Tal vez no lleguemos
nunca a darnos cuenta de que algo se convierte en verdad a fuerza de repetirlo.
Y eso es lo que le ocurre a Mabel. Ella no está bien, no tiene equilibrio en su
vida. Su marido trabaja de noche y su suegra dice cosas que no debería y ella
se siente ninguneada, apartada, echada a un lado. Aún así, en el centro de su
inicio de locura, ella quiere aportar algo a la familia, algo positivo, que
valga para que, al menos los demás, puedan tener ese equilibrio que a ella le
falta. Y, sin embargo, solo se topa con acusaciones de que está loca, de que
dice cosas que no debe, de que sus comportamientos son erráticos e imprevistos.
Su inocencia comienza a ser torcida porque, de tanto decirle que ha perdido la
cabeza, comienza a perderla de verdad y ya no tiene ningún control sobre sus
actos. Su marido se presenta a comer con otros quince compañeros de trabajo y
ella tiene que poner cara de que le encanta cocinar para tantos invitados…y lo
hace de corazón y trata, a su manera, de hacer que todos estén cómodos pero
cuando se le llama la atención, se hace de manera cruel y expeditiva, sin
miramientos, sin reconocer la enorme ternura que subyace en un carácter que no
quiere hacer mal a nadie. Mabel inicia la cuesta abajo porque ya no empieza a
distinguir lo que está bien de lo que está mal, lo que agrada de lo que
molesta, la utilidad de ella como madre y mujer del estorbo de una chiflada que
solo pretende imponer su voluntad. Hasta cae en la infidelidad más absurda solo
porque, en ese momento, se siente abandonada.
Gena Rowlands hace un
papel tan impresionante en esta película que uno llega a preguntarse de qué
madera está hecha una actriz para ser tan adorable y, a la vez, tan rechazable.
Ella es el centro y el motivo de la película y deambula por la escena con tal
dominio de las expresiones que cree estar viendo un pedazo de vida en un hogar
ajeno. A su lado, Peter Falk, como el desorientado marido que no sabe cómo
llegar al corazón de su mujer porque él es esencialmente torpe, con arranques
estúpidos de genio que no llevan a ninguna parte, con la simpleza de un hombre
normal que quiere amar con normalidad y que no sabe comportarse normalmente. Mientras,
alrededor de ambos, todo un universo que destaca porque es incapaz de comunicarse
pues, sencillamente, no se escucha. Palabras despreciables que humillan a
cualquiera que quiere verse con un reconocimiento en su rutina, la catástrofe
del hundimiento en la locura, el regreso, la inoportuna fiesta de bienvenida…El
director John Cassavettes nos ofreció aquí un par de lecciones sobre el cariño
y la apariencia, sobre el inmenso y verdadero amor que atesora una mujer que,
por culpa de la influencia, no puede expresarlo y decide arrojarse al abismo
sin sentido.
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