La incomprensión suele
ser un muro difícil de derribar sobre todo por aquel que lo levanta. Es posible
que un padre considere que se la ha robado un cariño porque, un día, su nuera
estrelló el coche en el que también viajaba su hijo. Ella se salvó y él no. Y
desde entonces, cada día ha sido un lamento solamente suavizado por cuidar de
alguien que, muy bien, podría ser su propio hermano. Aunque la piel sea
distinta, cuarenta años unen mucho y tanto trabajo y tanto compartir
sentimientos llega a construir lazos más fuertes que la sangre. De repente, la
nuera vuelve con la nieta y el cariño renace aunque el resentimiento, de alguna
manera, sigue ahí. Es lo que pasa cuando se te arrebata lo que más quieres. Es
muy difícil olvidar. Es muy difícil derribar ese muro que, en el fondo, te
protege de las agresiones de ese oso enorme que es la vida.
En ocasiones, una fiera
ataca a un hombre y se crea un extraño vínculo entre ellos. Es como si, de
alguna manera, sus almas estuvieran unidas. El hombre invadió el terreno de la
bestia y ella se defendió. Las secuelas fueron para siempre, pero el hombre
sabe que el oso tuvo razón. Y quiere mirarlo de nuevo a los ojos. Con miedo,
con respeto, con afecto y también con comprensión. El oso está ahí y tiene derecho
a estar. Quizá él esté ahí y no tenga tanto derecho. El oso merece ser libre. Y
disfrutar de la libertad que el hombre no puede poseer porque está herido en la
carne y arrepentido en lo moral. El dolor no se irá. Y habrá que defender el
territorio igual que lo haría el oso.
La violencia suele
regresar cuando no ha tenido campo para desarrollarse en toda su mezquindad.
Más que nada porque la que se ejerce en casa, es la más ruin de todas ya que
juega con el amor de por medio. El chantaje emocional forma parte indisoluble
del siguiente golpe. Y a esos tipos hay que pararles los pies. De una vez por
todas. Hay que comportarse como un oso que defiende sus crías, como un
patriarca que protege todo lo que hay de importante en este mundo. La lección
vendrá con toda su fuerza. El agua volverá a su cauce. Y, con esa demostración,
es posible que caiga la incomprensión que abre zanjas de indiferencia entre
personas que, desde el principio, deberían de haberse entendido. Hay toda una
vida por delante. Y el oso siempre estará ahí.
No cabe duda de que lo
mejor de esta película es cualquier escena compartida entre Robert Redford y
Morgan Freeman y que la presencia de Jennifer López es una rémora difícil de
arrastrar. Pero lo cierto es que fue todo un fracaso cuando es una historia que
tiene grandes sentimientos y reacciones muy cercanas, muy comprensibles y muy
sinceras y todo está rodeado de una narración natural, fluida, sin crispación y
con mucha razón. Lasse Hallstrom es un director que se siente cómodo moviéndose
en esos terrenos y lo demuestra una vez más haciendo que el oso también se
ponga sobre sus dos patas traseras para medirse con nosotros. Y miraremos igual
que lo hace Morgan Freeman. Sin retroceder un ápice pero sin perder ni una
migaja del respeto que merece.
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