En la vida, las cosas,
a veces, acaban llegando. Todo aquello que parecía que nunca iba a pasar, al
final, pasa. Un padre confiesa a su hijo dos cosas. Una, es gay, siempre lo ha
sido y quiere vivir fuera del armario. Otra, tiene un cáncer terminal. Sin
embargo, el hijo está algo sorprendido. Su padre vive de una forma alegre. No
piensa en la desgracia que tiene encima. Se dedica a vivir la vida, a hacer las
cosas abiertamente, a vivir con otro señor, bastante más joven que él, a acudir
una vez a la semana a sus reuniones de amigos gays para ver una película sobre
el tema gay. A reunirse y reír, y apoyar a éste o aquel Senador que ha dicho
que él también es gay. La desgracia, esa que ya no merece ese padre contento,
acaba por venir y la muerte se lo lleva. Es algo que el hijo va recordando
mientras vive su particular historia de amor con una francesa a la que conoció
en una fiesta en la que ella no podía hablar por culpa de una laringitis. Es
actriz y tiene algo en la mirada…no sé…es como si dijera que le quiere cada vez
que pestañea. Es inteligente, perspicaz, con un punto rebelde y gamberro, con
reacciones brillantes. Es la chica ideal. No obstante, él es un cobarde. Nunca
se ha lanzado a la piscina de la vida como hizo su padre. Se ha quedado en el
borde con los pies colgando, remojándose un poco, pero nada más. Es la hora del
compromiso, de dejar atrás el dolor, de descubrir, como hizo su padre, que la
vida tiene cosas y personas maravillosas. Y una de ellas es esa francesa,
actriz, de mirar risueño, de palabra muda, de nómada sentimiento.
Mientras tanto, está el
perro. Sí, es lo más preciado que le ha dejado su padre. Un Jack Russell que
mira de frente y parece que habla. Lamentablemente, no se le puede dejar en
ningún sitio porque se pone a llorar. Y el chico no lo aguanta. Tiene que
volver a por él y llevárselo, aunque eso suponga un buen lío de incomodidades o
de contratiempos. El perro se llama Arthur y sabe hacer muchas cosas. Sólo que,
muchas veces, no le da la gana de hacerlas. Es el compañero ideal para el viaje
sentimental que ese hijo está a punto de comenzar. Con sus idas, sus venidas,
sus sentidos del humor, sus bromas, sus vacíos…sus vacíos…
Mike Mills dirige con una sobriedad sencilla y con ideas luminosas en la narración para hacer que, a pesar de ser una historia que raya en lo trágico, estemos siempre ante la impresión de estar en una comedia. Ewan McGregor está brillante como ese hijo que ha amado y ya no sabe cómo amar. Melanie Laurent está mejor que nunca como la actriz francesa que le encandila y, por supuesto, Christopher Plummer es el padre, feliz, libre, sin ser escandaloso, sin levantar ni un ápice de compasión, sólo de felicidad. Todos juntos articulan una película pequeña, de sentidos y sentimientos, de sensibilidades cotidianas e irremediablemente absurdas. Como las que tenemos todos aunque las circunstancias sean diferentes. Al fin y al cabo, todos somos principiantes en algo.

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