El capitán Stanley
White ha pagado un precio muy alto para utilizar su experiencia. Detrás de su
placa, existe un hombre duro, que no se arredra ante nada, que amedrenta si es
necesario con su presencia, que dice las cosas bien altas y claras para que
nadie se lleve a engaños…quizá todo ello no sea más que una pantalla para tanta
amargura. Estuvo en Vietnam y abandonó a su esposa que le esperó más allá de lo
que puede esperar una mujer. Cuando regresó, creyó que aquellos enormes
edificios de cemento eran los árboles de la jungla y que Chinatown era un
barrio de Saigón y ha estado aquí y allá intentando encontrar razones para
tanto sacrificio. Su mujer, sin embargo, siguió esperando. Esperando al chico
con el que se casó que, probablemente, era atractivo, simpático, galante,
conquistador y quizá algo enigmático. Ahora Stanley White persigue a la mafia
china como capitán y jefe de policía de Manhattan Sur y quiere barrer la
corrupción de sus calles, quiere que la policía sirva para algo incluso en los
barrios en los que no son nada más que unos extraños uniformados, quiere que lo
que ha vivido sirva para algo. Y su mujer sigue esperando.
Stanley White se
maravilla de que haya miseria en las húmedas calles de Nueva York y áticos de
ensueño con vistas al puente. En realidad, nada de lo que él toca tiene
demasiada importancia porque es posible que lo dejara en el suelo de la selva
vietnamita, al lado de algún compañero muerto. Para él lo importante es que la
gente se divierta en un restaurante que no es más que una tapadera de un
negocio donde la droga y la prostitución son los primeros platos. Sabe que sus
rivales son de cuidado porque quieren que el polvo de ángel inunde las esquinas
de Chinatown y, luego, se esparza por las calles de toda la ciudad. Y hay
demasiado dinero en eso. Tanto, que su mujer ya ha dejado de esperar y se ha
convertido en un número más, en unos cuantos kilos de amargura que tiene que
sobrellevar a pesar de que entre ellos ya no queda nada. Tal vez ella vivió con
él la parte más oscura y difícil del trabajo de policía. Ahora Stanley está
desdibujado. Es posible que triunfe, es posible que acabe venciendo a esos
chinos a los que ha llegado a despreciar por su cinismo, pero nunca será
aceptado, nunca volverá a ser el verdadero Stanley White. Aquel chico
encantador exhaló su último suspiro en algún lugar de Manhattan Sur, corroído
por la culpa e inconsciente de su responsabilidad, justo en el año del dragón.
Uno de los mejores
papeles de Mickey Rourke bajo la dirección de Michael Cimino en una película
que no ahorra violencia ni verdad. Los personajes tratan de encontrar su camino
y lo único que consiguen es perderse más tratando de alcanzar sus objetivos. Es
la ciudad que devora los sueños, que los arrastra por el negro asfalto y convierte
sus virtudes en excesos y sus interiores en ásperos pozos llenos de decepción.
Son los años ochenta, amigo. Más vale que corras y no mires atrás.
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