Entre la elegancia y
los fuegos artificiales, puede haber un gato que se dedique a robar. Es un
ladrón de esos de guante blanco y noche negra, que se desliza por los tejados
con la habilidad de un pájaro y con el silencio de una caza. El pasado le
persigue porque, al fin y al cabo, ha sido el ladrón más famoso de toda Francia
y siempre es el primer sospechoso cuando desaparece cualquier joya. Y tiene que
demostrar su inocencia. No repara en medios para hacerlo. La demuestra huyendo,
sentándose al lado de un tipo con cara de director de cine escéptico,
conquistando a una rubia despampanante en un hotel legendario, comiendo muslo
de pollo en alguna curva intrincada de las carreteras de la Costa Azul, nadando
rápidamente para encontrarse con la hija de un antiguo amigo que ya no lo es e,
incluso, volviéndose a subir a esos tejados que tan bien conoce. Para eso, irá
tejiendo cuidadosamente una trampa para cazar al auténtico culpable. Sí, porque
no lo parece, pero él no ha robado nada. Tal vez el corazón de una mujer o dos,
pero nada que brille con mil colores al trasluz.
En cualquier caso, él
derrocha estilo. Sabe comportarse como un auténtico caballero. Parece como si
fuera un empleado más del hotel más perfecto. Miren, señoras, aquí tienen al
tipo con más clase que hemos podido encontrar. Disfrútenlo. Es cortesía del
hotel. Un beso por sorpresa en el pasillo resulta todo un presente. Una caricia
imposible en una noche de fiesta en el cielo se convierte en una invitación a
la lujuria. Pero este maldito gato no se deja arrastrar con tanta facilidad.
Sus ojos han visto demasiados tejados, sus piernas han huido muchas veces, su
instinto no ha dejado de pasar de un edificio a otro. Tendrá que pillar al
auténtico culpable. Si no, ni él mismo va a poder perdonárselo.
Alfred Hitchcock
dirigió este divertimiento que derrocha toneladas de clase y encanto a través
de sus dos protagonistas, Cary Grant y Grace Kelly. La cámara se mueve con
sabiduría y el guión, sin ser de los más recordados, contiene frases brillantes,
situaciones resueltas con elegancia, trama ligera, pero consistente. No hay
nada mejor para pasar el rato viendo algo agradable con toques maestros de
misterio. Conjugar verbos irregulares es uno de los pasatiempos favoritos de la
alta sociedad cuando también el factor del aburrimiento comienza a instalarse
en sus ánimos. Yo, por si acaso, me agazaparé aquí mismo, detrás de las teclas,
para ver si tengo suerte y le doy un susto a unos cuantos tipos que se hacen
pasar por críticos. Y volveré a ver otra vez Atrapa a un ladrón. Estoy seguro de que, cuando vuelva a recuperar
mi vida, tendré el estilo de Cary Grant…
2 comentarios:
No queremos que pilles el estilo de Cary Grant. El tuyo nos gusta. En cualquier caso, es innegable que esta película derrocha talento, estilo y glamour. La defines como divertimento y está muy bien. Yo también considero por ejemplo otro divertimento "Con la muerte en los talones", y de hecho me parto de risa cuando en la versión doblada se piden "un whiskey en las rocas", una propuesta muy inverosímil y muy loca y que te hace pasar un rato estupendo.
El otro día me dio por pensar qué sería de Hitch en el cine de hoy, rodeado de Weinsteins y de tipos raros. Seguramente sería un apestado como Lars Von Trier o alguno de esos.
Abrazos en las rocas (ja, ja, ja)
Por supuesto, es un divertimento si nos atenemos al resto de la obra de Hitch. Esta película, para cualquier otro, sería un pedazo de obra maestra inconmensurable. "Con la muerte en los talones" también lo es pero yo creo que ahí el desafío de Hitch estribaba en el ritmo, en lo trepidante de la historia, en ese ritmo de fandango que tiene la banda sonora (alguien se acuerda de la banda sonora de "Atrapa a un ladrón"?). Alguien dijo, y creo que no le falta razón, que, en realidad, "Con la muerte en los talones" es la primera película de James Bond y que Cary Grant es el auténtico agente secreto.
En cuanto a Hitch...pues eso, no lo digas mucho en redes sociales que lo condenan "in seculae seculorum".
Abrazos con joyas.
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