En
los grandes momentos de la Historia casi siempre hay un denominador común y no
es otro que el hallazgo del hombre más adecuado en el momento oportuno. Eso no
quiere decir, ni mucho menos, que esos hombres estén hechos de una pieza. Todo
lo contrario. Suelen ser héroes llenos de dudas, que no tienen en ningún
momento la certeza de que estén haciendo lo correcto. Acertaron, pero muy bien
podrían haberse equivocado. Y más aún cuando en juego estaba la supervivencia
de la libertad y de la democracia.
Sir Winston Churchill
destacó en sus estudios de la academia militar porque era un joven con empuje,
con iniciativa e increíblemente audaz, pero también por su indisciplina, por su
ruptura, a menudo impremeditada, de las reglas de comportamiento, por su
pertinaz indomabilidad. Quizá fuera un hombre de Estado, un tipo que pertenecía
a la élite cuando, en realidad, tenía corazón de plebeyo. Tal vez, por eso,
fuera alguien a quien no se podía prever, la peor bestia para aquellos que
querían acabar de un solo golpe con la paz y la convivencia mundial.
Todo eso ya fue narrado
admirablemente por Richard Attenborough en la estupenda El joven Winston. Ahora, el director Joe Wright nos trae un retrato
del viejo león británico en sus horas más vacilantes, acuciado por las
presiones dentro de su propio partido que clamaban por una negociación con
Hitler mientras su rugiente interior pedía la más feroz de las resistencias. Y,
para ello, Wright apuesta por la sabiduría impresionante que demuestra un actor
que aquí resulta eminente como Gary Oldman. A través de él, asistimos a sus
dudas, compartimos sus inquietudes, admiramos su rabia, deseamos su lucidez.
Wright se esmera en mostrar a un Churchill que se debate entre la razón y la
oposición, que no tiene claro cuál es el camino a seguir, pero que se inclina
por una decisión valiente y única debido a un entorno que se esfuerza por
escuchar. La película cuenta con una ambientación perfecta, un apoyo constante
en esa actriz tan especial como Kristin Scott Thomas y, aunque hay un par de
secuencias discutibles desde el punto de vista técnico, el espectador sale con
la certeza de que el éxito no es definitivo y de que el fracaso no es letal.
Y es que no es fácil
tomar las riendas de una nación cuando comienzan a lucir las luces rojas de la
última resistencia. Con premura, hay que intentar reparar los errores que
hicieron crecer lo imposible y poner los diques para tanta sangre, tanto sudor
y tantas lágrimas no caigan en el vacío. Nunca se debe de perder de vista el
sufrimiento de la gente, ni la capacidad que tiene la ciudadanía para hacer
frente a los instantes más oscuros de su Historia. Churchill, en determinado
momento, llega a decir que “no se puede
negociar con un tigre cuando tienes la cabeza entre sus fauces” y ahí es
donde radica toda su fuerza. No se debe jugar con la libertad como si fuera una
moneda de intercambio. Los bramidos del mal en Europa deben acallarse con la
firme determinación de los que jamás están dispuestos a rendirse. Ya no hay
hombres que sean capaces de llevar esas riendas con tanta autoridad. Winston
Churchill fue uno de los últimos a pesar de que, por su pensamiento, llegó a
pasar la idea de la claudicación. Todas las opciones eran posibles. Su trabajo
era cerrar el camino al engaño, al insulto, a la subordinación y abrirlo a la
idea de que, con un solo hombre, se podía defender todo un país. Más aún si
todos estaban dispuestos a dar lo mejor de sí mismos para no caer en las garras
del mal absoluto.
3 comentarios:
(Comentario colgado en Filmaffinity; agradecimiento especial a Carpet Wally por un par de aportaciones)
Corren nuevos tiempos para el biopic, y eso lo sabe ya hasta el más pintado. Ahora ya no se lleva eso de contar de punta a cabo la vida y milagros de la celebridad de turno, y más bien de lo que se trata es de centrarse en un momento concreto de su existencia y desarrollarlo con profundidad, independientemente incluso de si éste supone un antes y un después dentro de la trayectoria del homenajeado. El cine nos ha dado ejemplos recientes al respecto en películas dedicadas a Lincoln, luchando para que el Congreso apruebe su famosa enmienda contra la esclavitud, a la reina Isabel, en los días posteriores al fallecimiento de Lady Dy, o a Hitchcock, intentando ligarse a Janet Leigh durante el rodaje de “Psicosis”. Dentro de esta misma variante, “The darkest hour” vendría ahora a relatarnos lo que fueron las primeras semanas de mandato del presidente británico Winston Churchill, en unos tiempos especialmente delicados para el mundo tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Son momentos cruciales también para el propio Reino Unido, que no deberá demorarse demasiado en determinar cuál va a ser su verdadera posición en el conflicto. Churchill accede además al cargo después de un vacío de liderazgo en su propio partido. No es el candidato deseado por la mayoría, y sus primeras decisiones tampoco van a ser del agrado de muchos. En esos primeros días, el nuevo presidente tendrá que lidiar entre otras cosas con la operación Dynamo que supondrá la célebre evacuación de las tropas aliadas en la playa francesa de Dunkerke, muy de moda últimamente por cierto en las pantallas de cine (¿será cosa del Brexit?)
A priori, podría presuponerse que “The darkest hour” no es sino una gigantesca excusa para hacer que su protagonista principal, Gary Oldman, arrample con todos los premios habidos y por haber, y consiga- por fin- el primer Oscar de su carrera. Lo que el tópico llama un vehículo de lucimiento, vaya. Y es cierto que Oldman está soberbio, con su dicción – ver esta película doblada es pecado mortal-, con sus gestos, con su sola presencia, con una caracterización perfecta además. Pero no es menos cierto que, afortunadamente, el film es algo más que Gary Oldman. Tampoco, en principio, el proyecto parecía encajar con la personalidad de un director como Joe Wright, y eso que su fijación por el episodio de Dunkerke le viene de lejos, como quedó sobradamente demostrado en aquel recordado plano secuencia circular que aparecía en “Expiación”. Wright hace gala de su habitual virtuosismo, que en esta ocasión resulta menos irritante que otras veces, con una esmeradísima puesta en escena y los aderezos imprescindibles de la dirección de fotografía de Delbonell y la banda sonora de Marinelli. Por si fuera poco, el guión esta vez también acompaña, y “The darkest hour” termina siendo la lección de historia amena y eficaz que todos esperábamos que fuese desde el principio (continúa)
Abrazos con puro
No spoilearé la que sin duda es la escena más memorable y emotiva del film, pero nos habla de lo bien que le vendría a los políticos mezclarse de vez en cuando con el vulgo y con el pueblo llano. Tiene algo de ese espíritu humanista del cine de Clint Eastwood cuando, por ejemplo, se detiene a reflejar la dimensión moral de Mandela codeándose con su selección de ruby o con los empleados de su residencia oficial. En este sentido, yo me acuerdo también del biopic dedicado a Jorge VI- en la línea también de los dedicados a Lincoln, a Hitchcock o a la reina Isabel- aunque sólo sea por mera asociación de ideas y porque el personaje protagonista de allí aparece aquí como secundario en la trama. Qué importantes son también los discursos en esta película, no sólo vemos como se declaman, también como se ensayan o se redactan. A Churchill, un mago de la elocuencia y la oratoria (no olvidemos que ganó el Nobel de Literatura) le precedían su bombín y su puro, pero también su perseverancia, su famoso “Never, never give up”. De ella se sirvió para fraguar su leyenda; “The darkest hour” da cuenta de cómo ésta empezó a forjarse.
Se me olvidó comentar en esta crítica que yo creo que mucho Gary Oldman deja sitio para poco más. Hablas de la brillante aportacion de Scott Thomas, que es una actriz como la copa de un pino. Yo creo que es un papel algo escaso y eché de menos una mayor presencia de su personaje, algo que sin duda también hubiera contribuido a aportar cosas del protagonista (me acordé de Sally Field en "Lincoln" del tito Steven. Más aprovechada está Lily James en el papel de la secretaria que no deja de ser los ojos del espectador en la película.
Abrazos entre sangre, sudor y lágrimas
Puede ser que el papel de Kristin Scott Thomas sea escaso pero yo creo que sí tiene una cierta cancha para lucirse. Otra cosa es que podamos pensar que esta actriz tendría que ser protagonista de todas las historias del mundo y ahora está lamentablemente relegada a un segundo plano, cosa que es verdad. Y es importante su trabajo porque destila complicidad al lado del protagonista, le conoce muy bien, tolera sus defectos y potencia sus virtudes. No, no me parece que sea precisamente un papel para no tener en cuenta y más con ese matiz que otorga Scott Thomas de ser una dama que lo da todo y que, desgraciadamente, recibe muy poco o nada a cambio.
Lo de la secretaria está muy bien porque, prácticamente, es quien narra la historia. Lo cierto es que habría que tener en cuenta el hecho de que hay bastantes episodios que se nos narran que no tienen por qué haber pasado. Por supuesto, debido a esto, ya hay quien se ha apresurado a decir que Churchill no ha sido tan clave en la historia, que era lo más parecido a Hitler y que es patética la obsesión británica por encontrar héroes que nos hagan tragar como píldoras.
Por otro lado, es cierto lo que comentas de la secuencia "Eastwood" pero yo voy a ir un poco más allá. Es una secuencia "Shakespeare". Basta recordar que en "Enrique V", el protagonista hace exactamente lo mismo. Se pone una capa ajena y se mezcla con el vulgo para saber hasta qué punto se le apoya o no en su locura francesa.
Por lo demás...es evidente, no se puede negar que la crítica es brillante. Deberíamos intercambiar el lugar.
Abrazos con whisky para desayunar.
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