jueves, 24 de octubre de 2024

BOWFINGER (1999), de Frank Oz

Es fácil rodar una película con dos mil dólares en el bolsillo. Al fin y al cabo, es un negocio en el que todo el mundo quiere entrar. Cualquiera quiere ser actor o actriz. Basta con poner una cámara delante y adelante. No obstante, es necesario algún gancho para atraer al público y no hay nada mejor que una gran estrella…sólo que no se puede pagar un salario tan astronómico. Así que la solución es sencilla. Se selecciona a un doble que es el vivo retrato del hombre de moda. Y, con mucha imaginación, se sigue al auténtico actor rodándole en plano general sin que se dé cuenta. Luego, el montaje hará el milagro. Listo. Dicho y hecho. Tan sólo hay que solventar una serie de pequeños problemillas. Por ejemplo, y sin ofender a nadie. El tipo que se ha contratado como doble del inalcanzable actor es estúpido de solemnidad, pero eso no es suficiente como para desanimar a nadie. La chica que ha sido elegida como actriz es más ligera de cascos que un caballo de carreras. Venga, venga, eso no es nada. Imaginación al poder, amigos. Esto se rueda, se monta, se estrena y estamos en el candelero durante unos cuantos meses, lo suficiente como para obtener financiación y luego hacer una película en condiciones. La picaresca de Hollywood lo permite.

Divertida y con mucha imaginación, Bowfinger no es sólo una comedia. De paso, le da un repaso a la maquinaria del cine, con sus intereses creados, sus vanidades del tamaño de Los Ángeles, sus dependencias infantiles, sus defectos gordos y sus ambiciones desmedidas. El guión de Steve Martin está lleno de situaciones brillantes y muy atípicas y la dirección de Frank Oz es nítida dentro de un caos en el que abundó la improvisación a mansalva. Y, por último, las interpretaciones del propio Martin, al lado de Eddie Murphy en su doble papel de estúpida estrella arrogante y estúpido doble sin solución, de Heather Graham, de Robert Downey Jr. y de Terence Stamp son hábiles y, aunque pueda parecer que hay una cierta tendencia a pasarse de rosca, no es así. Todos están al servicio del chiste que, en ningún momento, traspasa las líneas rojas del buen gusto para adentrarse en la broma ridícula. Entretenida y sonriente. Un enredo de celuloide del que no se sabe cuál va a ser el siguiente lío.

En cierto modo, es un canto a la creatividad porque hay que reconocer que la idea tiene su aquél. Ya que Hollywood reparte tantos dividendos a unos pocos, no hay nada de malo en explotar un pequeño resquicio para que algo de calderilla cambie de manos. Y, por supuesto, hay que esperar con toda la ilusión del mundo a que la película tenga éxito. Todo es posible en la fábrica de sueños. Desde la provocación de una situación para que el montaje haga de las suyas, hasta que las excusas de siempre suenen a las réplicas de nunca. No dejen de seguir la estela de una buena iluminación, del rodaje improvisado, del estúpido, del oportunista y de la cómoda sensación de que, en el fondo, además de una crítica llena de acidez, también es una tomadura de pelo para los que manejan los hilos.

LA HABITACIÓN DE AL LADO (2024), de Pedro Almodóvar

 

“Cae la nieve en cada esquina del cementerio desierto, allá arriba, en la loma en la que estaba sepultado Michael Furey. Se amontonaba en las cruces retorcidas, en las lápidas de las tumbas, en las barras puntiagudas de la cancela, en las zarzas sin hojas. Su alma se desvaneció lentamente en el sueño mientras oía que caía suavemente sobre el universo, y caía suavemente como el descenso del último ocaso sobre todos los vivos y los muertos”.

Y así, suavemente, asistimos a una historia sobre la manera de enfrentarnos a la muerte. Una, desde la perspectiva del adiós. La otra, desde la óptica del que todavía siente que tiene mucho por vivir. Quizá, dando por sentado que la muerte es una razón más para la vida. Se recuerdan errores. Se traen a la memoria algunas cosas que se han hecho y que, de alguna manera, han sido importantes mientras el presente avanza hacia el final. Tal vez sólo sea el deseo de afrontar la muerte en compañía porque el vacío conserva la apariencia de ser un lugar muy solitario. Mientras tanto, se piensan muchas cosas. Se exhalan las últimas risas. Se trata de exprimir un poco de belleza ante un acto tan feo como es morir. Y esa belleza puede que no resida en el paisaje, ni en la afortunada existencia. Puede que sólo sea la seguridad de que alguien que siente algo por ti está a tu lado. Para todo y por todo. Camino a la nada.

Además de todo ello, también existe ese resquemor de creer que la vida vivida ha servido para algo. Para consolar a alguien desorientado. Para ofrecer algo a los hijos. Para dejar por escrito un par de líneas que merezcan la pena. La casa se llena de la propia esencia y una puerta abierta significa vida y respiración. Una puerta cerrada es la señal para la lágrima y la agonía. Rabia, rabia ante la agonía de la luz. Todo hecho. Todo cerrado. Todo a punto. Entrar con tranquilidad en una muerte y dejar que los copos de nieve caigan una última vez para dejar bien claro que la muerte, en el fondo, es democrática, ya que iguala a todos los que la experimentan. Sin justificaciones, ni reproches. De eso ya se encarga la conciencia que es lo último en morir.

Y en ese camino de cristal y agua, dos actrices como Tilda Swinton y Julianne Moore llegan a la cima para ofrecernos esas dos visiones bajo las líneas inmortales de Joyce o el testamento cinematográfico del gran John Huston. O tras las carcajadas maravillosas que no hacen más que traer recuerdos de pedazos de vida aprovechados viendo a Buster Keaton en la obra maestra que hizo bajo el título de Las siete ocasiones. O llorando una última vez ante la imposibilidad del amor que siempre se ha mostrado escurridizo y, a menudo, ingrato en Carta de una desconocida, de Max Ophuls. La dirección de Pedro Almodóvar es medida, adulta, extraordinariamente contenida, profunda, aunque quizá peque de alguna torpeza en el incendio. Swinton está enorme y, un peldaño por encima, está Moore porque quien cuida es el que lleva la mayor parte del dolor a cuestas. Y transmite muchas cosas con su mirada de agua y su pelo de fuego. Al final, puede que lleguemos al convencimiento de que nuestras huellas, de algún modo, nunca se borran o, mejor, siempre son ocupadas por las que vienen detrás, dejando una lección de cómo se puede vivir, superando las tremendas bofetadas de un devenir que casi nunca es una comedia. Esta es una película grande. Con dos actrices grandes. Con un director que, esta vez, sabe muy bien qué es lo que quiere contar. Cae la nieve sobre todos nosotros. Sobre todos los vivos y todos los muertos. Eso debería darnos la suficiente serenidad como para afrontar los últimos momentos con la mirada tranquila y el corazón descansado. Más aún si al lado hemos tenido a alguien que ha demostrado que el cariño existe y que vino a nuestras vidas para quedarse.

miércoles, 23 de octubre de 2024

CÓMO ELIMINAR A SU JEFE (1980), de Colin Higgins

 

Tener un jefe parapetado tras su mesa de despacho y que sea el mayor sexista, ególatra, mentiroso e hipócrita es una tarea decididamente difícil para las secretarias de dirección que le rodean. Entre sueños y humos poco recomendables, ellas imaginarán sus particulares venganzas hacia este ser que no merece más que el desprecio y la defenestración literal por la ventana del piso en el que se halla su flamante e inmaculado despacho forrado de maderas en donde él se entrega al adictivo juego del poder, del acoso, de la manipulación y de la humillación. Las cosas, a veces, no son como uno (o una) las imagina, pero las circunstancias se juntan y estas tres chicas que trabajan con el individuo en cuestión tendrán una oportunidad clamorosa de dar rienda suelta a su rencor. Eso sí, sin dejar el humor de lado. Y, ojo, el humor tintado de competencia porque en la ausencia obligada del máximo mandatario, ellas se dedicarán a dirigir el departamento con eficiencia y razón, demostrando que las chicas, cuando se ponen, merecen mucho más la pena.

Por el camino, habrá confusiones, enredos, un equívoco basado en galletas y matarratas, fantasías de Disney, acosos, tretas para apartar a la inevitable servil que no se sabe muy bien qué pretende. Las chicas de nueve a cinco son guerreras y terriblemente competentes, así que es cuestión de que este individuo, a principios de los años ochenta, se agarre los machos y acepte que es mejor escuchar y luego decidir, respetar, ejecutar con lógica y no asumir los elogios que el bienamado líder desparrama como si fueran suyos.

Divertida película que causó un verdadero impacto en los ochenta porque ponía en valor el trabajo de muchas mujeres que tenían que aguantar carros y carretas en sus trabajos mientras no dejaban de usar tacón alto, vestir de forma impecable y sonreír aunque para sus adentros estuvieran acordándose de la madre de alguien. Estupendos también los trabajos, variados e, incluso, salvajes, de Jane Fonda, Lily Tomlin y el debut cinematográfico de Dolly Parton, haciendo la vida imposible a ese jefe sin moral, revestido de falsa amabilidad y sonrisa sin hueco que interpreta con sorna Dabney Coleman. El resultado fue una comedia algo alocada, con alguna que otra salida de rosca, pero inevitablemente entretenida, llena de diversión, de imaginación y agudeza, que en una época en la que eso no se estilaba, echaba una mirada a la enorme competencia de las mujeres para decir que, en muchos casos, eran más adecuadas que algunos hombres colocados en puestos de dirección.

Así que no hay que olvidar que todos tenemos el mismo cerebro y que sólo es una cuestión de saber, con el uso de la lógica y del respeto, cómo utilizarlo. Las personas siempre fueron eso, personas. Sin distinción de sexo. Y siempre es enriquecedor contar con la opinión de todos los que colaboran en cualquier trabajo. No olvidemos que nunca, nunca, nunca hay que pensar que somos los más inteligentes del lugar. Siempre habrá alguien que nos pueda dar un par de lecciones sobre eso.

martes, 22 de octubre de 2024

EL MODERNO SHERLOCK HOLMES (1925), de Buster Keaton

 

Una cabina de proyección de cine alimenta muchos sueños. Las películas se suceden y en la imaginación del joven que trabaja allí se acumulan las fantasías. Una de ellas es la de convertirse en un detective. La otra, más humana y, al mismo tiempo, posible, es conquistar a la chica que le tiene sorbido el seso. Siempre que se quiere a alguien se desea agasajar a la otra persona con algún detalle, aunque no se tenga más que la intención llena y los bolsillos vacíos y eso es lo que hace el joven. Compra una simple caja de bombones porque ella es el chocolate que llena su vida. No obstante, debería andarse con cuidado porque tiene un competidor que se las gasta con onda. Ya se sabe, en cuestión de amoríos, al enemigo ni agua. Y el fulano se empeña en crear la apariencia de que el joven proyeccionista y futuro detective es un gañán que roba relojes y compra bombones a menos precio del que alardea. Lo segundo, seamos sinceros, es cierto, pero lo de robar un reloj pasa ya de lupa oscura. Así que, después de las correspondientes acusaciones, al joven sólo le queda volver a su cabina de proyección y entregarse a sus sueños.

Esta es una de esas películas en las que se pone de manifiesto la tremenda imaginación plagada de recursos de Buster Keaton como director. Es asombrosa la modernidad de la realización que pone en juego, haciendo, por supuesto, que él sea el instrumento principal de todas y cada una de las sonrisas que se dibujan en el rostro de los espectadores a cada momento. Persecuciones alocadas y tronchantes, detalles de fino humorista, novedades narrativas impensables como el introducirse dentro de una película sesenta años antes de que Woody Allen hiciera algo parecido en La rosa púrpura de El Cairo, o John McTiernan también lo intentara en otra clave en El último gran héroe, acrobacias milimetradas hasta el extremo, habilidades de tapete verde, trucos de magia, chistes visuales tremendamente elaborados…en realidad, es una película de cine mudo que contiene todo en apenas cuarenta y cinco minutos. Y, al terminar, se experimenta esa sensación de haber visto algo que se anticipa a todo lo que se ha hecho después, con un esfuerzo físico increíble y con una entrega inusitada con el mero afán de entretener. Es lo que tienen los genios.

Así que no se duerman en sus sueños. Puede que tengan más zarandeos de los previstos y de que, al final, no sean detectives porque no están hechos para eso, pero, permítanme sugerirles la posibilidad de que se queden con la chica. El procedimiento para dar el paso definitivo es fácil. Basta con ver una película que contenga una escena de amor y pónganlo en práctica. Es fácil que crean que son ustedes un poco ridículos y que tengan que detenerse en determinado momento, no vayan a ir las cosas muy lejos, pero el cine, como la vida, no deja de dar lecciones desde una cabina de proyección o desde ese enorme ventanal que es nuestra imaginación. Esto es cine. Cine del bueno. Cine del muy bueno.

viernes, 18 de octubre de 2024

LA INTÉRPRETE (2005), de Sidney Pollack

 

Un olvido y los oídos escuchan lo prohibido. Alguien va a ser asesinado. Quizá no sea precisamente una persona que merezca vivir porque ha causado mucho sufrimiento en su país, pero tal vez haya que decirlo para que se tomen las medidas oportunas. Lo peor de todo es que esa intérprete de oídos indiscretos se convierte en una de las principales sospechosas de una posible conspiración porque ella también sufrió más de lo que merecía en ese país que se parece a Sudáfrica y que sólo existe en la imaginación de los creadores. Sin embargo, ese agente del servicio secreto que se encarga de investigar motivaciones y sospechosos tiene una extraña conexión con la intérprete. Tal vez sea el mismo dolor, el mismo cansancio ante una vida que sólo les ha regalado lágrimas en distintas circunstancias. Y entonces se abre una doble caza. Por un lado, hay que atrapar a los verdaderos conspiradores. Por el otro, hay que demostrar que la intérprete no tiene nada que ver…aunque ganas de participar no le faltan.

La última película de Sidney Pollack fue otro intento de demostrar que, si se le daban bien los melodramas, las películas de intriga se le daban aún mejor. Para ello, no dudó en conseguir, por primera vez, el permiso de las Naciones Unidas para rodar en su interior, en aras de un mayor realismo. Sin duda, gran parte del escenario más atractivo de la película es el interior de ese edificio. Y los trabajos de Nicole Kidman y de Sean Penn son correctos, sin llegar a ser brillantes. Pollack, en esta ocasión,no consigue ser tan vibrante, tan tenso como en otras ocasiones. Lejos está su pulso milimétrico para Los tres días del Cóndor o su dominio del ritmo en La tapadera. No obstante, no se puede decir en ningún momento que La intérprete sea una mala película. No lo es. Tiene grandes momentos en su metraje, pero, tal vez, le falta algo de pasión en lo que cuenta.

En cualquier caso, no es fácil ponerse en la piel de una mujer que ha sido guerrillera y ha luchado por la paz en su país y termina en el equipo de intérpretes de las Naciones Unidas, algo que no encaja demasiado teniendo en cuenta que se escudriña el pasado de los empleados del organismo exhaustivamente. A partir de ahí, todo corre por cuenta de los actores que se emplean bien y no se salen de la corrección en ningún momento. La emoción puede que ya se dejara para la agonía que iba a afrontar un director de tantas garantías como lo fue Sidney Pollack.

Y es que un disparo puede cambiarlo todo. Puede que sea el pistoletazo de salida para la libertad largamente ansiada. Puede que sea la señal para una inmersión en la anarquía. Puede que sea el pitido final de una serie de acontecimientos dirigidos a un cambio de gobierno que no se sabe si será mejor. Las palabras cazadas al vuelo por la intérprete dan un puñado de pistas, pero no se sabe su significado si no se corre detrás de la muerte.

jueves, 17 de octubre de 2024

LA SUSTANCIA (2024), de Coralie Fargeat

 

Yo no querría nunca ver una versión mejorada de mí. Primero, porque ya desprecio bastante al original como para tener una copia de mí mismo más guapo, para lo cual no hace falta correr mucho, con todas las ambiciones propias de mi juventud y con la ansiedad de exprimir hasta la última gota de mi energía para disfrutar del momento. Segundo, porque no creo que el resto del mundo tuviera ni el más mínimo interés por ello. Es algo que no me preocupa. Mucho más si el tema consiste en fabricar a un ser más o menos vivo que es independiente, es decir, yo no vivo lo que él vive, yo no comparto lo que él experimenta, yo no estoy cuando él está.

Dicho esto se me ocurren varios extremos para comentar esta película de Coralie Fargeat. Una de ellas es que la película empieza muy bien. Se plantea una pesadilla de corte fantástico, muy cercana a aquellos cuentos de La dimensión desconocida, con la parábola de la vejez y la juventud perdida. Para ello, la directora se sirve de inspiraciones maravillosas como aquella Plan diabólico, de John Frankenheimer, principal fuente de referencia de esta película. Continúa con toques de El resplandor, de Stanley Kubrick, con una alfombra y unos baños de puertas rojas que recuerdan a los del Hotel Overlook. Demi Moore hace una interpretación esforzada, bastante notable, que nos confirma que sigue teniendo magia en la mirada y no tanto en la expresión. Hasta ahí todo va razonablemente viento en popa.

Luego Fargeat quiere decir muchas cosas. La estupidez de estos tiempos en los que damos demasiada importancia a una belleza que no deja de ser efímera, conocemos al histrión de Dennis Quaid que creo que quiere hacernos recordar a Harvey Weinstein, se nos habla también de la tontería masculina, sólo dispuesta a fijarse en chicas de curvas apetecibles, en la instrumentalización de la mujer en el mundo del espectáculo, algo manido, pero aceptable y la película pierde algo de fuelle, pero va muy bien. Sobre todo, porque posee un sentido del humor que le va como anillo al dedo. De pronto, Fargeat abandona a Frankenheimer y pasamos a El retrato de Dorian Gray, de Albert Lewin, con esa representación corrupta de la vejez en la que se reflejan todos los actos tintados de maldad que hemos hecho en esta vida. Margaret Qualley, la chica de Brad Pitt en Érase una vez en Hollywood, de Tarantino, da el pego como la versión mejorada de Demi Moore. Se buscan respuestas a los errores inevitables del punto de partida. Venga, la película sigue en un nivel alto.

Sin embargo, al final se va torciendo todo. Pasamos a El hombre elefante, de David Lynch y, también, a La muerte os sienta tan bien, de Robert Zemeckis. Nombro los homenajes porque es lo mejor. Además hay referencias a 2001, de Stanley Kubrick y a El profesor chiflado, de Jerry Lewis, pero Fargeat se traslada a un universo de hemoglobina a chorro, de dudoso gusto y de La dimensión desconocida parece que pasamos a Darío Argento sin escalas. Se nota que quiere seguir contando e inyectando moralina y a Fargeat le cuesta horrores terminar la película. Sobra la última media hora larga, en concreto, desde la resurrección, momento en el que se salta sus propias reglas, hasta el momento muy rígidas, y ya la pesadilla se torna en un chiste de dudoso gusto. Eso no hace que la película obtenga un suspenso, pero le baja la nota palpablemente. Y es una pena porque Fargeat se mueve como pez en el agua cuando la historia se contiene, con sus toques de humor, con su dilema moral, con su mundo rosa teñido de blanco y con dos actrices que están dando un nivel muy alto. Son los problemas de ofrecer una película en versión original mejorada que, a veces, no se sabe en qué momento hay que dejar de mejorar.

martes, 15 de octubre de 2024

EL VALLE DEL FUGITIVO (1971), de Abraham Polonsky

Willie Boy mata en defensa propia. Y el hombre blanco, azuzado por las circunstancias de una visita política y siempre falsa, se lanza en su busca. La caza se ha puesto en marcha y sólo hay un tipo con una estrella de latón que parece mantener la cabeza sobre los hombros y no es otro que alguien que siempre sintió simpatía por Willie Boy. Intenta racionalizar lo que no tiene solución. Los granujas que pueblan el Oeste, trajeados o sucios, educados o brutos, violentos o pacíficos, quieren ver a Willie Boy muerto. Ya se sabe que el único indio bueno es el indio muerto y si tienen una excusa como un asesinato, ya no hay salvación. Cooper, el sheriff, intenta sujetar a los desquiciados que sólo desean ver que un indio también posee la sangre de color rojo, pero también tiene miedo de que la desesperación lleve a Willie Boy a meterse en más problemas. Fue en defensa propia. Y Cooper cree que podrá demostrarlo en un tribunal, pero tiene que cazar a Willie Boy antes que los demás.

El indio sabe moverse rápido entre las rocas y los territorios áridos de fuga. Corre como el viento, se esconde como una serpiente y guarda el miedo para una mirada que huye más rápido que él. Willie Boy se parece tanto a los demás que sólo quería volver a su reserva y amar y ser amado. Nada de eso se va a cumplir por culpa de ese asesinato en defensa propia. Y Willie Boy llega al convencimiento de que, si hubiera muerto él, quizá hubieran detenido al otro y lo hubieran juzgado, pero, sin duda, no serían tan severos, ni se armaría tanto revuelo para ir a por él. Al fin y al cabo, si un blanco se escapa, todo se resuelve encogiendo los hombros y dándose la vuelta.

Abraham Polonsky volvió con esta historia de opresión y aventura después de haber estado incluido en las listas negras durante más de veinticinco años. En esta película, vuelca buena parte de su rabia, haciendo que su personalidad sea la del incauto Willie Boy, bien interpretado por Robert Blake. Sin embargo, las simpatías de Polonsky se dirigen hacia ese sheriff introvertido, analítico, razonable y valiente que encarna Robert Redford con serenidad y lentitud. En él reside buena parte del atractivo de una película en la que, a través de la metáfora, Polonsky narra la persecución injusta, la locura colectiva, los intereses creados para cazar a inocentes y la terrible desesperación de los que no tienen a dónde ir. El resultado es una película que se disfruta, pero que también se piensa. Que se diluye, pero que también se queda. Que se deshace, pero que también incomoda. Hay que decir a todo el mundo que Willie Boy está aquí.

Mantener la cabeza fría es uno de los requisitos indispensables para no caer confundido entre la masa voluble. La masa, digámoslo claramente, casi nunca tiene razón. Sólo el criterio propio nos salva. Somos los que tenemos que separar la propaganda falsa de la verdad. Y no es tarea fácil para quien quiere construir un país justo. Salgamos en su busca porque esa es la verdadera persecución.