El primer deber de un
fiscal no es sentirse satisfecho por haber ganado un caso, sino estarlo porque
se ha impartido justicia. No es fácil dejar esta frase grabada en el
pensamiento de un abogado del Estado cuando a la vuelta de la esquina se le
está seduciendo con cargos políticos y el éxito por el que tanto ha luchado.
Sin embargo, algo hay en él que es más fuerte que el triunfo personal y es el
ansia de haber luchado de forma justa, de haber estado con el inocente y de
haber inculpado al que lo merecía. Es un hombre honesto, de esos que ya no
abundan. Buen testigo de ello es un avezado periodista que observa mucho y
calla muy poco. Sus ojos saben distinguir las presiones a las que se ve
sometido un Fiscal cuando el caso conviene ganarse por diversas razones. Los
intereses creados, el beneficio inmediato, el próximo cargo, el próximo
juicio…todo ello tiene que estar en un segundo plano si lo que está en juego es
la vida de un hombre. Y el asesinato plantea varias dudas. Los testigos
aseguran que el acusado es el autor…pero la calle estaba demasiado oscura. La
víctima era un hombre bueno y todo el mundo sabe que los hombres buenos tienen
enemigos incluso entre los desconocidos. El arma utilizada para el crimen es
defectuosa y no puede haberse disparado en el ángulo en el que entró la bala.
No, demasiadas cosas apuntan a que el acusado es inocente. Y un Fiscal debe de
velar por el cumplimiento de la justicia, no por acumular cientos de casos
ganados. Eso es lo de menos. Y tener la conciencia tranquila, no tiene precio.
Tal vez porque si no, ese Fiscal no podría ni mirar a su mujer a la cara.
El camino no será
fácil. Tendrá que enfrentarse a los gerifaltes, a los interesados dueños de los
periódicos, a un viejo amigo que, por aquellas casualidades de la vida, también
es el jefe de la policía, al juez e, incluso, a la próxima prosperidad del
municipio. Solo porque está en juego la vida de una persona. Solo por eso. Nada
más, ni nada menos.
Elia Kazan dirigió está
película llena de idealismo por una justicia que debería ser salvaguardada por
los mismos elementos que la integran y que hacen que tenga sentido en una
sociedad que lincha antes de juzgar, que emite la opinión antes de valorar, que
no atiende a razones ni a pruebas. Así, Kazan articula también una advertencia
sobre el ansia de sensacionalismo de la opinión pública y de la gente en
general con resultados brillantes, con lúcidas intervenciones de Dana Andrews,
Lee J. Cobb y Ed Begley y con la seguridad de que el cine también puede ser
valioso cuando nos atrevemos a mirar mucho más allá de las apariencias.
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