No
se puede pensar cuando la bota que te oprime es tan fuerte y tan sólida que es
imposible de derribar. La sangre corre por las calles con una crueldad
inusitada y todo reside en la política de represión de un solo hombre. Heydrich
era el cerebro de Himmler y decidió acabar con todos los puntos de resistencia
en Checoslovaquia para que nadie pudiese levantar un dedo contra el Reich
alemán. En su mente fría y calculadora también se formó la solución final de
los seis millones de muertos judíos. Ese hombre debía morir.
Y todo comienza porque
Heydrich era un maldito inadaptado que resulta expulsado con deshonor de la
Marina de guerra alemana. Su pérdida de rumbo encontró su tierra prometida en
la cruz gamada y en la organización de los servicios de inteligencia del
Partido Nacionalsocialista. Su mirada, fría como el hielo, alcanzó todos los
ámbitos. Incluso el de su misma vida privada. Mientras tanto, al otro lado de
la calle, un par de patriotas checos recibieron la misión de acabar con su vida
para demostrar que los nazis no eran invencibles en los países ocupados. Era
como si el miedo fuera desterrado porque no tenía nada que hacer entre esos
contendientes.
Todo fue estudiado al
milímetro. Una encerrona calculada para que el Protector de Bohemia y Moravia
no pudiese salir vivo de su coche con chófer. Era el momento de que la muerte
comenzase a dar órdenes y se llevase a todos con sufrimiento. Era el precio de
tan alta osadía. Y, sin embargo, había algo en aquellos hombres. Algo así como
el arrojo desmesurado, la valentía total, la certeza de que iban a morir
ocurriese lo que ocurriese.
Basándose en la
magistral novela de Laurent Binet Hhhh,
Cédric Jiménez ha conseguido frustrar muchas de las expectativas que había
sobre ella. Con una dirección inútil, a base de cámara al hombro, y movimientos
estúpidos que pretenden colocar al espectador en la inmediatez del momento
histórico, hay espacios en blanco en la narración, se prescinde del apasionante
juego metaliterario que propone Binet en su novela con un guión plano y nada
arriesgado que falla notablemente en su estructura y que, además, lo coloca en
el desequilibrio flagrante. Hay un buen trabajo de Jason Clarke, que consigue
traspasar la pantalla con esa mirada gélida, fanática, cruel sin pensar en
ninguna consecuencia y que se lleva la mejor parte de la historia. Por otro
lado, la trama conspirativa, con un voluntarioso Jack O´Connell, resulta floja, con algún que otro vacío incomprensible, sin épica, pero
tratando de que haya mucha lírica que no está del todo ajustada. Todo confluye
en una lastimosa sensación de que la película no funciona en su conjunto,
lastrada por una dirección totalmente equivocada y por la evidente falta de
talento.
Quedémonos con el
heroísmo de esos tipos a los que no les importó poner en riesgo su vida con tal
de asestar un golpe de efecto vital al nazismo. Al fin y al cabo, si un hombre
posee un corazón de hierro es mucho mejor arrancárselo porque acaba por ser un
órgano inútil. Lo único que hace falta es una fuerza de voluntad a prueba de
bombas, de disparos, de torturas y de sueños rotos. Algo que le falta al
director de esta película.
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