Dexter Cornell no lo
tiene fácil al llegar a la comisaria. Va a denunciar un asesinato y la víctima
es él. Ha tenido sólo veinticuatro horas para investigar quién le envenenó y ha
tenido que correr de aquí para allá, con la vista cada vez más nublada y el
entendimiento cada vez más turbio, para averiguar quién le ha odiado tanto como
para matarlo. Siempre suele ser quien tienes más cerca, profesor Cornell. Sin
embargo, todo esto ha sido necesario para que él mismo se dé cuenta de que llevaba
cuatro años muerto. Justo desde que ni una letra salió de su mente. Dejó de
escribir y se dedicó sola y exclusivamente a la enseñanza. Ahí ha tenido tiempo
para tontear con el alcohol, arrinconar a su esposa, olvidarse del proceso de
creación y, de una forma un tanto velada, ahogar todo afán de destacar por
parte de su alumnado. Shakespeare en primer lugar. Lo demás es todo basura.
Cuando alguien ha
vertido un veneno en la bebida, es que tiene suficientes motivos como para
odiar a quien la toma. Y, además, sacar una ventaja que es la que realmente
busca. Es decir, se hace por algo, pero también porque ese estúpido de Dexter
Cornell publicó un par de libros que funcionaron muy bien y luego se le apagó
la imaginación y el desborde literario. Es un verdadero bobo que no tiene ni
idea de cuánto se le ha dado y, así por las buenas, tiró todo por la ventana
sólo porque nada le parecía suficiente. Y la escritura es una vocación
adictiva. Nunca se debe dejar de escribir porque las letras se marchan con el
primero que pasa. Y ese primero está en la clase de Dexter. Y es el primero
también en otras cosas.
Con las convenientes
modificaciones haciendo que el protagonista pase de ser un aburrido burócrata a
un fascinante literato, Muerto al llegar
es una versión modernizada de aquel fantástico clásico del cine negro dirigido
por Rudolph Maté titulado Con las horas
contadas, que tuvo a Edmond O´Brien como protagonista. Aquí es Dennis Quaid
quien asume la carga de la prueba y a su alrededor hay rostros conocidos como
los de Daniel Stern o Meg Ryan. El resultado de la dirección de Rocky Morton y
Annabel Jankel es de una estética bastante cercana al videoclip imperante a
finales de los ochenta, pero contiene ideas visuales muy interesantes como el
hecho de ir decolorando toda la fotografía según se va escapando la vida del
protagonista hasta llegar al blanco y negro con el que también comienza para
irse al flashback después de ese
principio impactante en que el denunciante también es la víctima del asesinato.
La música, por supuesto, se resiente de la época, pero aún resiste el embate
del tiempo con cierto apoyo en un ritmo que se antoja trepidante y que hace que
se convierta en un digno remake de la
película de Maté, aunque en ningún caso lo llega a superar.
Ténganlo en cuenta. Si
deciden echar unas copas porque las cosas van mal, extremen el cuidado. Ahí, al
otro lado de la bandeja, puede acechar el enemigo que no conocen y que ha
vertido algo extraño en la bebida. No podemos imaginar lo que debe ser que, de
repente, sólo te queden veinticuatro horas de vida porque estarás muerto al
llegar.
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