Uno
de los males más comunes en este mundo que vivimos es el menosprecio hacia
aquellos que, en principio, no están demasiado dotados para realizar un
determinado trabajo o tarea. Mucho cuidado. Es posible que ese mismo al que
lanzamos nuestra arrogancia tenga otras muchas habilidades que compensen su
falta de tino en esa faena en concreto. Y más aún cuando ese advenedizo se
siente espoleado por las terribles circunstancias personales que le han
impulsado a tomar decisiones. Éste es el caso de Charlie Heller, un ratón de
pantalla, un experto en desencriptación de archivos informáticos que decide
convertirse en agente de campo para esa empresa de siglas inequívocas que es la
CIA.
Charlie sabe mucho de
ordenadores. Hace algún favor que otro a conocidos dentro de las oficinas de
Langley y también se ocupa de descifrar códigos encriptados que son enviados
por un agente encubierto en alguna parte del mundo. Él no sabe quién es el
agente y, muy posiblemente, también haya un viceversa. Así es el mundo del
análisis dentro del espionaje. Todo está dicho a medias y hay que completarlo
acudiendo a todos los medios posibles habidos y por haber. Un buen día, alguien
ejecuta a su esposa en lo que parece un ataque terrorista. Ya no puede esconderse
detrás de esa pantalla que, prácticamente, es su cuerpo. Debe aprender a
manejar un arma. Debe aprender a pasar desapercibido. Debe ser tenido en cuenta
para atrapar a aquellos que le han arrebatado toda la felicidad a la que tenía
derecho.
Sin embargo, Charlie no
está dotado para infiltrarse detrás de las líneas enemigas. O eso es lo que
parece. Ha sido uno de los responsables del diseño de todo el sistema de
seguridad secreto y, a lo mejor, se cae en un gran error si se le menosprecia.
Todo obedece a un plan preconcebido. Y sobre él se van a desatar todas las
tecnologías, recursos y localizaciones posibles. Sólo que Charlie Heller (el
apellido no es casualidad) ya lo tiene previsto.
Hay que realizar varias
consideraciones sobre esta película. Es efectiva y entretiene con cierta
maestría. Hay algún que otro pasaje que no convence demasiado como es la fase
de adiestramiento a la que se somete Charlie, pero la película funciona bien
porque en ningún momento deja de ser ese ratoncito de pantalla que se ha pasado
la vida luchando contra bites, códigos binarios y desciframientos extremos.
Incluso la consabida escena en la que hay una explosión y el héroe ni siquiera
se vuelve se revela como evidente en su debilidad porque se asusta de lo que él
mismo ha provocado. La dirección, por lo general, es bastante buena aunque el
director James Hawes, del que ya habíamos visto la excelente Los niños de Winton, con un excelso
Anthony Hopkins, abusa de más de la cámara en hombro cuando no tiene ninguna
necesidad. Y, por supuesto y sin lugar a ninguna duda, Rami Malek resulta
extraordinariamente convincente porque es capaz de aunar esa pinta de empollón
de primera, con una inseguridad patológica que combina sabiamente con la
certeza de que sabe muy bien lo que está haciendo. El resultado es una película
eficaz, que no llega a ser magistral en ningún momento, pero que está repleta
de momentos muy estimables.
Así que ya saben. Cuidadito con ese advenedizo que llega al primer día a la oficina y no sabe ni dónde tiene la mano izquierda. Ese individuo puede tener un puñado de sorpresas dentro y la boca abierta puede ser la consecuencia directa de saber lo que es capaz de realizar. Esa es una de las grandezas del ser humano. No tenemos carteles colgados del pecho en los que se especifica en qué destacamos y de qué carecemos. Hay que adivinarlo. Y solamente los que se fijan bien llegan a saberlo.
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