Debido al puente del día del Trabajo y de la Comunidad de Madrid, despedimos el blog hasta el martes día 6 de mayo. Mientras tanto, no lo olvidéis, ved cine. Es la luz que nunca se apaga.
Si
se tienen las habilidades necesarias, es fácil para un autista de alta
funcionalidad ejercitar tareas de repetición. No cuesta ningún trabajo seguir
uno de esos bailes de discoteca en los que los pasos están preconcebidos y todo
el mundo se une. Es todo el rato lo mismo. Paso adelante, paso atrás, patada,
vuelta y comienza de nuevo. La atención no siempre es la mejor porque ellos
pergeñan su propia prioridad. La resolución de rompecabezas les resulta
relativamente sencillo porque su naturaleza intrínseca implica un cierto orden
que, posiblemente, es lo que más les gusta de la vida. Y apretar el gatillo
haciendo blanco reúne todas las características de los ejemplos anteriores.
Sólo hay que mirar y mover el dedo, una y otra vez, blanco, blanco, blanco. Lo
demás, no importa.
En esta ocasión, ya no
hay tapaderas de contabilidad, sólo la capacidad para seguir las pistas
reunidas por un, podríamos decir, viejo amigo que ha sido cazado por váyase
usted a saber quién. Hay que recomponer las huellas, pedir la ayuda de alguien
externo, dejarse guiar por el centro de control de la residencia para el
tratamiento del autismo inteligente y juntar las piezas. El resultado, como no
podía ser menos, desemboca en una auténtica red de extorsión de trata de
blancas en la que el asesinato y el chantaje son tan viles que tendrá que salir
a escena esa ética tan particular que el contable Christian Wolff saca a
relucir para encontrar motivos para actuar.
Esta secuela tiene que
luchar contra varios factores. El primero de todos ellos es la ausencia del
factor sorpresa. Conocemos al protagonista, sabemos de sus carencias y de sus
habilidades y hay que ponerlas de nuevo en juego. También se renuncia a esa
estructura tan sorprendente de la primera en la que había que juntar todos los
fragmentos como si fueran un rompecabezas narrativo que acababa por encajar
perfectamente. Aquí sólo hay un deseo de acercamiento hacia ese personaje que
ha dejado de torturarse para controlar sus impulsos y que trata de hacer lo
correcto por el respeto que tenía a alguien a quien perdonó la vida. Por
supuesto, existen momentos muy álgidos de comedia en los que Ben Affleck se
esmera por conseguir el efecto de la perplejidad en los diálogos, casi siempre
escuetos, de un tipo que tiene un enorme problema en la capacidad de relación.
Jon Bernthal adquiere más protagonista como su hermano y digamos que todo tiene
un aire más leve, aunque no menos interesante. Es una digna segunda parte (o un
digno cuadrado, como se ocupan de subrayar los títulos de crédito) y poniendo
un cierto énfasis en los problemas de las mafias de la emigración, que trafican
con las personas consiguiendo tantos beneficios como si lo hicieran con drogas
de cualquier tipo.
La dirección de Gavin O´Connor, un hombre que ha demostrado tener cierta destreza en películas tan valorables como Cuestión de honor o Espías desde el cielo, es más reposada, algo más tranquila aunque no tiene ningún problema en pisar el acelerador para darle ritmo a la película e, incluso, acudiendo a una elipsis que acaba por ser casi un chiste. La historia es ligeramente más complicada, pero perfectamente asumible por cualquiera y los ciento treinta y dos minutos de metraje se pasan con el entretenimiento por insignia y con ciertas sorpresas que hacen arquear las cejas porque no se espera que haya personajes de tanta importancia que pasen por dificultades de consideración. El resultado final, perdónenme, es bueno. Se sale bien. Con los números en orden y con alguna que otra sospecha de que habrá una tercera parte a no tardar. Ya saben, ustedes llamen al centro de neurociencia y se le enviará una contestación por el medio que menos esperen. En esta ocasión, el mensaje llegará por la vía del buen rato.