La vida es un puñetero
torbellino que no te deja respirar. No hay tiempo para vivir. Solo se puede
trabajar, arreglar cosas, ir a los bancos, ocuparse de los niños, acabar con
las chapuzas de casa, hay que multiplicarse si quieres llegar a todo y, a
veces, incluso, es imposible. No se da abasto. Y no hay piedad. No hay
perdones, no hay excusas, si no llegas es tu problema, nadie te ayuda, tú
verás. Solución, si la ciencia lo permite. Clonarse. Hacer una copia perfecta
de ti mismo que se ocupe, por ejemplo, del trabajo, que ya tiene ahí bastante
para entretenerse. Ir de aquí para allá, cerrar contratos, comprar materiales,
ejecutar las obras, sí, sí. Doug, que es el interfecto, parece que hasta va a
tener tiempo de ocuparse de su mujer. Pero no. Resulta que no es suficiente,
que hay que clonarse otra vez. Cuidadito, Doug, si llenas la casa de dobles, tu
mujer no sabrá cuál es el original y va a haber alguna juerga prohibida en la
cocina. Bueno, no pasa nada. El caso es que la segunda clonación ya no va tan
bien. Es más fino, más cocinillas, más delicado, más indicada para, digamos,
las tareas de la casa. Bueno, qué se le va a hacer. No todos van a salir tan
perfectos como la primera copia. Pero aún no es suficiente y ese Doug 3 va a clonarse
a su vez y aparece Doug 4, que ya es la auténtica degeneración de los
facsímiles. No sirve para nada si no es para ensuciar, para ponerlo todo
perdido, para tener un niño más. Clonación. Ciencia. O tempora o mores.
Grandes momentos de
comedia, un tanto gamberra, eso sí, destila esta película. La dirección de
Harold Ramis, no siempre acertado en sus intentos, aquí resulta un poco
desatada, pero admisible. Hay secuencias realmente divertidas. Y, para ello,
influye en gran medida el talento de Michael Keaton haciendo el papel
protagonista, y el secundario, y el terciario y el cuaternario. Se multiplica
bien el muchacho. Y más aún si al lado tiene una actriz segura, poco dado a los
excesos, que se convierte en el elemento más admirablemente equilibrado de la
película como es Andie McDowell. Con estos sencillos elementos y con la crítica
acerada a la vida moderna que no nos deja ni mirar al cielo, Ramis fabrica una
comedia que funciona bien, sin llegar a ser su mejor trabajo, que es Una terapia peligrosa y que nos pone por
delante que, tal vez, la vida no sea tan mala después de todo porque si
necesitamos copias, nos van a complicar mucho, mucho la existencia. Mientras
tanto, no dejen de intentar llegar a tiempo a todas sus obligaciones. Les
parecerá una conclusión rara, pero eso es lo que nos hace realmente humanos,
aunque el estrés esté ahí picando en la minería de los nervios, y lo que
también nos introduce la sensación de que valemos, de que somos mejores de lo
que creemos y que hacemos todo y más por aquellos a los que realmente queremos.
Quítate César, que ya
me pongo yo. Esto ha sido fácil. Te querría ver haciendo un artículo como el de
Shutter Island…
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