viernes, 12 de diciembre de 2025

EL CLUB DE LAS PRIMERAS ESPOSAS (1996), de Hugh Wilson

 

Cuando llega la hora del cataclismo, no basta con bajar la cabeza y aceptar el movido vaivén del destino. Lo que hay que hacer es darles a esos maridos de cuchufleta lo que realmente merecen. ¿Que se han ido con una chica más joven para ponerles un pisito y lo que ella quiera? Lo que hay que hacer es destrozarles el pisito de marras y asegurarse de que la cuenta corriente se quede en números rojos. ¿Que vienen la consabida crisis de los cincuenta y que quieren ser más independientes para poder dedicarse a lo que siempre han soñado? Lo que hay que hacer es comprar la empresa en la que trabaja y convertirse en su jefe. Va a saber lo que es sufrir el condenado. ¿Que prefieren a la última estrella de la televisión porque la chica de talento dramático ya es tan mayor que se ha tenido que meter colágeno a espuertas en los labios? Lo que hay que hacer es arruinar las finanzas, decirle que la chica en cuestión es menor y que lo mismo debe parar con sus huesos en la cárcel. El negocio es simple, chicas. Se trata de montar una oficina que hurgue en los puntos débiles de esos maridos ingratos, estúpidos y malandrines para que la venganza sea completa. Bienvenidas al club de las primeras esposas.

Y es que hay algo que también tienen las mujeres, aparte de los ataques de nervios descontrolados. Saben reírse de todo. Cuando están cómodas entre ellas, agárrate los machos porque te van a despellejar. Son capaces de salir bailando por una calle húmeda y montar una fiesta en plena calzada. Son así. Imprevisibles, volubles, caprichosas, pero cuando se ponen, tienen una fuerza de voluntad que nada ni nadie es capaz de detener. Son verdaderos tanques de cañón recortado rellenos con balas de empuje. Sí, son muy diferentes de nosotros. Mucho. Para bien y para mal. Aunque para ellas todo sea para bien. Y que se te ocurra decir lo contrario, machote.

Diane Keaton, Goldie Hawn y Bette Midler fueron las protagonistas de una de las películas más taquilleras de 1996. Nadie daba un duro por esta historia. Eran los años testosterónicos de Bruce Willis, Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger y nadie iba a querer ir a ver a tres amargadas que se ríen mucho de sí mismas porque sus maridos las han abandonado de forma, más bien, humillante. Sin embargo, el éxito fue fulgurante. La gente se reía. Hombres y mujeres (en eso, somos iguales). Y gozaba con la venganza cuidadosamente planeada de estas tres gamberras que eran capaces de levantar una comedia sobre la guerra de sexos y de estados con secuencias realmente divertidas (como el tronchante ataque de nervios de Diane Keaton cuando están a punto de descubrirlas en el despacho del marido de Bette Midler). Las tres actrices estuvieron dispuestas, incluso, a rodar una segunda parte sobre este club tan particular. Los estudios se agarraron a sus ideas retrógradas y concluyeron que el éxito de esta película fue una “casualidad”. Sí, la casualidad de juntar a tres chicas con sentido del humor, capaces de bailar, reírse de todo y organizar un buen jaleo mientras el mundo entero las acompañaba y comprendían su rabia contra el sexo contrario. Estúpidos, eso sí, hay en todos los lados.

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