martes, 2 de diciembre de 2025

MIS DOBLES, MI MUJER Y YO (1996), de Harold Ramis

 

La vida es un puñetero torbellino que no te deja respirar. No hay tiempo para vivir. Solo se puede trabajar, arreglar cosas, ir a los bancos, ocuparse de los niños, acabar con las chapuzas de casa, hay que multiplicarse si quieres llegar a todo y, a veces, incluso, es imposible. No se da abasto. Y no hay piedad. No hay perdones, no hay excusas, si no llegas es tu problema, nadie te ayuda, tú verás. Solución, si la ciencia lo permite. Clonarse. Hacer una copia perfecta de ti mismo que se ocupe, por ejemplo, del trabajo, que ya tiene ahí bastante para entretenerse. Ir de aquí para allá, cerrar contratos, comprar materiales, ejecutar las obras, sí, sí. Doug, que es el interfecto, parece que hasta va a tener tiempo de ocuparse de su mujer. Pero no. Resulta que no es suficiente, que hay que clonarse otra vez. Cuidadito, Doug, si llenas la casa de dobles, tu mujer no sabrá cuál es el original y va a haber alguna juerga prohibida en la cocina. Bueno, no pasa nada. El caso es que la segunda clonación ya no va tan bien. Es más fino, más cocinillas, más delicado, más indicada para, digamos, las tareas de la casa. Bueno, qué se le va a hacer. No todos van a salir tan perfectos como la primera copia. Pero aún no es suficiente y ese Doug 3 va a clonarse a su vez y aparece Doug 4, que ya es la auténtica degeneración de los facsímiles. No sirve para nada si no es para ensuciar, para ponerlo todo perdido, para tener un niño más. Clonación. Ciencia. O tempora o mores.

Grandes momentos de comedia, un tanto gamberra, eso sí, destila esta película. La dirección de Harold Ramis, no siempre acertado en sus intentos, aquí resulta un poco desatada, pero admisible. Hay secuencias realmente divertidas. Y, para ello, influye en gran medida el talento de Michael Keaton haciendo el papel protagonista, y el secundario, y el terciario y el cuaternario. Se multiplica bien el muchacho. Y más aún si al lado tiene una actriz segura, poco dado a los excesos, que se convierte en el elemento más admirablemente equilibrado de la película como es Andie McDowell. Con estos sencillos elementos y con la crítica acerada a la vida moderna que no nos deja ni mirar al cielo, Ramis fabrica una comedia que funciona bien, sin llegar a ser su mejor trabajo, que es Una terapia peligrosa y que nos pone por delante que, tal vez, la vida no sea tan mala después de todo porque si necesitamos copias, nos van a complicar mucho, mucho la existencia. Mientras tanto, no dejen de intentar llegar a tiempo a todas sus obligaciones. Les parecerá una conclusión rara, pero eso es lo que nos hace realmente humanos, aunque el estrés esté ahí picando en la minería de los nervios, y lo que también nos introduce la sensación de que valemos, de que somos mejores de lo que creemos y que hacemos todo y más por aquellos a los que realmente queremos.

Quítate César, que ya me pongo yo. Esto ha sido fácil. Te querría ver haciendo un artículo como el de Shutter Island