miércoles, 5 de febrero de 2025

SEPTIEMBRE 5 (2024), de Tim Fehlbaum

 

El 5 de septiembre de 1972, unos individuos penetraron en la villa olímpica de Munich y secuestraron a once atletas israelíes para exigir la liberación de doscientos presos palestinos de las cárceles del estado de Israel. El papel de la prensa en aquellas veinte horas de terror fue fundamental para mantener al mundo informado en directo. El equipo de la ABC estadounidense fue el encargado de transmitir las imágenes ya que su estudio de realización se hallaba tan sólo a quinientos metros del lugar de los hechos. Desde allí, se enviaron por vía satélite todas las evoluciones de aquella tragedia que marcó el devenir de los Juegos Olímpicos, pensados para ofrecer por parte de Alemania, una alianza de paz con el resto de naciones y un compromiso de tranquilidad y de deseos de integrarse dentro del orden internacional.

De ese modo, nos adentramos en las entrañas de la generación de información, marcada por la premura y la exclusividad en una situación en la que cualquier noticia se convertía en vieja e inservible en apenas unos minutos. Ello dio lugar a todo un repertorio de profesionalidad, de errores, de improvisaciones exitosas, de reparos éticos y de demostración de un periodismo que ya ha quedado obsoleto en una época en la que estamos informados al minuto y en la que la verdad es un valor a la baja.

Con estos mimbres, el director y guionista Tim Fehlbaum ha articulado una excelente película, en la que se puede cortar la lentitud de unas horas frenéticas en busca de la mejor imagen, del mejor plano, de la mejor cobertura. El mundo se estremecía ante la suerte de aquellos atletas que sólo habían ido a competir en condiciones de igualdad con otros muchos. Las decisiones tenían que ser tomadas en cuestión de unos pocos segundos, sin apenas deliberaciones, sin límite de horas y de entrega, con una serie de profesionales dando lo mejor de sí mismos a la vez que asistían, sobrecogidos, a la certeza de que la paz era un sueño imposible. Para ello, Fehlbaum se apoya en un ritmo muy alto gracias a un montaje espectacular, debido a Hansjörg Weischbrich, y en dos interpretaciones de altísimo nivel. Una es la de John Magaro, en la piel del realizador Geoffrey Mason, coordinador de toda retransmisión en directo, que llevaba la dirección del estudio a pesar de su relativa inexperiencia. La otra, también impresionante, la de Leonie Benesch, a la que ya habíamos visto en la excelente Sala de profesores, que aquí encarna a Marianne Gebhardt, el enlace alemán de todo el equipo de la ABC y que resultó ser una figura clave para las traducciones y para el seguimiento del terrible desenlace de aquel aciago día.

El resultado es una película vibrante, fotografiada en grano grueso para devolvernos al ambiente de los años setenta más allá de los aspectos y de la primitiva tecnología de principios de la década, con momentos realmente tensos en los que casi se puede oler el sudor, el tabaco y la desesperación contenida de todos aquellos profesionales del periodismo que hicieron un extraordinario trabajo a pesar de que su especialidad era el deporte y, en apenas unos minutos, se reconvirtieron en cazadores de la noticia política y de investigación, esclavos de la rigurosidad a pesar de sus equivocaciones y sus inseguridades. Dentro de aquel estudio de realización hubo angustia, frustración, perseverancia y buenas dosis de imaginación para saltar todo el dispositivo policial que fue más aparente que efectivo. Todo para constatar que Alemania no supo lidiar con el problema y que es muy fácil escoger como blanco a los más débiles. Unas lecciones que nadie debería olvidar en estos tiempos que corren. Por eso, corran, no miren atrás, vayan al cine. Vean esta película. Es de lo mejor del año. 

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