
Sharif, Burgess Meredith, Lee J. Cobb, Raymond Massey, Anthony Quayle, Edward
G. Robinson y Eli Wallach. El resultado fue excelente, con la aportación vocal
de José Feliciano acompañando la odisea de todos esos personajes que buscan lo
que, quizá, nunca llegó a existir.
Se deja arrastrar por
la moda del clavicordio en llave jazzística para Un trabajo en Italia, con Michael Caine y los coches Mini corriendo
por toda Italia. A destacar ese maravilloso arreglo con el título Greensleaves and all that jazz en el que
versiona en clave de jazz el mítico tema tradicional inglés.
Agarra el Aleluya, de Händel y lo versiona para Bob, Carol, Ted y Alice para unirse a
esta comedia sobre la levedad del matrimonio y las ventajas del cambio de
pareja que Paul Mazursky hizo a finales de los sesenta con Elliot Gould, Robert
Culp, Natalie Wood y Dyan Cannon. El estreno de esta película lo puso todo
patas arriba.
Cuenta con la divina
Sarah Vaughan para el tema The time for
love is anytime dentro de esa deliciosa comedia protagonizada por Ingrid
Bergman y Walter Matthau que es Flor de
cactus, de Gene Saks. No cabe duda que elige un tono melancólico para una
película que es ligera, estupenda y optimista y quizá no esté del todo
acertado, aunque la canción es excepcional. En todo caso, merece la pena volver
a este título que hace que la sonrisa no se caiga de los labios.
Ligero es su trabajo
para esa comedia de colmillo afilado que es Los
encantos de la gran ciudad, con Jack Lemmon y Sandy Dennis siendo
literalmente engullidos por la gran urbe, como augurando una gran mentira ante
una visita que está condenada a la enseñanza y el fracaso en el tono más
divertido.
Inmerso ya en las
tendencias musicales de los setenta, Jones compone la banda sonora de Supergolpe en Manhattan, su tercera
colaboración con Sidney Lumet, con profusión de instrumentos propios de la
época como el uso del piano eléctrico y el sintetizador dando paso a un tema
lleno de dinamismo y jazz en una película que se antoja trepidante con Sean
Connery, Dyan Cannon y un juvenil Christopher Walken en los principales papeles
y con la colaboración de Toots Thielemans con la armónica.
Igualmente de ágil es
la banda sonora que compone para esa joya totalmente olvidada de la filmografía
de Richard Brooks que es Dólares, con
un inolvidable tema principal cantado por Little Richard. Una auténtica joya
que apenas se recuerda y que hace que la cadera se mueva en busca del ritmo.
Le puso misterio y buen
humor a la banda sonora de Un diamante al
rojo vivo, de Peter Yates, con Robert Redford y George Segal al frente del
reparto. Original y ciertamente colorista, la música de la película acompaña a
estos ladrones un tanto chapuceros en la ejecución de un robo de guante blanco
que acaba por ser de garganta estrecha.
Los
nuevos centuriones, protagonizada por George C. Scott y
Stacy Keach, fue un gran éxito que describió el duro trabajo de los policías de
calle, con sus problemas y sus rutinas, que Quincy Jones describió musicalmente
con la maestría de muchos elementos propios del jazz de los setenta y
especialmente de Isaac Hayes con su tema para Shaft, siempre con grandes elementos de percusión, aunque no cabe
duda de que al escuchar de nuevo estos temas se almacena la sensación de que
todo se ha quedado un poco trasnochado.
En la memoria siempre
ha quedado ese tema de armónica, desesperanzado y solitario, que adorna La huida, de Sam Peckinpah, con Steve McQueen
y Ali McGraw tratando de escapar de errores del pasado con una escopeta de
cañón recortado y ciertas dosis de osadía. Una banda sonora que ha quedado como
una de las mejores, a pesar de que Jones incidió sobre esa sensación de
extravío que recorre toda la partitura.
A partir de aquí, Jones
abandona su actividad cinematográfica y se centra básicamente en sus labores de
producción musical llegando a trabajar en los ochenta para Michael Jackson.
Sólo sale de su retiro para coordinar toda la banda sonora de El color púrpura, de Steven Spielberg,
con algunos retazos de composición propia destacando, por supuesto, ese tema
también ya inmortal como es el Miss
Celie´s blues.
Sólo un trabajo más desde 1985 para el cine y se trata de la banda sonora para Lola, una película que ha cosechado unas críticas muy adversas, de Nicola Peltz Beckham y que ha sido estrenado durante este mismo año con muy pobres resultados. Una despedida indigna para un hombre que revolucionó las bandas sonoras haciéndolas atractivas para figurar en la discoteca de cualquier melómano en los sesenta y que aportó soluciones muy imaginativas para los más diversos argumentos, demostrando versatilidad y talento a partes iguales. Probablemente, en este momento, estará volando a Birdland, la tierra donde descansan todos los músicos que amaron el jazz y, mientras tanto, le estará proporcionando el último éxito a Charlie Parker a quien tanto admiraba. Jones para un cielo con banda sonora.
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