miércoles, 8 de mayo de 2024

LA CENTINELA (1977), de Michael Winner

 

Lo anunciaré con más detalle en cuanto tenga la invitación preparada por la editorial, pero presentaré mi libro "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" el próximo día 22 de mayo, miércoles, en la Librería Ocho y Medio. Los copresentadores serán Gerardo Sánchez, director de Días de Cine, y Alejandra Herranz, gran periodista y presentadora del telediario del mediodía de la 1. La cita es a las 19 horas. Os espero a todos allí.

Una modelo de alta costura se muda a un apartamento en pleno centro de Manhattan. En un principio, todo va bien. El barrio es bueno, algo bohemio, con ese ambiente tan particular de unas calles que parece que hemos vivido siempre a través del cine. Sin embargo, la realidad se tuerce. Extrañas visiones. Algún que otro problema físico. Pesadillas. Sus vecinos comienzan a parecer monstruos. Y recuerdos que nunca existieron parecen estar aflorando en una memoria que parece que no es la suya. Es todo muy raro. Como si esa realidad que tanto le había gustado, le enseñase el lado más oscuro, más feo de todo. Es como, si de alguna manera, ella viviese en las mismas puertas del infierno.

Puede que la frustración para vivir en pareja tenga algo que ver y esa carencia hace de ella la candidata idónea para el puesto de centinela. Lleva dos intentos de suicidio a cuestas y ha dejado cualquier atisbo de fe atrás porque siente que está sola, aunque haya alguien que quiere vivir con ella a toda costa. Un sacerdote ciego es el único que comparte vivienda en todo el edificio y una fiesta de muertos con la excusa de un gato es un aviso de lo que puede estar esperando.

Notable película que quedó eclipsada en los años setenta por el éxito incomparable de El exorcista, de William Friedkin; y La profecía, de Richard Donner, quedándose como la hermana pequeña de estos títulos a la que nadie ha hecho caso cuando, en realidad, tiene un reparto impresionante que incluye nombres como Ava Gardner, Burgess Meredith, Chris Sarandon, Arthur Kennedy, José Ferrer, Sylvia Miles, Beverly D´Angelo, Eli Wallach, Martin Balsam, Christopher Walken, William Hickey, Tom Berenger, Jeff Goldblum y el inquietante clérigo interpretado por John Carradine. El protagonismo es para una excelente Christina Raines en el que es el mejor papel que ha hecho nunca para el cine. La dirección corre a cargo de Michael Winner y el resultado es una película enormemente inquietante, a la que le cuesta trabajo coger ritmo, pero que llega a tener momentos realmente oscuros, alejados del susto, pero enormemente incómodos, con multitud de elementos psicológicos que parecen saltar alrededor del entendimiento y, quizá, con un final que no está demasiado en consonancia con la sobriedad del resto de la película.

La tensión se nota en las piernas en determinadas situaciones y, en ellas, siempre suele estar el hombre que lleva el alzacuellos y no ve. Éste apartamento puede ser uno de los mayores portales de entrada en el infierno, pero el cura, por mucha inquietud que llegue a despertar, tiene una misión muy importante que cumplir. Los diablos y los arcángeles se agolpan al otro lado de la puerta. En esa atmósfera bizarra se pueden apreciar espíritus del otro lado del océano como los de Mario Bava o Darío Argento y en algún momento se mezcla la realidad con la fantasía, fruto, en la mayoría de las ocasiones, de todas las frustraciones y traumas que todos llevamos encima, porque, al fin y al cabo, esas deben ser las maldiciones que el Diablo descarga sobre todos nosotros, redactando una carta muy personal para cada caso. El Diablo es tan sabio que adecúa el mal a las características de cada uno.

martes, 7 de mayo de 2024

LA IRA DE DIOS (1972), de Ralph Nelson

 

Quizá, en algún lugar del México más pobre, haya un sacerdote que lleve una navaja dentro de un crucifijo. Intentar arrebatar el poder a los terratenientes sólo con una sotana, se antoja como algo casi imposible porque, por supuesto, los más ricos son los que más hacen gala de una doble moral. Sin embargo, ahí está el Padre Oliver Van Horne, un individuo extraño que utiliza la violencia y también la piedad. Se alía con gente extraña para lograr sus objetivos y no tiene ningún problema en derramar sangre si la ocasión lo requiere. Al mal se le combate con el mal…y una parte de bien. El poder es el camino más corto hacia la locura y esa sotana implacable va a poner las cosas en su sitio con la ayuda de un par de aventureros. Misa, comunión y balas. Todo junto. Sólo así se podrá entender su mensaje.

No cabe duda de que la película es entretenida, aunque, en algún momento, se note una cierta prisa por hacerla debido, muy probablemente, a limitaciones presupuestarias, pero no deja de ser atractiva la idea de colocar a un sacerdote que reparte bondad y ánimo con una pistola al cinto. Robert Mitchum, desde luego, es el actor ideal para llevar a cabo tales tareas sin resultar ridículas y podemos ver a la devota Rita Hayworth en su último papel para el cine arrodillándose y rezando para que acabe la tiranía de los de siempre. Ralph Nelson, que, sin duda, tiene un puñado de películas muy competentes, no ahorra crítica hacia la iglesia, a la que considera aprovechada e inoperante y, por el camino, construye una cinta de aventuras que consigue el aprobado, sin llegar en ningún momento a algo más.

Y es que, como dicen las Santas Escrituras, “mía será la venganza” y a ello se aplica el Padre Van Horne porque, al fin y al cabo, la Biblia es un libro santo, pero también está repleto de sangre, de promiscuidad, de rencores, de días teñidos de malas ideas. Es establecer un reino con la ira de Dios y, en algunos lugares, hace bastante falta. Allí, en un pueblo repleto de polvo y beaterío, también es necesario que Dios se aparezca de alguna forma y que dé su merecido a los que tanto mal causan porque eso, se quiera o no, consuela a los afligidos. Más tarde, recibirán su castigo divino en los cielos, pero que algo se lleven de este valle de lágrimas que cada vez se inunda más con la pena y la impotencia.

La revolución, en muchas ocasiones, no está exenta de humor aunque no sea más que una fulana que se va con el primero que pasa. Y la irreverencia es una debilidad humana que debe ser tolerada porque, al fin y al cabo, el desenfado es algo que agrada a Dios, aunque sea a su costa. Nada mejor que un alzacuellos para guiar los destinos de la gente humilde, por mucho que sea algo equívoco en sus acciones y reacciones. Se trata de acercarse a los que ruegan y dejar que algo de satisfacción se guarde en ese alma que, con tanta paciencia, Dios espera.

martes, 30 de abril de 2024

EL ESPECIALISTA (2024), de David Leitch

Debido a los festivos con puente incluido, se cierra el blog hasta el martes, 7 de mayo. Id al cine. Y si os aburrís en casa, no olvidéis que ya podéis reservar mi libro "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" editado por RBA y que está en preventa en Amazon, El Corte Inglés, FNAC y Casa del Libro. Lanzamiento el 22 de mayo. Abrazos para todos. Y uno extra si lo compráis.

No es la primera vez que el cine se ocupa de la profesión más peligrosa entre todas las que emplea. Ahí están Hooper, el increíble, de Hal Needham y, sobre todo, Profesión: El especialista, de Richard Rush. En esta ocasión se trata de homenajear a todos esos hombres y mujeres que ponen su cuerpo en las escenas de acción para que los héroes parezcan más héroes. No importa demasiado que el argumento sea bastante delirante y que, en algún que otro pasaje, el asunto se convierta en un circo demasiado pasado de vueltas. Se trata de articular un espectáculo de acción con dos intérpretes de categoría como Emily Blunt y Ryan Gosling.

El resultado es divertido, un punto por debajo del entretenimiento y dos de la calidad. Hay saltos, persecuciones, explosiones, caídas, peleas, fuegos, cámara lenta, cristales rotos y coches destrozados, lo cual asegura un rato que se pasa en un suspiro y medio. Gosling y Blunt son muy competentes y hacen frente a lo que se venga encima, aunque sea un alud. La trama pretende, en algún momento, tener apuntes de cine negro, pero se olvida rápidamente porque lo verdaderamente importante es ver cuál es la siguiente pirueta mortal en un entuerto que no deja de ser algo ingenuo. Habrá espectadores que lo pasen bien y otros que saldrán con una sensación de una más. Y tan respetables unos como los otros.

Y es que entre tanto fuego de artificio hay un sitio de honor para el romance, auténtica espoleta de bomba, que actúa por debajo como si fuera el típico truco que el espectador conoce y los protagonistas, no. Algún golpe de humor, para completar los físicos, para que el paquete tenga su ligereza de peso. Ah, y que no se me olvide. Hay secuencia tras los títulos de crédito. Fui el único en la sala que sabe lo que realmente pasó con Tom Ryder, estrella que pone la cara, pero no el peligro.

Hasta ahí se puede leer. El resto es que son detalles, como los continuos homenajes a secuencias míticas de especialistas, o el impresionante aspecto que exhibe Ryan Gosling después de muchas horas de gimnasio en las que las pesas han sido compañeras inseparables. Ya se sabe. En el fondo, el cine de hoy se nutre de todo esto. Algo fácil, digerible, sin complicaciones, sin más cera que la que arde y con esa supuesta originalidad que consiste en que los dobles de acción utilicen sus habilidades como si fueran auténticos mamporreros de cualquier película en la que intervienen. Al final, como no podía ser menos, son un ejército al que es muy difícil de batir porque, si actúan coordinados, son los matones más preparados del mundo del cine.

Por otro lado, Emily Blunt está encantadora, además de excelente actriz, y el director David Leitch lo sabe, porque acerca la cámara sin pudor y la retrata enamorándose de ella a cada minuto, con esos ojos que parecen buscar respuestas y que tantos buenos ratos dramáticos nos ha hecho pasar. En el tercer lugar del reparto, aparece Aaron Taylor-Johnson, ya saben, el chico ese que han propagado a los cuatro vientos como que tiene más de dos o tres papeletas para ser el nuevo Bond. Sólo que aquí está en las antípodas de eso porque, hay que reconocerlo, tampoco es un mal actor.

Así que, damas y caballeros, vamos a primera, hay que repetir la toma porque no ha habido suficientes vueltas de campana con el coche. Al igual que este artículo, que habría que hacerlo de nuevo para hacerlo más atractivo porque el negro que escribe en lugar del crítico titular lo ha hecho regular. Hay que poner más alma, chaval. Tú no eres el protagonista, así que empieza de nuevo y vamos a hacerlo todo desde el principio. Prevenidos. 

lunes, 29 de abril de 2024

FUNDIDO A NEGRO (2006), de Oliver Parker

Danny Huston conoció a Orson Welles. Sabía cuáles eran sus manias y sus mentiras. También sus debilidades. Sin embargo, no se parece a Welles ni de lejos. Probablemente, de las caracterizaciones que ha tenido el actor y director en el cine, que han sido varias, el premio, sin duda, se lo lleve Vincent D´Onofrio por su breve aparición en Ed Wood, de Tim Burton. Sin embargo, es algo seguro que la figura de Welles resulta fascinante para cualquier guionista, libretista o autor porque, amparados en la extraordinaria inteligencia que demostraba, se han urdido las más diversas historias a su alrededor.

En esta ocasión, nos encontramos a Orson Welles rodando en Europa, tratando de superar el divorcio con Rita Hayworth e interviniendo en una vergonzante producción que, en sus propias palabras, fue de “lo peor que he hecho en toda mi carrera”. Se trataba de La máscara de Cagliostro, dirigida por Gregory Ratoff. Con esta excusa, Welles se convierte en una especie de avezado detective cuando uno de los actores es asesinado. A partir de ahí, en las intrincadas calles de algún lugar de Italia, Welles baja a los infiernos, se mezcla con gente poco recomendable, husmea en cada rincón y resuelve el misterio.

La película no está bien dirigida porque desperdicia un punto de partida realmente interesante y se entretiene en retratar el ambiente en el que se tiene que mover un hombre a solas con su inteligencia antes que en narrar la resolución de un motivo que, ya de por sí, es suficientemente fuerte. Aún así, tiene momentos de cierta calidad y, por supuesto, aunque no se parezca a Welles, Danny Huston es un intérprete esforzado, que trata de hacer honor a uno de los grandes amigos de su padre, John Huston, y que trata de ofrecer más un parecido espiritual que físico con el gran director.

Y es que no es fácil destacar por encima de todos los que te rodean y no parecer un pedante insoportable. “Oh, sí. La Segunda Guerra Mundial fue un desastre para la pobre Italia. Su horrible líder fascista, Mussolini, se alió con Hitler y creyó que tenía el billete ganador. Pero, Benito fue fusilado por los partisanos y arrastrado por las calles…Ahora, en 1948, el país no tiene líderes, está arruinado, sumido en el caos. Los ricos siguen siendo ricos. Si no tienes hambre, no tienes ropa. La gente está derrotada y desilusionada y cada vez tiene más hambre. Mientras tanto, el mercado negro está experimentando un auge tremendo. Con un puñado de liras, puedes conseguir lo que quieras”. Y así, se desliza la crítica, se describe lo que no se quiere ver, se desea la verdad entre la miseria. Welles investiga.

Mientras tanto, Orson trata de ganar algún dinero para afrontar sus propios proyectos. Algo que, por otra parte, resultaba bastante difícil teniendo en cuenta que poseía un carácter netamente aventurero, arriesgado, inquieto y complicado. Sólo alguien como él podría haber visto una posible conspiración política en un simple asesinato. Es un error en el que suelen caer los asesinos. Menosprecian a esas estrellas de Hollywood que sólo vienen a probar la dolce vita, hincharse de spaghetti a la bolognesa y escuchar música de mandolina. Orson era cualquier cosa, menos eso.

viernes, 26 de abril de 2024

MEMENTO (2000), de Christopher Nolan

 

Escribir. Artículo. Película. Nolan.

Debo hacer memoria, si es que se puede llamar así. Vi esta película y quedé impactado por la tremenda originalidad de sus premisas, pero me olvidé rápidamente de ella. Tal vez porque había muchas otras películas que ver. O puede que fuera porque la vida y su rodillo pasaron por encima de mis recuerdos, siempre veloces, inaprensibles y fugaces.

Memoria. Película. Impacto. Recuerdos. Vida.

No es fácil narrar una película de atrás hacia adelante, en tramos de diez minutos porque la huella del pasado vuela como el aire invisible. Cierto es que las sensaciones duran un poco más. Uno siempre se acuerda de lo que sintió aunque no se acuerde de por qué lo sintió. Es la tiranía de la permanencia. Es la dictadura de lo etéreo. No hay vida si no hay recuerdos. No hay recuerdos si lo que más se quiso, se evaporó.

Pasado. Aire. Sensaciones. Permanencia. Etéreo. Recuerdos. Recuerdos.

La noche cae, y el sueño se erige como amo y señor de la mente. Al día siguiente, todo será un velo negro, sin tramos que revivir, sin experiencias que marquen. Alguien muere. Y eso es lo que queda. La muerte. La ausencia. La nada. La misma que se presenta cada mañana, cada diez minutos, con su apisonadora de aplastamiento. Somos lo que recordamos. No se recuerda nada. No somos nada.

Noche. Sueño. Experiencias. Muerte. Ausencia. Nada.

Christopher Nolan, sí, se me aparece su nombre. Y me dice que quiso romper fronteras con esta película. Quiso romper de otra manera la estructura narrativa, creada para dar saltos hacia atrás hasta llegar al mismo origen del problema. Guy Pearce, otro nombre que pasa rápido por mi memoria, parece estar a sus órdenes con diligencia, con cierta entrega, con la certeza de que tiene que interpretar a alguien que no sabe interpretar porque no recuerda el texto. Algo así como un crítico de cine que no tiene mucho que decir.

Fronteras. Estructura. Problema. Profesionalidad. Yo.

Y así, con cierta pasión por romper la línea de narración y volverla a juntar como se pueda, Nolan realiza una película que acaba por dejar huella en el recuerdo, a pesar de que se trata de no recordar nada. A veces, lo sabemos, la mente posee esos mecanismos de autodefensa para no tener que enfrentarse con lo que es demasiado horrible para su entendimiento. Desde el primer momento, Nolan consideró al espectador alguien inteligente, y dejó en sus manos la facultad de recordar o de olvidar. Todo depende de la calidad que se demuestra en cada película, en cada nueva historia que, al momento, se convierte en viejo recuerdo.

Pasión. Huellas. Mecanismos. Películas que se olvidan. Películas que se recuerdan.

La vida está contenida en la siguiente letra que se deja impresa. La vida es todo aquello que deja constancia y que, luego, se puede contar. Por eso el cine posee tanta vida. Por eso la letra es el testimonio de lo que somos capaces de hacer, de dar, de recibir, de transmitir, de impulsar, de idear, de crear, de embellecer. Y, también, es la declaración definitiva de la verdad.

martes, 23 de abril de 2024

CIVIL WAR (2024), de Alex Garland

 

Debido a una charla sobre "Cine y teatro" en Chiclana de la Frontera, mañana no habrá artículo. Para compensar, lo publicaré el lunes, día 29 de abril. El viernes, por supuesto, sí lo habrá. Mil disculpas.

Se da a entender que un gobierno vira tanto hacia el fascismo que algunos estados se levantan en contra del país para declarar una secesión con el apoyo del ejército. Por supuesto, no faltan aquellos extremistas que no pierden la ocasión para sacar sus armas, porque todo el mundo tiene unas cuantas, enfundarse un uniforme de camuflaje y convertirse en ejecutores de todo aquel que no sea sola y exclusivamente americano. En medio de todo ello, unos periodistas tratan de sacar instantáneas de la muerte en plena acción. Con disparos secos. Sin piedad. Sin ninguna apreciación por la vida de nadie. Es ese momento en el que la muerte envía sus huestes.

Planteada más como un homenaje a los reporteros de guerra que ponen en riesgo el pellejo con tal de contar la verdad, algo a lo que, lamentablemente, nos estamos acostumbrando hoy en día, Alex Garland dirige una película que no hace concesiones. Es dura, con momentos realmente terribles aunque el espectador acompañe en todo momento a esos periodistas que recorren una parte del país con tal de conseguir una entrevista con un presidente de personalidad volátil y voluntad totalitaria. Por el camino descubriremos a un redactor que trata de conservar la cordura aunque tienda a ahogar sus miedos y su rabia en el alcohol, a una fotógrafa que ya ha comprado el billete de vuelta y que está a punto de no aguantar más, a una novata que sueña con cazar los instantes más impactantes y a un veterano de las líneas que ya no puede correr y que está al borde del final. De fondo, un país arrasado en el que se confunden quiénes son unos y otros y en el que la vida tiene menos valor que una bala. Emboscadas con francotiradores, matanzas indiscriminadas, batallas feroces, esquinas traicioneras…todo pasa por delante de estos cuatro testigos que acabarán pagando la osadía de contar de forma muy cara.

De paso, ya que estamos revolcándonos en el fango, la película no deja de ser un recordatorio de la obligación que tienen los periodistas con la verdad. Si ellos no la cuentan, nadie la contará. Más allá de tendencias ideológicas, de ventas de líneas vergonzosas, de intereses que escapan a los mortales comunes, los periodistas deberían ser héroes de la sinceridad, sin perder la objetividad. Se juegan mucho. Y muchos juegan con la credulidad y el deseo de las gentes perdidas en situaciones extremas.

A destacar la interpretación desencantada y amarga de Kirsten Dunst, que exhibe cicatrices causadas por tanto horror en su mirada que se vuelve opaca desde el cristalino azul de sus ojos. Garland, por otro lado, demuestra dos virtudes muy evidentes. Una de ellas, fundamental en la película, es el impactante uso del sonido. La otra es el aprovechamiento totalmente funcional y creíble que hace de los recursos de los que dispone que, para algún que otro avezado, se notan algo limitados. El conjunto es una historia que hace que salgamos de la sala cabizbajos, con algunas imágenes repitiéndose para que no podamos olvidar lo que está ocurriendo en distintas partes de este planeta al que llamamos hogar y que estamos convirtiendo en el infierno.

Está muy lejos de ser una película fácil. Está muy cerca de rozarnos con disparos certeros desde algún lugar ignoto y oculto. Cuando la guerra cae cerca, no sabes de dónde viene la mordedura del diablo. Y, a veces, es mejor morir que arrastrarse para dar un testimonio de lo bajo que puede llegar a caer el ser humano. 

LA CARCOMA (1971), de Ingmar Bergman

 

El amor es como la carcoma. Va horadando las estructuras de lo que somos para reducirnos a seres huecos sin alma. En algún lugar de Suecia, una mujer no sabe muy bien lo que es experimentar esa sensación tan caníbal. Está felizmente casada con un hombre que la quiere y la cuida, pero eso no es suficiente. Y se da cuenta cuando conoce a un americano, un tal David, que tiene todo lo bohemio y es lo suficientemente atrayente como para olvidarse que ella tiene un anillo en el dedo. Sin embargo, David no es un hombre cualquiera. Es un superviviente del Holocausto y eso lo arrastra en la mochila de su moral y de su existencia. Posee los sentimientos de culpabilidad de los que han seguido adelante y, además, también guarda una especie de rencor contra el mundo. Eso hace que, de vez en cuando, tenga algún estallido de violencia. Eso, a ella, lejos de parecerle una razón para huir, es una para quedarse. Mientras tanto, de alguna manera, sigue siendo fiel a su marido. No todo es lo físico. Eso sólo es el pasto de la carcoma. Lo que cuentan son los rincones que reservamos en algún lugar de nuestro interior, destinado solamente a permanecer como santuarios en los que sólo se deja entrar a quien ayudó a construirlos.

Y es que la tentación de salir de la rutina suele ser muy poderosa. No es fácil mantener las emociones encerradas, ustedes lo saben bien. Todos mantenemos una doble personalidad que se ahoga y se salva a cada segundo, según vayan sucediendo los acontecimientos. David es un hombre que se mueve en el límite y no sabe quién es la mujer de la que se ha enamorado. Carcoma, carcoma, sigue avanzando en su camino en la madera, resintiendo toda fortaleza, llamando al derrumbamiento. Somos un cúmulo de vulnerabilidades que tratamos de mantenernos en pie acudiendo a cualquier recurso. El amor es escurridizo, inasible, a menudo, viscoso. Y es hora de ajustar cuentas con el alma.

Ingmar Bergman realizó esta película de triángulo y derrota con Elliott Gould, Max von Sydow y Bibi Anderssen en los papeles principales. En ellos, dibuja el lento desgaste de la carcoma que crece sin parar en aquellos seres que enferman de amor. No tuvo demasiado éxito esta película en su momento y está lejos de ser una de las peores del director, pero llega a ser comprensible porque mantiene a los actores suecos dentro de un registro de estoicismo, mientras a Gould le concede más espacio y eso no le sienta bien a la historia. El resultado es una película que exuda romanticismo, en el que, dentro del particular estilo de Bergman, nos podemos ver reflejados en ese mar de pasiones encontradas de tres personajes que no son más que islas azotadas por el viento. Es más cercana y, también, más hiriente porque vemos ansiedades y deseos que pueden identificarse con nosotros. Y, al mismo tiempo, también notamos distancias y alejamientos que todos hemos experimentado. La carcoma entra y sale sin saber muy bien cómo, pero sus huellas quedan atrás en forma de minúsculos agujeros que siempre quedan por cerrar.